Un santo para cada día: 3 de diciembre S. Francisco Javier (“El Divino Impaciente”. Patrono universal de los misioneros)

San Francisco Javier, patrono de las misiones
San Francisco Javier, patrono de las misiones

Patrono universal de las misiones católicas, junto con Teresa de Lisieux. Confesor, misionero, sacerdote y religioso de la Compañía de Jesús. Recibe el sobrenombre de “el apóstol de las Indias”

Patrono universal de las misiones católicas, junto con Teresa de Lisieux. Confesor, misionero, sacerdote y religioso de la Compañía de Jesús. Recibe el sobrenombre de “el apóstol de las Indias”.

Francisco de Jasso Azpilicueta nació el 7 de abril de 1506, en el castillo de Javier (Navarra). Era el quinto hijo de Juan de Jasso, presidente del Real Consejo del rey de Navarra y de María Azpilicueta, que pertenecía también a una noble familia.

Su niñez estuvo marcada por los hechos políticos que llevaron al enfrentamiento de las tropas navarro-francesas con las castellano-aragonesas. Una vez lograda la victoria, las tropas castellano-aragonesas ocuparon una parte del reino de Navarra. El castillo de Javier fue parcialmente arrasado y su padre fue obligado a marchar al exilio, falleciendo en 1516. Las luchas durarían hasta 1530, en que Carlos I abandona sus aspiraciones a ocupar el resto del reino de Navarra.

Este es el ambiente en el que se desarrolla la infancia y parte de la juventud de Francisco, pero más que por las armas, origen de desastres familiares, él se siente inclinado por los libros. En sus primeros años había recibido formación en la abadía fundada por su padre. Quiere ser letrado como lo fue su progenitor y a los 19 años marcha a estudiar a la universidad de la Sorbona en París. Allí conoce a un estudiante entrado en años, a quien los colegiales han apodado como “el peregrino”. Es Ignacio de Loyola. Éste apoya a Francisco cuando le ve apurado económicamente y Francisco acepta y agradece su dinero, pero no se somete a su dirección.

Francisco es ya maestro en teología a sus 25 años y comienza a enseñar. Ignacio sigue intentando convencerle de que la vida disoluta que lleva, solo le puede acarrear la perdición, hasta que un día le dice al oído: “¿De qué le sirve a un hombre ganar todo el mundo, si al final pierde su alma?”. Al cabo de 4 años de acoso, al final se rinde, al darse cuenta de que aquel hombre “desarrapado” es un sabio y un santo y se une al grupo que Ignacio ya tenía formado y que habría de ser el germen de la Compañía de Jesús.

El 15 de agosto de 1534, en Montmartre, hacen voto de apostolado, pobreza y castidad y van a Roma para que el Papa Paulo III apruebe su proyecto de vida. Francisco es ordenado sacerdote en Venecia y ayuda a la redacción de las Constituciones de la Compañía de Jesús. El rey de Portugal pide misioneros para ir a las Indias y allí se va Francisco con otro compañero, sin más bagaje que una sotana, un crucifijo, un breviario y un catecismo. Embarcan en Lisboa y bordeando África llegan a Mozambique.

Sería demasiado extenso relatar todo lo sucedido en aquellos lejanos lugares, donde muchas almas se convirtieron, oyeron la predicación y recibieron el bautismo de manos de Francisco. Sí diré que tuvo innumerables problemas, entre ellos el idioma de los nativos. Fue preciso adaptar el catecismo a esas lenguas. En todos esos lugares predica, bautiza, atiende a pobres y enfermos, asiste a moribundos. Realiza innumerables viajes entre las islas. El centro de operaciones lo tienen en Goa, donde Francisco está como Vicario General; este dato es importante tenerle en cuenta porque Francisco Javier no va a estas tierras en calidad de misionero sino como Nuncio Apostólico, lo cual dota de una cierta trascendentalidad a la misión a él encomendada, pudiéndose decir que el misionero jesuita roturó terrenos que otros habrían de cultivar y que puso en marcha comunidades cristianas en lugares importantes del Extremo Oriente.

El 3 de diciembre de 1552, estando en la isla de Shangchuan, cuando Francisco tenía 46 años, fallece a consecuencia de una pulmonía. Fue beatificado en 1618 y canonizado el 12 de mayo de 1622, junto con San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Jesús, San Felipe Neri y San Isidro Labrador. San Pío X lo nombró protector de la Obra de la Propagación de la Fe y Pío XI, en 1927, lo declaró, junto con Santa Teresa de Lisieux, patrono universal de las Misiones Católicas.

Reflexión desde el contexto actual:

Siempre consideraremos a San Francisco Javier como uno de los grandes entre los más grandes misioneros que ha habido en toda la historia de la Iglesia. Su gran celo apostólico, sus anhelos de evangelización y su entrega total a los más desfavorecidos, constituyen un vivo ejemplo para todos los que en nuestros días siguen entregando su vida en territorios de misión. En Francisco Javier encontramos ya la impronta que habría de caracterizar a sus hermanos de religión los jesuitas, que es la de ir abriendo senderos, roturando tierras bravías, emprendiendo nuevas aventuras evangélicas, poniendo en marcha siempre ambiciosos planes que habrían de tener continuidad en los que vinieran detrás. Francisco Javier es ese “Divino Impaciente”, que de forma tan admirable supo ofrecernos José M. Pemán.  Para despertar a Javier del letargo en que estaba sumido, el autor gaditano, pone en boca de Ignacio de Loyola estas sublimes palabras que merecen ser recordadas: “El dolor de tu alma ardiente, Javier, /me da pena verla arder/sin que dé luz ni calor. / Eres arroyo baldío/que por la peña desierta/ va desatado y bravío. / Mientras se despeña el río / se está secando la huerta”.  

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