Mal generalizado, pecado ecológico


Recapitulando
Después de la ruptura de la Alianza con Dios (primer pecado o «pecado original» [Génesis 3]) y del atentado fratricida (asesinato de Abel por su hermano Caín [Génesis 4]), el narrador bíblico nos cuenta cómo el mal se generaliza, contagia todas las esferas de la existencia humana (Génesis 6): «La maldad del ser humano iba cada vez a más y todos los designios de su corazón eran siempre perversos» (Gn 6,5).

Es un proceso «lógico». Así lo entiende el autor sagrado. El abandonar a Dios, el apartarse de su plan salvífico, el único que posibilita ser feliz y estar en paz y armonía con todos y con la naturaleza, lleva irremediablemente al conflicto entre los seres humanos, a las discordias, al fratricidio, a las guerras… Y, como consecuencia última, a la generalización del mal, al desequilibrio ecológico.

El mal lleva al mal
El papa Francisco, comentando estas narraciones bíblicas de los orígenes, afirma:
«El descuido en el empeño de cultivar y mantener una relación adecuada con el vecino, hacia el cual tengo el deber del cuidado y de la custodia, destruye mi relación interior con­migo mismo, con los demás, con Dios y con la tierra. Cuando todas estas relaciones son descui­dadas, cuando la justicia ya no habita en la tierra, la Biblia nos dice que toda la vida está en peli­gro.» (Encíclica Laudato si, n. 70).


Todo está interrelacionado. El mal lleva al mal. Ésta es la lección que nos quiere mostrar el texto sagrado, es la lectura que pretende.

El diluvio
El relato del Génesis se servirá de una «historia» por todos conocida: «el diluvio». Los israelitas, por sus vecinos mesopotámicos, ya sabían de las epopeyas de Gilgamés, de Ziusudra y de Atrakhasis, donde aparece dicha catástrofe cósmica.

El narrador bíblico hará una relectura, una reinterpretación de dicho acontecimiento, a partir de su fe en el Dios de la Biblia. El diluvio será visto como una purificación de la Creación, como una nueva oportunidad para el ser humano, como un nuevo inicio, como una nueva Alianza, como un nuevo proyecto salvífico…

Compromiso de Dios
El pecado, el mal generalizado que anida en el corazón humano y que toma su forma concreta en la violencia contra otros seres humanos y contra el resto de la Creación, debe desaparecer. Por eso, el proyecto salvífico –el arca de Noé– debe preservar no sólo la vida humana sobre la Tierra sino la de todos los seres vivos:

«Estableceré contigo mi Alianza (dice el Señor). Entrarás en el arca tú y tus hijos, tu mujer y las mujeres de tus hijos contigo. De todos los animales, de todos los seres vivientes, introducirás en el arca dos de cada especie, para que conserven la vida contigo; que sean macho y hembra. De las aves según su especie, de los animales domésticos según su especie y de todos los reptiles de la tierra según su especie, entrarán contigo por parejas de todos ellos para salvar la vida.» (Gn 6,18-20).


La persona humana es responsable de la vida, de la paz, de cada ser humano. Pero, también, de toda la Creación, de toda la naturaleza. El equilibrio ecológico, el orden de la Creación es voluntad de Dios. Y el hombre y la mujer han de ser garantes de ello.

Por eso, esta segunda Alianza, después del diluvio –la primera había sido con Adán y Eva–, no es sólo con Noé y el resto de humanos que se han salvado en el arca, sino con la Creación entera:
«Yo establezco mi Alianza con vosotros y con vuestra descendencia después de vosotros, y con todo ser viviente que está con vosotros: aves, ganados y todos los animales de la tierra que están con vosotros, con todos los que salieron del arca, con todos los animales de la tierra.» (Gn 9,9-10).


Para la oración
* El relato bíblico nos sugiere muchos interrogantes. Preguntas que hemos de hacernos en la intimidad de la oración personal y, también, comunitaria. Y, lógicamente, arrancar de mí un compromiso para que las cosas cambien.

* ¿Cómo está mi relación con Dios, con las personas que me rodean (familia, amigos, compañeros de trabajo, vecinos…), con el entorno ecológico, etc.

* ¿Cuál es mi compromiso para que este mundo sea más habitable para toda la Humanidad? ¿Siento como propios los problemas, dificultades, tragedias de otros seres humanos?

* ¿Los problemas de las migraciones por guerras, hambre, persecuciones políticas, sociales o religiosas, me afectan personal y comunitariamente? ¿Qué hago frente a esta situación tan grave que sufren tantísimas personas y familias? ¿O pienso que no son mi problema? ¿O, peor aún, estoy en contra de acoger a estos seres humanos que huyen de escenarios que no querríamos nunca para nosotros, nuestras familias, nuestros hijos; y ni nos inmutamos cuando tantos mueren en el camino hacia una situación mejor, más digna, que nunca encontraron?
¿Qué hago por una ecología de la cultura, del bien común, de la justicia?, como reivindica el papa Francisco.

* ¿Hasta qué punto llega mi compromiso por un equilibrio ecológico sostenible? ¿Tomo medidas concretas contra la contaminación ambiental? ¿Me tomo en serio el reciclaje de los desperdicios que produzco?

* El relato del diluvio y la Alianza posterior de Dios con la Humanidad y con todos los seres vivos me sugiere que otro mundo es posible, que el mal no tiene la última palabra, que mi compromiso en conseguirlo es algo irrenunciable, como ser humano y como creyente.

Javier Velasco-Arias
(Publicado en: Lluvia de rosas 676 [2017] 9-11)
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