Una Iglesia en la que cada uno haga lo que le dé la gana y crea en lo que quiera.

Eso es lo que nos quieren vender algunos como la verdadera Iglesia de Jesucristo. Abominan de la existente y sueñan mil otras sin dogmas, sin pecado y sin autoridad.

Les aterra, no hay más que verlo con lo que acaba de ocurrir con una posibe aunque no segura censura de Torres Queiruga, que les pongan de manifiesto como lo que son. Porque saben que desautorizados ya no son nadie. Necesitan para que les consideren ir con el disfraz de teólogos católicos. El día en que les digan que su fe no es la de la Iglesia pasan automáticamente al ostracismo. Dejan de interesar a la comunión de los fieles.

Pierden sus cátedras, los congresos y las revistas de prestigio dejan de llamarles y van arrastrando su existencia en publicaciones marginales y conciliábulos sin asistentes. Mal viven y, sobre todo, mal mueren.

Y es gracioso el alarde de cinismo de algunos de sus seguidores. Con un rostro de cemento armado pretenden decirnos que la verdadera Iglesia de Cristo agoniza y que el futuro son ellos. ¿Qué futuro? Si son más estériles que los mulos.

Las que agonizan son las órdenes y congregaciones que se han apuntado a ese suicidio y que hoy tienen cada vez menos miembros y más ancianos. Con contadísimas vocaciones que no sirven para detener la sangría de los fallecimientos y los abandonos. O el desdichado espectáculo de los curas obreros entre los que ya no debe quedar ni uno en activo como obrero pues a todos les ha llegado ya la edad de la jubilación. O los del MOCEOP reclamando la abolición de un celibato que, y ya es escarnio, la naturaleza se lo ha vuelto a imponer porque la edad con eso es implacable.

No hay juventud que les siga ni obispo que les aliente, salvo tres o cuatro momias alejadas ya hace años del ministerio. Sus reuniones son lo más parecido a las excursiones del INSERSO aunque estas tienen más renovación pues cada año se suman nuevos que sustituyen a los fallecidos. Lo que no ocurre con estos contestatarios de la Iglesia.

Comprendo su irritación. A nadie le gusta que pongan de manifiesto su fracaso. Y más cuando los años, inmisericordes, te dicen que es ya poquísimo lo que puedes hacer. Sabiendo, además, que si de joven no has conseguido nada no va a ser de octogenario cuando lo consigas.

Toda una vida dedicada a algo que al final te dicen, los que pueden, que eso no es católico. Moisés, aunque no llegó a pisar la tierra prometida, murió viéndola desde el monte y en la seguridad de que había llevado a ella a su pueblo. Estos, desde su monte, solo ven la negrura de la noche. De una noche que les llama para que se sumerjan en ella. Es el lasciate ogni speranza. Es el infierno.
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