Cuaresma para el encuentro. Consigo mismo


”El Espíritu impulsó a Jesús al desierto"

Un interrogante parece ineludible en la existencia humana: ¿hay una razón que dé consistencia y sentido a todos nuestros pasos? Cuando los medios de comunicación nos atolondran con ofertas de todo tipo que se suceden sin parar, la pregunta es más acuciante si no queremos ser marionetas movidas por hilos ajenos. Las instituciones sociales y eclesiales ya no dispensan de que cada uno decidamos por nosotros mismos sobre el sentido que deseamos dar a nuestra propia vida. Cuaresma es tiempo adecuado para pensar en esa decisión.

Jesús de Nazaret fue llevado al desierto por el Espíritu. El verbo griego se puede traducir también: “fue arrastrado”, “fue lanzado”. Según el relato bíblico el pueblo hebreo fue llevado al desierto y allí pasó cuarenta años para ver qué había en su corazón. En ese contexto el evangelista dice que Jesús también estuvo cuarenta días en el desierto y allí manifestó qué había en su corazón. Tentado como nosotros, dijo no a falsos absolutos: las riquezas, el prestigio social, el poder sobre los demás. Y en el desierto descubrió su vocación: la fraternidad universal expresada en el símbolo del paraíso: una relación pacífica con todos los vivientes entre los que, según la tradición rabínica, Adán es servido por ángeles. Así el evangelista Marcos presenta la fe de la primera comunidad cristiana: Jesucristo es el hombre nuevo, la humanidad realizada.

En este tiempo de Cuaresma también a nosotros el Espíritu nos impulsa al desierto. Es el tiempo para ver con realismo la limitación y soledad profunda de nuestra vida con todos sus afanes y logros. Ahí, cuando realmente sufrimos el desierto de nuestra existencia tratamos de llenar en vacío con las riquezas, el poder, el éxito, el placer que apenas llega se disipa. Objetivos que nos entretienen pero no silencian ese anhelo de más humanidad que puja en nosotros. Si realmente decidimos entrar en nuestra intimidad constatando el desierto en que nos deja todo eso y enfrentándonos con la soledad que nos constituye, podemos caer en la cuenta de no estanos solos en la vida. Nos afirma, sostiene y acompaña siempre una Presencia de amor que nos da luz y entrañas para vivir relacionándonos en amor con todos los vivientes. Cuando Jesús en el desierto experimentó esa presencia de amor salió a transmitir el evangelio: somos todos amados y vocacionados para vivir en el amor. Eso significa reino de Dios. Y Jesús ahora nos dice: "convertíos, cambiad de mentalidad y aceptad este Evangelio"
Volver arriba