Echar demonios (13.7.15)

Llamó Jesús a los Doce y les fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritu inmundos.”

1. Mientras algunos dicen que no existe el demonio
, no faltan quienes siguen identificándolo con un animal feroz y ladino, con cuernos y rabo, que se mete a escondidas y en su rastro deja un olor de azufre. Los que dicen que no existe el diablo parece que están ciegos: en la sociedad y también dentro de la misma Iglesia hay una legión de fuerzas diabólicas, que etimológicamente quiere decir: dividir entre sí a las personas y tirarlas por tierra negando su dignidad; según evangelio el demonio es “legión”. Los que identifican al demonio con un animalito feroz y ladino que se mete en las personas y las trastorna, tienen cierta razón, pero se quedan cortos, pues las fuerzas diabólicas no están sólo dentro de las personas tentadas de egoísmo, sino en las organizaciones sociales y religiosas.

2. Jesús pasó por el mundo haciendo el bien y combatiendo a estas fuerzas malignas que tiran a las personas por los suelos y desfiguran a la organizaciones humanas. Es bien significativo el relato evangélico sobre la curación de un endemoniado en Gerasa: vivía entre los muertos, se destruía a sí mismo y no podía convivir por su agresividad. Cuando Jesús le cura, está sentado, feliz y compartiendo en amistad con todos. Jesús combatió los demonios que había en la sociedad y en la religión judías de su tiempo. Esas fuerzas diabólicas le condenaron a muerte. Pero muriendo con amor, abrió un camino de vida para todos, y así derrotó a las fuerzas diabólicas que el cuarto evangelista llama “el príncipe de este mundo pervertido”.

3. Jesús envía a los Doce. Este número es simbólico; se refiere a las doce tribus del pueblo judío, es decir, a la totalidad. Hoy el envío es para todos los miembros del pueblo de Dios que son todos los bautizados en la Iglesia. Y el envío es para “echar espíritus inmundos”, diablos o demonios. Esa fuerzas malignas que generan odio, violencia, desprecio hacia los demás, corrupción, codicia desorbitada, olvido de los que no pueden pagar en el mercado. Esa fuerza maligna ya se infiltra y corrompe nuestro corazón; es el primer ámbito que debemos purificar. Y destruye no sólo el rostro humano de la sociedad y el clima de amor en nuestras familias, sino también el rostro evangélico de la Iglesia. Los cristianos, enviados a combatir los “espíritus inmundos”, tenemos hoy amplio campo de misión.
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