Cuaresma para el encuentrro: en la celebración litúrgica (4.3.18)
"Destruid este templo y en tres día edificaré un templo nuevo"
El templo con las celebraciones litúrgicas ha sido y es el centro de las religiones. El templo y su culto eran la referencia que unía todas las tribus de Israel; la profanación del templo por los invasores se consideraba desgracia para el pueblo. El templo era la habitación misteriosa de Dios, “el lugar donde hizo habitar su santo nombre”. Pero en tiempos de Jesús el templo y el culto se habían convertido en un montaje de ritos sacrificiales donde algunos recibían pingües beneficios económicos, mientras dictaban leyes de impureza que discriminaban religiosa y socialmente a extranjeros, pobres, enfermos y leprosos. Desde su experiencia de Dios, “Abba” que a todos ama sin discriminaciones se comprende la reacción de Jesús: “no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”.
Los evangelios sinópticos traen ese relato acentuando el gesto profético de Jesús. Pero el evangelio según san Juan que hoy leemos, va más allá. El gesto de Jesús no solo es profético que denuncia los abusos contra la misericordia y la justicia que se pretenden encubrir con sacrificios rituales. El cuarto evangelista destaca que el gesto de Jesús dice algo más: ha llegado ya el Mesías y con él también el verdadero culto “en Espíritu y en verdad”. Jesús de Nazaret pasó por el mundo haciendo el bien, como signo de la misericordia y entregándose hasta la muerte para que todos podamos vivir con dignidad y como hermanos. Esa muerte fue consecuencia de su conducta histórica y expresión del amor que venció a la muerte: “destruid este templo de piedra y en tres días –´al tercer día resucitó´- levantaré otro templo no hecho por manos de hombre”. Jesús hablaba del templo de su cuerpo; “cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos recordaron que había dicho esto”. Ese es el culto en espíritu y en verdad.
En cuaresma nuestro encuentro debe tener como lugar privilegiado la oración litúrgica y principalmente la celebración eucarística. Sin duda hay un aspecto externo y ritual que tiene su valor simbólico. Tampoco es indiferente la presencia y el talante del que preside la celebración y el ritmo de la misma. Pero el sujeto que celebra la eucaristía es la comunidad cristiana, y cada uno de los participantes. Nadie puede impedir ni suplir las actitudes y compromisos de las personas. La celebración eucarística es un encuentro personal y comunitario con Jesucristo resucitado que nos ofrece su propia conducta histórica como camino para nuestra realización verdadera. No es suficiente un culto externo por elegante, cálido psicológicamente y meticuloso que sea. El culto “en espíritu y en vedad”, exige no separar al sacramento del altar y el sacramento del hermano. Y eso ya no depende de lo bien que hable el que preside o del armonioso coro que acompaña, sino de cada uno. A esta personalización invita el evangelio de este domingo
El templo con las celebraciones litúrgicas ha sido y es el centro de las religiones. El templo y su culto eran la referencia que unía todas las tribus de Israel; la profanación del templo por los invasores se consideraba desgracia para el pueblo. El templo era la habitación misteriosa de Dios, “el lugar donde hizo habitar su santo nombre”. Pero en tiempos de Jesús el templo y el culto se habían convertido en un montaje de ritos sacrificiales donde algunos recibían pingües beneficios económicos, mientras dictaban leyes de impureza que discriminaban religiosa y socialmente a extranjeros, pobres, enfermos y leprosos. Desde su experiencia de Dios, “Abba” que a todos ama sin discriminaciones se comprende la reacción de Jesús: “no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”.
Los evangelios sinópticos traen ese relato acentuando el gesto profético de Jesús. Pero el evangelio según san Juan que hoy leemos, va más allá. El gesto de Jesús no solo es profético que denuncia los abusos contra la misericordia y la justicia que se pretenden encubrir con sacrificios rituales. El cuarto evangelista destaca que el gesto de Jesús dice algo más: ha llegado ya el Mesías y con él también el verdadero culto “en Espíritu y en verdad”. Jesús de Nazaret pasó por el mundo haciendo el bien, como signo de la misericordia y entregándose hasta la muerte para que todos podamos vivir con dignidad y como hermanos. Esa muerte fue consecuencia de su conducta histórica y expresión del amor que venció a la muerte: “destruid este templo de piedra y en tres días –´al tercer día resucitó´- levantaré otro templo no hecho por manos de hombre”. Jesús hablaba del templo de su cuerpo; “cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos recordaron que había dicho esto”. Ese es el culto en espíritu y en verdad.
En cuaresma nuestro encuentro debe tener como lugar privilegiado la oración litúrgica y principalmente la celebración eucarística. Sin duda hay un aspecto externo y ritual que tiene su valor simbólico. Tampoco es indiferente la presencia y el talante del que preside la celebración y el ritmo de la misma. Pero el sujeto que celebra la eucaristía es la comunidad cristiana, y cada uno de los participantes. Nadie puede impedir ni suplir las actitudes y compromisos de las personas. La celebración eucarística es un encuentro personal y comunitario con Jesucristo resucitado que nos ofrece su propia conducta histórica como camino para nuestra realización verdadera. No es suficiente un culto externo por elegante, cálido psicológicamente y meticuloso que sea. El culto “en espíritu y en vedad”, exige no separar al sacramento del altar y el sacramento del hermano. Y eso ya no depende de lo bien que hable el que preside o del armonioso coro que acompaña, sino de cada uno. A esta personalización invita el evangelio de este domingo