Vayamos a la otra orilla

Domingo 12º

Evangelio: Mc 4, 35-40:

Un día, al atardecer, dice Jesús a sus discípulos: «Vamos a la otra orilla». Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba en la popa, dormido sobre un cabezal. Lo despertaron diciendo: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?». Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio, enmudece!». El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Se llenaron de miedo y se decían unos a otros: «¿Pero, quién es este? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!».


Para meditar:

           La existencia humana  es  un itinerario en continuo cambio. También nuestra fe o experiencia cristiana  no existe en abstracto; existimos las mujeres y los hombres que nos vamos haciendo creyentes en ese mar de la vida donde hay oleajes agresivos y situaciones  que  nos atemorizan. Es la situación que ya sufrían los primeros cristianos a quienes se dirige San Mar cos: la vida del creyente cristiano es como una barca   que debe  caminar hacia la otra orilla con la sensación a veces de que está solo porque no experimenta la presencia de Jesucristo que da confianza.

        Lo vemos en nuestra vida personal: nos cuesta salir de nuestras falsas seguridades y abrirnos a lo nuevo de los otros. Lo vemos en el cambio de cultura –interpretación de la vida  y forma de vivir- en las nuevas generaciones. Y también sucede con frecuencia dentro de la Iglesia: identificamos sin más la fe o experiencia cristiana con formas y costumbres del pasado no aceptables ya en nuestro tiempo.

       En estas y otras situaciones el tradicionalismo, el estancamiento en la seguridad de formas y costumbres del pasado puede ahogar la vitalidad de la fe cristiana en los creyentes que caminan en el tiempo. Una y otra vez debemos recordar y actualizar la conducta de Jesús: “hasta ahora se ha dicho pero yo os digo”.  Es la invitación “vayamos a la otra orilla”, saliendo de nuestra instalación en el pasado. La salida será  fruto de una maduración en la fe o experiencia cristiana. Un despertar a la presencia serena de Jesucristo en nuestro barco.

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