El coraje de futuro
En Caleruega, lugar donde nació Santo Domingo de Guzmán, los dominicos de la provincia “Hispania”, hemos gozado unos días de retiro, convivencia fraterna y animación mutua. Para los frailes predicadores la necesidad de cambio que hoy puja en la Iglesia es invitación y aliciente. Invitación a que dejemos morir lo que tiene que morir; y aliciente para la creatividad haciendo que nazca lo nuevo que quiere nacer; escuchando la presencia y acción del Espíritu en los anhelos, búsquedas y crisis del mundo en nuestro tiempo
Ya en 1975, un clarividente Maestro de la Orden, Vicente de Couesnongle, leyó con finura los nuevos signos del tiempo, y fue consciente de los cambios en la sociedad que pedían conversión de la Iglesia. En ese contexto animó a la familia dominicana con una carta cuyo título ya es profético: “El coraje de futuro”. Y precisaba las condiciones: “una mirada nueva y una disposición al cambio, a los que cabe añadir como fundamento, la esperanza en Dios”.
Esta invitación me animaba cuando esta mañana dominicas contemplativas y dominicos iniciamos la celebración de la eucaristía presidida por el Prior Provincial. Y lectura del día encontré la referencia decisivas para despertar y animar ese coraje de futuro que hoy necesitan la Iglesia y dentro de la misma los frailes predicadores.
Según el Evangelio proclamado, “nadie echa vino nuevo en odres viejos. porque se rompen los odres y el vino nuevo se pierde. Nadie corta una pieza de un manto nuevo para para coserla en un manto viejo, porque se estropea el nuevo y la pieza no le pega al viejo”. En las últimas décadas el mundo ha cambiado: no vale seguir mirando al mundo solo como lugar de pecado pues fuera del mundo no hay salvación; necesitamos una mirada nueva. Si la Iglesia, y en ella los frailes predicadores, no somos contemporáneos de la humanidad, no pintamos nada pues nuestra vocación es anunciar el Evangelio en el tiempo; la instalación en falsas seguridades inventa razones incluso “religiosas” muy sutiles para no mover la silla.
Demos gracias porque a partir del Vaticano II la Iglesia viene ratificando su alianza con este mundo. No es fácil llevar a cabo ese laudable propósito, dado que el mundo también tiene su lado sombrío. Pero además hay en el mundo moderno legítimos reclamos de más humanidad que no encuentran eco ni discernimiento adecuado en la mentalidad de muchos cristianos. Estancamiento de las personas que dificulta los cambios necesarios en las estructuras eclesiales. Da la impresión de que no es suficiente un “aggiornamento”. El Espíritu está pidiendo a la Iglesia una conversión al Evangelio y la respuesta va para largo.
Esta esperanza o mirada confiadamente al porvenir no es fácil. Las inclemencias del tiempo y los cambios confusos nos dejan al aire; amenazados por el desánimo, el miedo al futuro y la desesperanza nos paralizan; lo más razonable parecen el desánimo y la resignación. Pero en esta sociedad tan zarandeada por el cambio, no todo es negativo; hay en ella muchos anhelos laudables y debemos levantar la cabeza para discernir los rumores de transcendencia que brotan por doquier.
Dado el espesor de la oscuridad en que nos encntramos, para mirada positiva y confianda urge avivar la esperanza teologal que ya siglos antes de Jesucristo, primogénito de los creyentes, proponía el profeta Habacub: “Aunque la higuera no echa yemas y las vinas no lleven fruto; aunque el olivo olvida la aceituna y los campos no den cosecha; aunque se acaban las ovejas del redil y no quedan vacas en el establo, yo me alegraré en el Señor, me gloriare en Dios mi salvador”. Donde todo invita a tirar la toalla y aceptar sin mas el fracaso, la experiencia de Dios, Presencia de amor activo en el corazón de los seres humanos y en la evolución de la historia, da pie para mirar confiadamente al porvenir. La Iglesia, en cuya misión tenemos sentido lo frailes predicadores, encuentra su verdad y su sentido anunciando este Evangelio. Para uno, ya termina su andadura como fraile predicador, ha sido gratificante ver estos días cómo novicios y prenovicios jóvenes, de distintas regiones, culturas y colores, respiran entusiasmo y están decididos a construir el futuro siendo frailes predicadores o testigos creíbles del Evangelio.