Hoy comienza la prórroga en Sigüenza-Guadalajara.
Tardará Benedicto XVI lo que tarde en aceptársela -¿seis meses?, ¿un año?, ¿dos?- pero ya comienza a verse la luz a la salida de túnel. Ya es un obispo dimisionario aunque todavía no lo sea emérito.
Sánchez es uno de los poquísimos obispos que quedan como reliquia de la peor Iglesia posconciliar. Ha hecho falta el larguísimo pontificado de Juan Pablo II y los años que llevamos de Benedicto XVI para vernos libres de unos obispos que presidieron, no ya impotentes sino coadyuvantes, la gran crisis que padeció nuestra Iglesia.
Apenas quedan cinco de esa hornada. Uno, sin duda el peor de todos, parece que es ya cosa de días que nos libremos definitivamente de él al aceptársele, por fin, la renuncia de San Sebastián. Y los otros tres, Barbastro-Monzón, Ciudad Real y Ciudad Rodrigo son figuras secundarias y que no han pasado de diócesis de escasísimo relieve. Como los tres han puesto al mal tiempo buena cara hoy pasan desapercibidos. Y en uno de ellos, el titular de la más humilde diócesis de España, prima mucho más su gran corazón, su simpatía y su entrega que la ideología, que tampoco fue nunca lo suyo.
El de Sigüenza-Guadalajara era otra cosa. Sabía lo que quería y lo procuraba aunque al final no le saliera ya nada. Pero fue, en la sombra, personaje muy importante de todo lo que se coció en nuestra Iglesia. De todo lo malo.
No me apetece hacer hoy la historia de sus protagonismos. Su amistad con Setién, el conciliábulo de Sigüenza... Del taranconismo ya apenas queda nada y hoy presenta la renuncia la última de sus figuras importantes. Creo que es un día hermoso para la Iglesia. De aquello sólo va a quedar un mal recuerdo histórico.
La diócesis la deja arrasada. Y el seminario en ruinas. Con lo que fue aquella institución verdaderamente ejemplar en Sigüenza. Hoy ya ni está allí. Y el viejo edificio clama, campo de soledad, mustio collado, contra el mal pastor que lo abandonó.
Hace unos años, cada vez que se producía una vacante en alguna diócesis de relumbrón, el progresismo mediático lanzaba el nombre de Sánchez como candidato seguro. Pero los vientos habían cambiado en Roma y era seguro que su suerte iba a ser la de sus conmilitones: no esperar ascenso alguno.
Como sus amigos desaparecerá en una diócesis para la que fue un error nombrarle. Su nombre se había unido a todos los que vieron su fracaso y que además experimentaron como en Roma eran muy conscientes de ese fracaso: Gabino, Yanes, Delicado, Torija, Úbeda, Osés, Iniesta, Echarren, Araujo, Larrauri, Fernández...
Me gustaría conocer cuantas personas han adquirido la Opera omnia de Sánchez que incomprensiblemente le editó la BAC en prueba de su actual errática línea.
En el día de su setenta y cinco cumpleaños yo le deseo toda clase de venturas personales, que goce de mucha salud, que disfrute largos años de su familia y de sus amigos. Pero me alegra inmensamente que se retire del ejercicio activo del episcopado. Del que hoy ha presentado su renuncia. Ya está más cerca la aceptación.
Y mi enhorabuena a Sigüenza-Guadalajara. Diócesis que había tenido, hasta que les llegó Sánchez, excelentes obispos. Esperemos que el nuevo que les llegue continúe la línea que José Sánchez, Pepe para los amigos entre los que no me encuentro, interrumpió.