Intimidad e intimismo (19. 7.15)
“Los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho. Jesús les dijo: vamos a un sitio tranquilo porque eran tantos los que iban y venían que no tenían tiempo ni para comer. Se fueron al otro lago del lago pero al desembarcar Jesús vio una multitud, le dio lástima de ellos porque andaban como ovejas sin pastor y se puso a enseñarles con calma”
Cuenta el evangelista Marcos que Jesús llamó a los que quiso para que estuvieran con él y enviarlos a difundir el evangelio por las aldeas de Galilea. Los discípulos salieron a cumplir su misión, fueron bien acogidos por la gente, y volvieron a Jesús para contarle sus éxitos. Pero Jesús se dio cuenta que no debían olvidar algo importante: reunirse de nuevo con él y procesar sus actividades en un lugar silencioso y retirado. Sin embargo cuando ya están el retiro deseado, Jesús ve a la gente, se compadece y otra vez se entrega con amor a la misión.
Al evangelista lo que le importa sobre todo es el significado que tal relato puede tener para los primeros cristianos. El seguimiento de Jesucristo conlleva dos dimensiones inseparablemente unidas. Primera, “estar con Jesús”; en esa intimidad nace la confianza, caen los miedos y brota el coraje de futuro; sin ese clima de intimidad y contemplación no hay seguimiento. Pero en la espiritualidad cristiana no se confunde interioridad con intimismo, porque el encuentro auténtico con el Dios revelado en Jesucristo, nos lleva sin remedio a la preocupación por los otros, motivados por la compasión al ver sus necesidades. Estar con Jesús y ser enviados son aspectos inseparables de la única experiencia que llamamos fe cristiana.
Es importante distinguir entre intimidad e intimismo. Intimidad es ese ámbito de pensamientos y afectos de una persona, de una familia o de un grupo humano que no está en principio abierto al dominio público; sin ese ámbito cálido no podríamos respirar.. Intimismo en cambio evoca cerrazón en uno mismo, incomunicación asfixiante. Cuando en nuestra cultura la superficialidad se impone y la manipulación mediática nos zarandea, cada vez es más urgente cultivar la interioridad personal y la intimidad en relación con otras personas. Pero el intimismo como cerrazón en nuestro “ego” aislándonos de los otros, o cerrazón en nuestro grupo negándonos al diálogo con los demás, es enfermedad que nos deshumaniza.
Cuenta el evangelista Marcos que Jesús llamó a los que quiso para que estuvieran con él y enviarlos a difundir el evangelio por las aldeas de Galilea. Los discípulos salieron a cumplir su misión, fueron bien acogidos por la gente, y volvieron a Jesús para contarle sus éxitos. Pero Jesús se dio cuenta que no debían olvidar algo importante: reunirse de nuevo con él y procesar sus actividades en un lugar silencioso y retirado. Sin embargo cuando ya están el retiro deseado, Jesús ve a la gente, se compadece y otra vez se entrega con amor a la misión.
Al evangelista lo que le importa sobre todo es el significado que tal relato puede tener para los primeros cristianos. El seguimiento de Jesucristo conlleva dos dimensiones inseparablemente unidas. Primera, “estar con Jesús”; en esa intimidad nace la confianza, caen los miedos y brota el coraje de futuro; sin ese clima de intimidad y contemplación no hay seguimiento. Pero en la espiritualidad cristiana no se confunde interioridad con intimismo, porque el encuentro auténtico con el Dios revelado en Jesucristo, nos lleva sin remedio a la preocupación por los otros, motivados por la compasión al ver sus necesidades. Estar con Jesús y ser enviados son aspectos inseparables de la única experiencia que llamamos fe cristiana.
Es importante distinguir entre intimidad e intimismo. Intimidad es ese ámbito de pensamientos y afectos de una persona, de una familia o de un grupo humano que no está en principio abierto al dominio público; sin ese ámbito cálido no podríamos respirar.. Intimismo en cambio evoca cerrazón en uno mismo, incomunicación asfixiante. Cuando en nuestra cultura la superficialidad se impone y la manipulación mediática nos zarandea, cada vez es más urgente cultivar la interioridad personal y la intimidad en relación con otras personas. Pero el intimismo como cerrazón en nuestro “ego” aislándonos de los otros, o cerrazón en nuestro grupo negándonos al diálogo con los demás, es enfermedad que nos deshumaniza.