Hacia una economía solidaria
Actuar según esta parábola sería un desastre para la economía tal como funciona hoy. A quién se le ocurre pagar jornal completo también al que sólo estuvo una hora en el tajo, mientras otros han estado currando durante toda la jornada. Decididamente el evangelio choca con una racionalidad económica cuyo objetivo es producir más ¿ Será posible otra racionalidad?
La racionalidad económica puede ser medida por la producción que logra y los beneficios monetarios que aporta. Teniendo como principal y único ese objetivo, las personas son valoradas sólo por lo que trabajan y económicamente rinden; son piezas de consumo. Lo importante es la mayor producción. Si las personas económicamente no aportan beneficio, son material desechable. Según Aristóteles, genial filósofo griego, tres siglos antes de Cristo, la economía es el arte de producir recursos en orden a cubrir las necesidades básicas de todos; este objetivo debe entrar en su racionalidad. Pero cuando la gestión de la economía sólo busca el máximo beneficio, se queda en crematística, que viene a ser artimaña para acaparar beneficios a costa de los demás.
En el funcionamiento actual de la economía globalizada, cuyo efecto desastroso se manifiesta no sólo en la escandalosa pobreza que sufren los pueblos del mundo menos desarrollados económicamente sino también en la crisis económica que estamos sufriendo en los pueblos europeos, es innegable esta lógica crematística. Sencillamente porque se valora más al dinero que a la persona. Con ese criterio es irracional y no se comprende la parábola evangélica. Sólo se puede interpretar bien si miramos a la persona como fin y dentro de la economía procedemos con la lógica de la misericordia, la compasión, la gratuidad. Es la lógica del padre bueno que acoge con amor al hijo perdido y le da más que lo que merece, lo que necesita. Sólo con esta inspiración de gratuidad puede curar la racionalidad chata e individualista de la economía cuyo fin es satisfacer las necesidades básicas de todos.