Meditación sobre la Iglesia. Lo que no se puede decir

Tuve que hacer este comentario en la presentación del libro que lleva ese título. Porque tal vez sirva para entender mejor su intención y mensaje, lo difundo en este medio.

1. Cómo situar este libro. A partir del Sínodo Extraordinario de 1985, comenzó un segundo periodo postconciliar donde el Magisterio trató de garantizar la identidad de la Iglesia, un tanto dislocada con la orientación renovadora del Concilio. El Sínodo pidió seguridades y certezas que llegaron en el “Catecismo de la Iglesia Católica” publicado en 1992. Consciente de que es Jesucristo quien juzga la verdad de la Iglesia y no al revés, a partir de esa fecha, comencé a elaborar el libro “Jesucristo una propuesta de vida”.

Por otro lado, ante el nuevo giro dado por el Magisterio en el segundo periodo postconciliar, de modo más o menos explícito, incluso entre muchos católicos, iba calando el eslogan: “Cristo sí , Iglesia no”. Pero a Jesucristo no lo encontramos sino en la Iglesia; por eso escribí “A los 50 años del Vaticano II”, presentando a la Iglesia como organismo vivo, continuamente rejuvenecida por el Espíritu, en proceso histórico y caminando hacia su plena realización.

Viendo cómo en los últimos los últimos años las críticas a las instituciones y procedimientos eclesiales, muchas veces justificadas, aumentaban, sentí la necesidad de preguntarme qué significa creer y comprometerse en y con la Iglesia. Como una meditación en voz alta escribí este libro. Pensando ya en una tercera etapa postconciliar, terminaba redactarlo cuando llegó el papa Francisco. Por eso incluí en la redacción final algunas palabras suyas que apuntan a ese tiempo nuevo para procesar serenamente la herencia del Vaticano II que se ha ido concretando, con su altibajos, en el postconcilio.

2. “Lo que no se puede decir”. Alguno comentará: un subtítulo llamativo para la publicidad. Pero en mi intención tiene más calado. La entraña de la Iglesia comunidad de vida sólo puede ser percibida en el dinamismo de la encarnación, como un misterio. Entendiendo bien esta palabra Misterio no como algo sublime ante lo cual hay que renunciar a todo esfuerzo intelectual como ante un muro vertical y liso. Misterio aquí quiere decir “realidad impregnada por la presencia de Dios y, por consiguiente de tal naturaleza que admite siempre nuevas y cada vez más profundas exploraciones. Por eso la experiencia de un alma fiel es más importante que los discursos teológicoa ya que el misterio, más que objeto de clara percepción intelectual, tiene que ser un acontecimiento vivido, Según Tomás las formulaciones no agotan el contenido último de la fe. Si bien creer sólo se puede creer en Dios, al confesar creo en la Iglesia confesamos la presencia del Espiritu Santo que es su alma.

El Vaticano II dijo que “en cierto modo el Hijo de Dios en la encarnación se ha unido a todo ser humano”. La Iglesia, cuerpo espiritual de Cristo, es el signo, la proclamación visible de esta encarnación continuada. Es la comunidad de hombres y mujeres que se abren a la Presencia de Dios revelado en Jesucristo. Una comunión de vida que lleva en su misma entraña la catolicidad o apertura incondicional a la humanidad y a la creación entera, originadas y sostenidas continuamente por Dios como Amor, “Abba”, como Palabra y como Espíritu dando a todos y a todo vida y aliento; defendiendo la dignidad de los excluidos y desde ahí manifestando el camino de la verdadera y plena humanización. Se comprende que el mundo entra en la constitución de la Iglesia como la Palabra revelada la celebración litúrgica.
La encarnación es clave fundamental como aproximación a la Iglesia en salida, en evolución mística dentro de la historia como diría el maestro espiritual del siglo XX fray Juan González Arintero. Una Iglesia en salida de la instituacionalidad y juridicismo cerrado que da seguridad, a la fe o encuentro de vida que da confianza. Salida del eclesiocentrismo con actitud defensiva y de mal humor, a la configuración con Jesucristo cuya misión fue no dominar sino servir al mundo proclamando y haciendo presente el reino de Dios, símbolo de una sociedad fraterna, sin divisiones ni discriminaciones. Salida del excesivo clericalismo hacia una comunidad fraterna. Salida del consorcio con el poder a una Iglesia pobre y servidora de todos desde los pobres. Salida de la Iglesia que arrastra la escoria del pasado y se instala en la seguridad del presente para buscar ese porvenir evangelizador que diseña el sugerente Epílogo de Jesús Díaz Sariego.

3. La preocupación que motivó este libro fue mi compromiso con y en la Iglesia. Me apena ver las imágenes deformadas que sobre ella tienen incluso muchos bautizados que van cayendo en la indiferencia. Percepciones deformadas a las que damos pie los mismos cristianos con nuestras prácticas social, moral o religiosa. Sin ignorar la dificultad, hay que fortalecer y purificar el verdadero compromiso con la Iglesia. Ella es la única institución del mundo que tiene como punto de referencia y razón última de ser a Jesucristo y su evangelio que no la dejan vivir tranquila.
Si la propuesta de Jesús nos apasiona, lógicamente haremos todo lo posible para mejorar su mediación visible.
A pesar de sus arrugas esta Iglesia tiene también y sobre todo un rostro evangélico. Hay en la Iglesia realidades y personas que se dejan seducir por el espíritu de Jesucristo. Es la Iglesia viviente, que trabaja y reza, que cree, espera y ama, que asciende incesantemente por la pendiente de nuestra pesada naturaleza, que atestigua hasta en el silencio la fecundidad siempre viva del evangelio y la presencia actual del Reino de Dios en el mundo. Es la Iglesia que se preocupa hoy de veras por los excluidos, los emigrantes, los pobres en una sociedad conformista e indolente. La Iglesia cuya vitalidad aflora en la preocupación de muchos por una presencia pública de la Iglesia que sea verdaderamente profética o voz de Dios revelado en Jesucristo.

4. Lo que pasa -otra clave fundamental- es que la Iglesia está en camino ansiando ser lo que todavía no es. Tensión que cada uno vivimos en nuestra propia intimidad y nos libra de autosuficiencias a la hora de juzgar los fallos en personas y organismos de la Iglesia. Por mucho que actúe el Espíritu, hay que aceptar el ritmo de la carne; su acción sólo va calando lentamente. El compromiso incondicional y paciente con y en la Iglesia se llama espiritualidad cristiana. Como una confesión de fe en la Santa Madre Iglesia que me acogió en el bautismo, y me sostiene a lo largo de la vida; una fe que prueba su verdad en el amor y sin perder realismo madura en la esperanza, escribí esta meditación que se queda en aproximaciones a ese dinamismo vivo del Espíritu de Jesucristo en la encarnación continuada cuya expresión visible para todos es la Iglesia.
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