"Todos estamos incluidos en esta espera" María de la esperanza

María de la esperanza
María de la esperanza

Esperar no es lo mismo que desear. Esperar tiene más fundamento que un simple deseo. El Pueblo santo de Dios ha sido siempre un pueblo esperanzado. Es más, es en la esperanza que se instituyó y se aglutina como pueblo

Cuando María entró en la historia, aquellas promesas empezaron a cumplirse, y la esperanza se hizo más evidente

Esta esperanza la vivimos con la Iglesia y en la Iglesia. Colectivamente, con la Iglesia extendida de norte a sur, de Oriente a Occidente. Personalmente, con la oración individual, tan necesaria

Estimadas y estimados, en la misa, después del Padrenuestro, el sacerdote continúa con una plegaria donde pide al Señor que nos libere de todos los males, nos dé la paz para nuestros días, y acaba con estas palabras: «mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo». El sacerdote lo ruega en plural, en nombre de toda la asamblea reunida. Todos estamos incluidos en este «esperamos».

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Esperar no es lo mismo que desear. Esperar tiene más fundamento que un simple deseo. El Pueblo santo de Dios ha sido siempre un pueblo esperanzado. Es más, es en la esperanza que se instituyó y se aglutina como pueblo: en las promesas de Yahvé, su Dios, porque el Dios del Antiguo Testamento es el Dios de las promesas. Aun así, cuando María entró en la historia, aquellas promesas empezaron a cumplirse, y la esperanza se hizo más evidente. La Palabra de Dios toma cuerpo en su virginal entraña. En su Hijo, Dios se hace paga y señal de nuestra esperanza. Por eso, la memoria y las fiestas dedicadas a la Virgen María caen tan bien durante el tiempo de Adviento y durante la navidad misma.

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"Cuando María entró en la historia, aquellas promesas empezaron a cumplirse, y la esperanza se hizo más evidente"

Esta esperanza la vivimos con la Iglesia y en la Iglesia. Colectivamente, con la Iglesia extendida de norte a sur, de Oriente a Occidente. Y lo expresamos y celebramos en la plegaria común del pueblo congregado en la liturgia: la fiesta de la Inmaculada que hoy celebramos, la Virgen María de la Esperanza ocho días antes de Navidad, el último domingo de Adviento en la inmediatez de la Navidad, y, aún, el día de fin de año con la solemnidad de su divina maternidad. La esperanza es también el mensaje central del próximo Jubileo que, según una antigua tradición, el papa convoca cada veinticinco años. Que pueda ser un encuentro vivo con el Señor Jesús. Precisamente, la Iglesia tiene la misión de anunciar siempre, en todas partes y a todo el mundo el Cristo como «nuestra esperanza» (1Tim 1,1).

Ahora bien, esta esperanza anunciada y celebrada por la Iglesia, tenemos que asumirla y acogerla personalmente cada uno de los fieles. Para que sea así, hay que estar dispuesto a abrirse a Dios; de lo contrario la fiesta desvelaría sentimientos, pero no llegaría a la cabeza y al corazón, tan complejos como somos. Y aquí es donde percibimos la necesidad de la oración personal o individual. 

La liturgia tiene su ritmo propio que no podemos alterar, siendo cómo es un culto colectivo. Son los instrumentos y los cantores los que tienen que afinarse para que el concierto salga como es debido. Para que las celebraciones litúrgicas penetren toda la persona, sean expresión de toda la persona y un revulsivo para avanzar en el seguimiento del Maestro, para abrirse a la esperanza de este pueblo que peregrina hacia Dios, hace falta la plegaria personal, hay que dedicar tiempo —haciendo ejercicios aparte— a la oración individual.

María es un modelo excelente y una buena compañera para hacer el camino de Belén. La imagen de la Virgen María, estos días, en un lugar destacado de la iglesia, nos lo recuerda.

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