Guardaos de los falsos profetas.

Del mismo modo que en el pueblo escogido de Dios hubo falsos profetas, así también hubo y hay entre nosotros falsos doctores que, usando de mil palabras y mentiras artificiosas, introducen sectas de perdición, y atraen sobre sí y sobre los que les oyen y siguen apresurada ruina.

A esta clase pertenecen los herejes de todos los tiempos, sea cual fuere su nombre, y de este número son los sectarios del Protestantismo, que, repitiendo el seremos como dioses, proclamando una libertad, que no es la de los siervos e hijos de Dios, adulterando la revelación sobrenatural y enseñando errores contrarios a la verdadera fe, han dividido la túnica inconsutil de Jesucristo al rebelarse contra la Iglesia.

¡Los sectarios del Protestantismo...! De ese conjunto monstruoso de errores, complemento de todas las herejías, que sólo sirve para demoler, para negar y para destruir; que no hace, ni puede hacer cristianos, sino deshacer católicos; y que así en su origen como en sus errores particulares no es más que una gran apostasía contra la doctrina y la autoridad de Jesucristo.

Levantando altar contra altar, enarbolaron el estandarte de rebelión contra nuestras benditas creencias y las insultaron públicamente, negando y escarneciendo los misterios más augustos de nuestra religión sacrosanta; injuriando, en su odio contra el catolicismo, a la misma Reina de los Ángeles, María Santísima, de cuyas excelencias y prerrogativas se burlaron.

En vista de tan grave mal y del peligro que corren los fieles, rompemos el silencio y levantamos nuestra voz para que viváis muy prevenidos contra las diabólicas asechanzas de esos falsos doctores, verdadera plaga con que Dios nos castiga. Estad alerta y no les creáis; que os seducen, os engañan y os pierden. No les creáis, pues aunque se titulen evangélicos, nada hay menos moral y evangélico que sus falsas doctrinas. Su propósito es destruir, corromper, arruinar; su fin deshacer católicos, no hacer cristianos. Son herejes, y los herejes y los impíos comerciaron siempre, y comercian hoy, con la apostasía. Huid de ellos, como San Juan huía de Cerinto para no contagiarse con su trato. Evitad las profanas novedades que enseñan y arrojad al fuego sus perniciosos escritos, que roban la fe al entendimiento y la virtud al corazón. Aunque un ángel bajado del cielo os anunciare lo contrario de lo que enseña la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, no le creáis. Tal doctrina no es de Dios, es del diablo, príncipe de las tinieblas y padre del error y de la mentira. Anathema sit, dice el Apóstol San Pablo.

Sólo falta que os de los nombres de esos. Aunque, ¿para qué?. Si en la mente de todos están. Los párrafos anteriores no son míos aunque los suscribo íntegramente. Son de un obispo de Tuy, más tarde de Cuenca, muerto con fama de santo, en una pastoral de 1878. Uno, ocho, siete, ocho. Y parecen escritos para ahora mismo. Es que nihil novum sub sole. Y a los obispos de entonces se les entendía todo. Hoy, desgraciadamente, no tanto
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