Otro que se va.

Su nombre ya no decía nada a nadie. Hoy es otro Antonio Hortelano el que sale en los medios. Yo le había perdido la pista hasta que hace un mes o dos me lo encontré entrevistado en la prensa. Despidiéndose porque se iba. Con un cáncer terminal. En algunas cosas me pareció que había cambiado. Para bien. En otras mantenía el genio y la figura.

Antonio Hortelano era un redentorista nacido en Irún en 1921. El pasado agosto había cumplido 88 años. A fines de los sesenta fue elemento destacado en aquella contestación cuasi universal que padeció la Iglesia española y que tantísimo estrago causó. Unas declaraciones al diario Pueblo, hechas a otro hoy octogenario que también creía desaparecido y que ahora nos lo volvemos a encontrar, Antonio Aradillas, fueron verdaderamente escandalosas (Pueblo, 18 y 20/9/1969). El "Manifiesto redentorista" de 1970, en el que fue personaje clave, demuestra a donde había llegado la orden fundada por San Alfonso María Ligorio.

Hortelano y Marciano Vidal, este diez años más joven, siguiendo los pasos de Häring, pulverizaron la moral, hicieron desaparecer la conciencia del pecado y son junto con otros muchos responsables de la casi desaparición de la confesión en España. Que ahora cuesta tanto trabajo recuperar. Pero no han dejado agonizante sólo a ese sacramento. Han conseguido casi acabar con su misma congregación religiosa. Si mañana desaparecieran de España los redentoristas no se iba a enterar casi nadie. Como para que alguien dude de si hay castigos de Dios. Incluso en este mundo.

Pues uno más en esta ya numerosísima sucesión de obituarios. Que tanto molesta. Aunque es cuestión de muy pocos años. Pronto no quedará ya nadie que se pueda molestar. Se habrán muerto todos. Y hasta pudiera ser que el último redentorista. Al menos en España.

Comprendo que no es agradable que se les recuerde que cada vez son menos y más ancianos. Pero yo no soy el culpable de que ese modelo suicida que eligieron no lo quiera seguir nadie. Me limito a constatarlo. La responsabilidad está en los Hortelanos, los Marcianos y demás gentes de ese pelaje.

Yo bastante hago con pedir a los lectores que se unan a mí en una oración por el eterno descanso de su alma. ¿Que no tengo los ojos anegados de lágrimas? Pues, qué quieren que les diga, no.
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