Un obispo en la manifestación.
Yo eché de menos a mis obispos en la manifestación del sábado. Estoy seguro de que sopesaron pros y contras y que tomaron la decisión que creyeron más conveniente. No les critico por la que adoptaron aunque me hubiera gustado que estuvieran con sus hijos. Pues ya sé que no estuvimos solos. El obispo de Lugo, naturalmente a título personal, quiso estar y estuvo con tantísimos católicos de España.
Bien sé que todos los obispos son iguales en cuanto a sucesores de los Apóstoles y que además de la particular de sus diócesis tienen todos ellos encomendada una solicitud por la Iglesia universal que a partir del Vaticano II se llamó colegialidad. Pero los hombres necesitamos concreciones para no perdernos en generalidades sin la menor trascendencia fáctica. Yo sé que tengo que amar a todos los seres humanos pero ello no pasa de una declaración retórica. A un señor de Little Rock que se llame Kelly, al que no he visto en mi vida ni sé nada de él, que diga que le amo es mero flatus vocis.
Conmigo, y con tantísimos otros, el pasado sábado no estaba alguien para mí desconocido. Aunque esa tarde ignorara que estuviera. Perdido entre la multitud pero en comunión de sentimientos y esperanzas estaba mi obispo eventual de muchos domingos veraniegos. El "por nuestro obispo Alfonso" de tantas misas. Me ha alegrado muchísimo saberlo. Y el que haya tenido la valentía de presentarse allí en rechazo de ese crimen alevoso que es el aborto.
Don Alfonso Carrasco se llama Rouco de segundo apellido. Y no por casualidad. Se ha dicho que el presidente de la Conferencia episcopal impuso la ausencia de los obispos españoles en la manifestación. Pues una de dos: o no la impuso o en monseñor Carrasco primó su conciencia sobre otras consideraciones. Y en su caso tan considerables.
Don Alfonso: me caía usted muy bien. Hoy me cae todavía mejor. Las seglares españoles el sábado no estuvimos huérfanos. El obispo de Lugo estaba con nosotros. Que Dios se lo pague