Al arzobispo castrense en un día muy triste y muy alegre.

Mi querido señor arzobispo: Ayer celebraste un funeral y una misa de gloria. No vi en televisión el acto y por tanto no sé el color litúrgico de tu vestidura. Pero para Dios era blanco. Como el alma de tu soldadito al que mataron en Afganistán.

Seguramente es el único de tus feligreses del que sabes seguro que está en el cielo. Y eso es algo muy gozoso. Aun en en esos momentos tan tristes en los que todos lloramos su muerte. Anteayer Cristo llegó también al cielo. Sin el portentoso milagro de su Ascensión pero gracias al todavía más portentoso de su Redención.

Parece que no fue un acto misericordioso de alguien que estaba allí sino la voluntad del moribundo. Cuantas veces desde la ignorancia se dan lecciones de teología. De la más alta teología que algunos profesionales de la misma no saben entender.

Algo habrá tenido que ver en ello, señor arzobispo, la labor de tus capellanes. Y alguno de ellos hoy estará tan feliz como tú. Ha llevado directamente a un soldadito español al cielo. Se lo va a agradecer toda la eternidad.

Me consta, y sabes mi querido señor arzobispo que me consta, la dedicación de muchos de tus capellanes a esa tarea tan difícil de hacer que Dios acompañe a los soldados de España, que tienes encomendados, en su azarosa vida. Tus curas no son como los de otros obispos que pueden dejar para mañana su labor. Porque sus feligreses tal vez no tengan mañana. Ante el peligro inminente de una bomba o de una bala. Cuídales, anímales, ámales. Y si alguno no vale para eso, que alguno hay, mándale a retaguardia, donde no son necesarios los valientes y esforzados. Donde el peligro no es inminente y la muerte probable.

Un funeral lo puede presidir cualquiera, obispo o cura. Tú tienes una misión mucho más importante que esa. Aunque a veces desgraciadamente te toque esa. Ayer la parte principal de un hijo tuyo voló al cielo. Directamente. Sin escalas intermedias. Y seguro que Cristo sonrió al abrazar a otro Cristo. Que también llegaba desgarrado ante quien conoció en su cuerpo mortal todos los desgarros.

Mi querido señor arzobispo, en un día a la vez triste y gozoso un gran abrazo. Si alguien duda sobre la conveniencia de un arzobispado castrense acabamos de comprobar para lo que sirve. Para llevar al cielo a los soldados de España.
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