Texto íntegro de la Carta Pastoral 'La Pascua de los discípulos' "La sinodalidad no es una moda teológica, sino un modo de ser Iglesia"
"En una comunidad eclesial formada por hombres y mujeres que se reconocen como iguales en cuanto convocados y discípulos en esta Iglesia sinodal y misionera, seguimos necesitando diversos liderazgos, un reparto de servicios y responsabilidades entre los que se encuentra la toma de decisiones. Por eso hoy resulta imprescindible revitalizar los órganos de toma de decisiones, los consejos y los espacios de diálogo y discernimiento"
"Al mismo tiempo, debemos avanzar con claridad para dar a toda persona —también a las mujeres— el espacio de responsabilidad que les es debido como bautizada en cada comunidad. Eso nos ayudará a dar pasos sosegados pero firmes para que seamos una Iglesia más sinodal"
1. Pascua de Resurrección
La Resurrección del Señor es la fiesta más importante que celebramos los cristianos a lo largo del año. La preparamos con cuidado durante la Cuaresma, buscando una conversión más sincera. Cuando llega el Domingo de la Pascua de Resurrección, lo acogemos con una alegría nueva, hasta el punto de que lo hacemos juntos con solemnidad y festivamente, sacando lo mejor de nosotros mismos.
Ahora, ya en marcha, vivimos con intensidad la presencia viva del Resucitado en nuestras vidas, lo señalamos y lo desvelamos juntos. Es por eso que estas líneas pretenden hacernos caer en la cuenta de este momento y, al tiempo, ser unas modestas pistas para reflexionar personalmente y compartir en nuestras comunidades y en los órganos sinodales que estamos impulsando como consejos, coordinadoras de pastoral o delegaciones. Son pistas que bien nos pueden preparar para acoger las líneas de los próximos cursos, pues quieren apuntar las bases de nuestra identidad como discípulos resucitados en Cristo y convocados a la misión en la concreción delhoyy en la realidad diocesana.
2. La Pascua se celebra: escuchar la Palabra
Como siempre, la liturgia expresa la vida del cristiano. Por eso, cuando empezábamos la liturgia de la Vigilia Pascual, a la luz del cirio, que es la luz del Señor Resucitado, fuimos leyendo en la liturgia de la Palabra todo lo que Dios ha hecho por nosotros a lo largo de la historia. Se nos recordó que Dios no nos somete, nos libera; no nos obliga, nos ama; no nos quita nada ni nos priva de nada bueno, nos hace grandes regalos.
Además, Dios, en el amor que nos tiene, siempre va más allá de nuestra lógica, siempre nos sorprende. Desde el principio tenía ya pensado el mejor regalo. Dice el evangelio de san Juan: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16). Esa es la Buena Noticia.
3. La Pascua se acoge: entrar en la corriente
salvadora del Amor
salvadora del Amor
En la Carta a los Romanos san Pablo nos explica cómo es la relación entre Jesús, muerto y resucitado, y los que nos bautizamos en Él. No es que nos hagamos seguidores de una doctrina o partidarios de una moral. Es que Jesús nos une a Él de tal modo que hace que lo que le pasa a Él nos pase a nosotros. Es una relación personal, nueva y profunda. «¿Es que no sabéis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte? Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva» (Rom 6, 3-4).
A veces nos cuesta entender que la pasión, la crucifixión y la muerte de Jesús como si fuera un malhechor hayan sido para nuestra salvación. Cuando recitamos el credo lo decimos de forma intensamente breve: fue crucificado, muerto y sepultado. Pero no es que un hombre, con su muerte, haya aplacado la ira de un Dios ofendido. Es más bien que Dios, en su amor, ha tomado la iniciativa de reconciliarnos con Él cueste lo que cueste, aun atravesando con amor lo que pocos han sabido afrontar: el sufrimiento y la muerte. Así Jesús lo hace: nos muestra sus sentimientos, nos revela cómo es Dios verdaderamente, nos manifiesta su misericordia. Pone todo su empeño en buscar a los pobres, los excluidos, los pecadores, que son los preferidos de Dios, y en identificarse con ellos; por eso confunde y deja sin palabras a los que estudian la Ley, la comentan, pero no la cumplen. Jesús ama a su Padre y solo busca realizar su voluntad, aunque esa amorosa obediencia le cueste la vida.
4. La Pascua se vive: renovar el Bautismo
El Bautismo tiene etimológicamente ecos de lo que significa sumergir en griego (cf. CEC, 1214). Es un nuevo comienzo, pero no solo eso. Expresamos sacramentalmente que es la misma persona en toda su dimensión la que se sumerge en el agua, y por tanto en el mismo Cristo para recibir la vida nueva, el perdón de los pecados y resplandecer con la luz divina. (cf. Tertuliano,Sobre la resurrección de los muertos).
Es por eso que cada Pascua es un tiempo nuevo, una ocasión para renacer de nuevo y sacar de la fuente del Bautismo el agua nueva para cada momento de la vida. Además, renovamos que, por medio del Espíritu Santo, el Bautismo nos sumerge en la muerte y resurrección del Señor, ahogando lo viejo de nuestra vida, el pecado que nos aleja de Dios y por eso nos abrimos al hombre nuevo de la mano de Jesús. Así cada Pascua es un paso más en el camino del discipulado.
5. Conocer, admirar, seguir a Jesús
A medida que vamos conociendo a Jesús, le admiramos cada vez más y nos sentimos atraídos por Él. Deseamos vivir su vida, seguros de encontrar así una felicidad que jamás hubiéramos podido imaginar. Y el Espíritu Santo nos lo concede. Vivimos unidos a Jesucristo, a su fidelidad, a la voluntad de Dios. Le entregamos nuestra libertad y nuestra voluntad. Los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo fuimos incorporados a su muerte y a su gloria. «Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva» (Rom 6, 4).
La muerte y la sepultura, así como la vida nueva, se hacen visibles al desplegarse con toda su fuerza los ritos bautismales. Los que van a ser bautizados son invitados a manifestar con libertad y firme convicción su renuncia al pecado que, por oponerse a la voluntad de Dios, impide el crecimiento humano. Se les invita también a proclamar su confianza y su fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, que nos reúnen como familia suya. La sepultura con Cristo, igual que la vida nueva, son representados en la inmersión y en la salida del agua.
En la celebración de la Vigilia Pascual es toda la comunidad, que se ha venido preparando para este momento a lo largo de la Cuaresma, la que renueva personalmente su conversión bautismal, proclama la fe y revive su compromiso de testimoniarla con sinceridad y gozo.
«Verdaderamente ha resucitado». Es la profesión que hacemos cada Pascua y que supone ahondar en la primera confesión que se hace en el Bautismo.
6. El Bautismo nos coloca en una vocación
Cada bautizado recibe una vocación. El Espíritu Santo nos acompaña para descubrirla y nos capacita para vivirla. Decía san León Magno (390-461): «A través del Bautismo somos adoptados como hijos de Dios y recibimos el Espíritu Santo, que nos capacita para vivir como verdaderos discípulos de Cristo. Cada uno de nosotros, independientemente de nuestra posición en la sociedad, tiene la responsabilidad de vivir según los mandamientos del Señor y de difundir su Evangelio en el mundo».
En esta etapa de la vida diocesana pretendemos abrirnos de forma especial a redescubrir y ahondar una de las vocaciones de nuestra Iglesia, que es la vocación laical. En momentos posteriores iremos ahondando en otras, pero en esta ocasión pretendemos centrarnos en ello. El laicado tiene una entidad propia y singular desde el mismo Bautismo, y así queremos acogerlo y ver qué consecuencias tiene en la vida de las parroquias y comunidades. Al estar llamado por el Señor, intentaremos redescubrir esta llamada en cada comunidad.
PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL Y DE GRUPO
¿Qué podemos hacer en la parroquia o en la comunidad
para ahondar en el sentido y en la identidad del laicado?
Un laico es una persona que forma parte del pueblo de Dios por su Bautismo. Bautismo y vocación cristiana van de la mano y conducen, así trenzados, a vivir una vida de fe, amor y servicio. Es un pozo hondo de agua refrescante en el que, en todo momento de la vida, pase lo que pase, podremos recuperar la fuerza de nuestra identidad como hijos e hijas de Dios y así refrescar nuestra responsabilidad de servir con el amor de Cristo al mundo que nos rodea. En este sentido, el Bautismo marca el inicio de nuestro viaje de fe, mientras que la vocación cristiana nos guía en el camino hacia una vida plena y significativa en Cristo. Por eso, cada laico bautizado comparte la responsabilidad de llevar a cabo la misión de la Iglesia en el mundo, desde su comunidad hacia cada diócesis, en comunión con la Iglesia universal.
La especificidad de la vocación laical también se expresa desde el Concilio Vaticano II en la constitución Lumen gentium (31, 34 ss.), en el decreto Apostolicam actuositatem y en otros documentos del magisterio, como Christifideles laici. Estos pueden ser buena materia de lectura en grupos o en nuestras comunidades. Subrayan que los laicos son llamados a vivir su fe en medio de las realidades temporales, como son la familia, el trabajo, la política, la cultura y la sociedad en general. Su papel es fundamental para la evangelización y la transformación de las estructuras sociales a la luz del Evangelio.
Ser cristiano es ser ungido como Cristo, ser crismado como proclama Jesús en la sinagoga de Nazaret (Lc 4, 16-21). Eso significa valorar y cuidar esa unción profunda del Espíritu. En estos momentos concretos de la vida de la Iglesia en Madrid, creo que profundizar en este aspecto es prioritario.
Hemos de apoyar al laicado para que acoja su ser en Cristo y siga desgranado su significado desde la identidad que le es propia. «Si bien se percibe una mayor participación de muchos en los ministerios laicales, este compromiso no se refleja en la penetración de los valores cristianos en el mundo social, político y económico» (EG, 102).
Eso demanda seguir creciendo en el discipulado y en la llamada a la santidad mediante la vida sacramental, la escucha de la Palabra, el ejercicio de las virtudes teologales y una vida siempre abierta al Espíritu Santo y comprometida con la realidad. Eso conduce a implicarse en la vida discipular y misionera del seguimiento de Cristo en la vida familiar, en la profesional, en el plano social, político, económico y cultural. Pero siempre como parte de la Iglesia. Se trata de integrar tres realidades: Cristo, Iglesia y sociedad. Son los ejes en los que se han de expresar la condición bautismal del laicado: discípulo de Cristo, miembro corresponsable de la Iglesia-comunión desde los diversos ministerios, oficios y funciones, y constructor del Reino de Dios desde la coherencia y la santidad de vida. Para todo ello, la formación constituye un desafío pastoral de primer orden diocesanamente (cf. EG, 102).
PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL Y DE GRUPO
¿Cómo crecemos en cada uno de estos ejes:
Cristo, Iglesia y sociedad?
¿Cómo me ayuda mi comunidad a profundizar en ellos?
¿Conozco lo que la diócesis me propone para crecer
como laico?
7. Somos el cuerpo de Cristo y el pueblo que Él ha constituido
Todos somos llamados pero no para ir en solitario. El Señor nos llama para formar parte de su pueblo y para estar siempre en Él. Los bautizados somos muy diferentes unos de otros, pero estamos todos unidos a Jesucristo por el Bautismo. Somos un pueblo en marcha, una comunidad viva, activa, que nos dejamos guiar, alimentar y sostener por Cristo, que es quien nos conduce. Sin esa relación personal, perderíamos la corriente de vida que nos llega del Señor y no podríamos sobrevivir. Necesitamos conocer, meditar y practicar su Palabra; necesitamos que nos alimente el Pan de vida bajado del cielo; necesitamos que su cercanía y su compasión impulsen nuestra audacia y creatividad para servir a los pobres.
Pero este pueblo no se agota en nuestras comunidades cristianas o parroquias. La diócesis es la comunidad eclesial básica de comunión. El Concilio Vaticano II enfatizó la importancia de fortalecer la vida y la misión de las diócesis como comunidades locales de fe. La experiencia misionera nos va haciendo acogerla y reforzarla desde la experiencia de que «no todos podemos hacer todo», sino que es la única misión la que nos une. Tal participación encuentra su primera y necesaria expresión en la vida y misión de las Iglesias particulares, de las diócesis, en las que «verdaderamente está presente y actúa la Iglesia de Cristo, una, santa católica y apostólica» (ChL, 25).
No podemos olvidar que la visibilidad y la sacramentalidad de la Iglesia pertenecen a todo el pueblo de Dios (cf. LG, 4-14) y no solo a unos pocos. Es por ello por lo que intentamos dar pasos que nos alejen del llamado clericalismo que tanto ha subrayado el Papa Francisco y que «lejos de impulsar los distintos aportes y propuestas, poco a poco va apagando el fuego profético que la Iglesia toda está llamada a testimoniar en el corazón de sus pueblos».
PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL Y DE GRUPO
¿Cómo participamos y reflejamos la vida de la diócesis en nuestra comunidad o parroquia? ¿Cómo podemos crecer en comunión?
8. Pueblo que camina en sinodalidad
Somos una Iglesia que camina a ritmo de sinodalidad. «La sinodalidad expresa la condición de sujeto que le corresponde a toda la Iglesia y a todos en la Iglesia. Los creyentes son sýnodoi, compañeros de camino, llamados a ser sujetos activos en cuanto participantes del único sacerdocio de Cristo y destinatarios de los diversos carismas otorgados por el Espíritu Santo para el bien común. La vida sinodal es testimonio de una Iglesia constituida por sujetos libres y diversos, unidos entre ellos en comunión, que se manifiesta en forma dinámica como un solo sujeto comunitario» (Comisión Teológica Internacional,La sinodalidad en la vida de la Iglesia, 55).
El término «sinodalidad», sobre el que ahora estamos fijándonos tanto, no es una moda teológica, sino un modo de ser Iglesia que tiene que ver con rasgos identitarios básicos como comunión, participación y misión. Si esto ocurre, perderá toda su fuerza renovadora y conseguiremos etiquetar como sinodal a cualquier cosa de las que ya estamos haciendo.
No será creíble una sinodalidad que no interrogue nuestra formas de expresar y vivir la comunión. Tampoco lo será si no ayuda a generar e impulsar comunidades vivas y familiares, espacios de acogida y escucha, hogares en medio de la vida diaria que saben que su centro no es la ideología ni el querer evadirse de la realidad, sino la experiencia de Cristo, viviendo eso como el pilar que genera la verdadera comunión entre ellos, el deseo de complementarse, de dialogar, de crecer en diversidad (cf.La sinodalidad en la vida de la Iglesia, 68). Pero no podemos ser ingenuos. En una comunidad eclesial formada por hombres y mujeres que se reconocen como iguales en cuanto convocados y discípulos en esta Iglesia sinodal y misionera, seguimos necesitando diversos liderazgos, un reparto de servicios y responsabilidades entre los que se encuentra la toma de decisiones. Por eso hoy resulta imprescindible revitalizar los órganos de toma de decisiones, los consejos y los espacios de diálogo y discernimiento. Al mismo tiempo, debemos avanzar con claridad para dar a toda persona —también a las mujeres— el espacio de responsabilidad que les es debido como bautizada en cada comunidad. Eso nos ayudará a dar pasos sosegados pero firmes para que seamos una Iglesia más sinodal.
PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL Y DE GRUPO
¿Cómo acogemos y seguimos la tensión en que toda la
Iglesia vive este momento sinodal?
¿Podemos dar algún paso nuevo de acogida y apoyo al
momento sinodal?
9. Bautizados para participar de la misión de Cristo:
discípulos misioneros
discípulos misioneros
No podemos olvidar que Jesús es el Enviado del Padre y, como tal, tiene una misión que realizar. Por tanto, también nosotros, unidos a Él por el Bautismo que hemos renovado en la Pascua, participamos en la misión que le ha confiado el Padre. Ya resucitado, el Señor se deja ver por sus discípulos y les dice: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (Jn 20, 21). En el evangelio de san Mateo se explica más concretamente en qué consiste la misión: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28, 18-21).
«Dichosos vosotros». Esta es nuestra tarea de discípulos: ser misioneros, ofrecer a todos la noticia de Jesús. Cada uno de nosotros, miembros diferentes del pueblo de Dios, contribuiremos de manera diferente a realizar la única misión: la del Enviado del Padre. Todos discípulos, todos misioneros, experimentando la dulce y confortadora alegría de evangelizar»
(cf.Informe de síntesis de la fase sinodal, 86). Para ser fieles a esta encomienda tenemos que ser fieles a quien nos envía. Jesús realiza su misión como un servidor: «¿Quién es más, el que está a la mesa o el que sirve? ¿Verdad que el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve». (Lc 22, 27). Y promete la dicha a quien lo practica: «Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica» (Jn13, 17). Así pues, para ser fieles a quien nos envía, entendemos y practicamos la misión de reunir a la familia de Dios y de hacer discípulos no como una conquista, sino como un servicio respetuoso. El motivo por el que se pone en marcha el proceso es el amor y culmina en la felicidad que Dios nos concede.
(cf.Informe de síntesis de la fase sinodal, 86). Para ser fieles a esta encomienda tenemos que ser fieles a quien nos envía. Jesús realiza su misión como un servidor: «¿Quién es más, el que está a la mesa o el que sirve? ¿Verdad que el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve». (Lc 22, 27). Y promete la dicha a quien lo practica: «Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica» (Jn13, 17). Así pues, para ser fieles a quien nos envía, entendemos y practicamos la misión de reunir a la familia de Dios y de hacer discípulos no como una conquista, sino como un servicio respetuoso. El motivo por el que se pone en marcha el proceso es el amor y culmina en la felicidad que Dios nos concede.
La Cincuentena pascual, desde la Vigilia Pascual a Pentecostés, no es quizá tan tenida en cuenta como la Cuaresma. Sin embargo, son los días en que se prolonga la celebración de la Pascua y se prepara la fiesta del Espíritu Santo. En las celebraciones litúrgicas se lee el libro de los Hechos de los Apóstoles, que refleja la vida de la Iglesia primitiva y su incesante actividad misionera, que la hacía crecer y asimilarse poco a poco a la vida y presencia de Cristo. Seguro que nos conduce a dinamizar nuestra vida misionera.
PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL Y DE GRUPO
¿Qué pide el Señor a cada uno para contribuir a la misión común de la Iglesia?
¿Qué pide el Señor a mi parroquia o comunidad en esta
Pascua en concreto?
¿Cómo ayudar desde mi vida cristiana a que nuestra diócesis responda a la misión que Cristo le da?
¿Cuáles son los grupos o personas del barrio o a mi alrededor más necesitados del anuncio de la Buena Noticia de Jesús?
La Pascua nos convoca al hoy de la Resurrección, a ser testigos de su paso en nuestras vidas y comunidades. Os invito de corazón a entrar en este tiempo ungidos por el Espíritu Santo y a acoger de forma renovada el Bautismo que recibimos.
Gracias por leer estas líneas y por, si tenéis un hueco, pensar pistas de futuro y compartirlas con vuestros grupos, comunidades o parroquias. Quieren ser unas pistas pascuales para prepararnos al nuevo Pentecostés.
¡Feliz Pascua!
+José Cobo Cano
Cardenal arzobispo de Madrid
NOTA
Podéis reflexionar sobre estas propuestas y comentarlas con vuestros grupos, comunidades o parroquias. También existe la posibilidad de que se le entregue al vicario territorial dichas reflexiones por escrito, así como a los párrocos o al consejo pastoral parroquial.
Igualmente, desearía que los mismos consejos de pastoral puedan conocer esta carta pastoral y reflexionar sobre las preguntas que se plantean.
Que el Espíritu Santo y nuestra Madre, la Virgen de la Almudena, nos acompañen y guíen en esta tarea.