El amargo sabor de la derrota.

Están que bufan. Ya han comparecido por estas páginas las de la sección femenina, prietas las filas, con argumentos tipo Bibiana, la de los miembros y miembras.

Pero es igual. La Iglesia no la gobernáis vosotras. Ni Pagola. Cristo la ha querido regida por el Papa y los obispos en comunión con él. Y por nadie más. Si no os gusta pues puerta. Eso no lo cambia nadie. Dejaría de ser Iglesia. Sería otra cosa. Que tal vez os gustara mucho. Pero no la Iglesia católica.

Y cada uno se consuela con lo que quiere pero, si el consuelo es falso no dura más que un rato. Muy corto. Todos hemos conocido a algún enfermo terminal, cuyo final se sabía inmediato, que, cuando por decirle algo, le preguntabas como se encontraba, te respondía que mucho mejor, que por fin el médico había encontrado el remedio a su mal. Y claro, a la semana le enterrábamos.

Al enfermo, por caridad, le decíamos alguna mentira piadosa: Yo también te veo mucho mejor, a ver cuando lo celebramos... En este caso, en cambio, la caridad es decirles la verdad. Por mucho que os empeñéis la fe de Pagola no es la de la Iglesia. Y la vuestra, si coincide con la de él, tampoco. Y no tenéis la menor autoridad para decir lo contrario. Ninguna. Os han revolcado los que tienen autoridad para ello. No yo. Que me limito a deciros lo que os han dicho los obispos. Que sí la tienen. Los únicos que la tienen.

Y también os engañáis prometiéndoos un futuro que no existe. Los desautorizados por la Iglesia han perdido todo en la Iglesia. Algunos, los menos, podrán ganar dinero con sus libros. Y tampoco mucho porque eso no da mucho. Pasado el boom del escándalo, la gente se olvida de ellos. Podríamos preguntarnos como Jorge Manrique aquello de ¿los infantes de Aragón, qué se hicieron? Seguro que los ingresos editoriales de un Casaldáliga, un Tamayo, un Castillo, un Torres Queiruga, un González Faus son muy moderaditos. Hasta las figuras más emblemáticas como Küng o Boff ya no son ni sombra de lo que fueron.

La Iglesia de la contestación apenas mueve ya a nadie. Si son invitados a un congreso o a una conferencia el número de asistentes es penoso. Y, lo que es peor, la edad ya les impide asistir a la mayor parte de los que les proponen. Y se las ven y se las desean los organizadores para poderles pagar el viaje y el hotel.

¿Queréis soñar futuros que no existen? Pues cuantos más soñéis más duro será el despertar. No os podréis quejar de que no os lo haya advertido. Pagola sólo tiene ante él dos caminos. Reconocer que se había equivocado con su dichoso libro y profesar la verdadera fe de la Iglesia o empeñarse en seguir al margen de esa fe. Desautorizado como lo ha sido, y a sus setenta y un años, poco porvenir le espera como teólogo al margen de la fe católica.
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