Málaga sigue igual.

Sigue igual de mal. El próximo diez de octubre se cumplirá el año del nombramiento de Catalá como nuevo obispo de la diócesis de Málaga y las esperanzas con las que fue recibido se han agostado. En un año apenas podemos contabilizarle el pifiazo contra la misa tradicional que ha sido por lo único que se ha notado allí su presencia.

Tengo la impresión de que debe estar intentando volver a meter en el tubo la pasta de dientes que tan imprudentemente derramó por el silencio de Una Voce Málaga que no sólo no ha vuelto a referirse al tema sino que también retiró de sus páginas todos aquellos enlaces que acogieron la cencerrada del obispo. Si ellos no quieren hablar supongo que sus razones tendrán y yo las respeto. Pero a la espera. A la espera desconfiada. Aunque me encantaría equivocarme.

Málaga fue una diócesis asolada por dos obispos progresistas: Buxarrais y Dorado. Un pobre hombre al que le tocó una mitra en la almoneda que aquello era entonces y que convencido de su absoluta inutilidad terminó renunciándola, y un hijo de Gabino que, ciertamente más presentable e inteligente que su padrino y su antecesor, estuvo siempre condicionado por unos prejuicios que enseguida se revelaron demoledores y obsoletos. De ahí que después de tantos años de destrucción del catolicismo malagueño se esperase a Catalá como al santo advenimiento.

Pues nada de nada. O más de lo mismo. Todo sigue igual. Los que mandaban siguen mandando. Se sintieron perdidos y hoy están exultantes. Y con ellos aquello no tiene remedio. Se prolongará la agonía de una diócesis que merecería mejor suerte y mejores obispos.

He sido prudentísimo con Catalá. No le he dado cien días. Más de trescientos. Y eso que nunca me cayó simpático. Desde que un día me lo presentaron en su diócesis anterior. Creo que conozco a unos cuantos obispos. He hablado alguna vez, o varias, por lo menos con veinte de los que están en activo. Sin el menor problema. Los encontré a todos amables y por no pocos siento más que notable afecto. Alguno hasta desmontó algunos prejuicios iniciales míos. Catalá me pareció autista, ególatra, pagado de sí mismo, soberbio, antipático en grado sumo, una joya. Y eso que yo llegaba desde la admiración a su persona. En lo que debía estar equivocadísimo. Creo que es evidente que ya me he caído de mi error.

Pues arrieros somos. Y seguiremos hablando de Málaga. Si es que queda algo de ella después de un pontificado que me temo va a ser largo. Y ruinoso. Buxarrais era impresentable desde todos los puntos de vista pero entre Dorado y Catalá, mejor Dorado. Y ya es que yo diga eso. Al otro, por lo menos, se le veía venir. Éste ni va ni viene. Encastillado en su autismo ególatra y antipático.
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