La familia: mesa compartida

“Amigo ¿cómo has entrado aquí sin vestido de fiesta?”

1. El banquete de bodas es la parábola que expresa bien el contenido del símbolo “reino de Dios”.Una comunidad de amor,sin discriminaciones, donde todos se sientan juntos como personas libres y participan en la misma mesa con alegría de fiesta ¿No es el proyecto de la pareja humana cuando, atraídos por el amor, forman un hogar y crean una familia?

En la mesa compartida las personas van creciendo en relación de acogida,comprensión y mutua solicitud. Un proyecto que va cuajando con sus altibajos, limando aristas, en fidelidad que se re-crea cada día porque, de lo contario, la intención primera del amor se oscurece y la convivencia se hace insoportable o se reduce a una sociedad fría de seguros mutuos. La “mesa compartida”, donde cada uno relativiza “sus negocios” para compartir cuanto es y cuanto tiene con su pareja y los hijos fruto de un amor fecundo.

2. Se está celebrado el Sínodo sobre la familia. Sin duda es urgente revisar la legislación actual sobre los anticonceptivos y sobre los divorciados que lógicamente tratan de rehacer su vida con una nueva pareja.
El evangelio de Jesucristo no es un código penal sino la buena nueva de la misericordia. Dios nos ama también y sobre todo en nuestros fallos y fracasos. La Iglesia no es “una aduana, es casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas”.
Es el evangelio que va tomando voz no sólo en el papa Francisco sino en otras intervenciones sinodales.

3. Si todos los problemas que hoy tienen el matrimonio y la familia fueran sólo disciplinares, el arreglo sería relativamente fácil ; el significado de esas realidades según la fe cristiana no puede cambiar, pero la disciplina sí puede y debe cambiar. El vacío que hoy provoca la crisis del matrimonio y de la familia es más hondo.

Según el evangelio, Jesús se refiere al tema del divorcio: no es tolerable una ley machista según la cual el marido puede abandonar a su esposa como si fuera una mercancía; los dos son personas con los misma dignidad. Además “lo que Dios ha unido no lo separe el hombre”. Pero Dios no une por las leyes canónicas sino por el amor cuya intención es la plena comunión entre las personas, la mesa compartida, esa utopía expresada en el símbolo reino de Dios. Una cosa es la indisolubilidad canónica y otra la fidelidad que la pareja debe actualizar cada día y en cada instante de su convivencia.

La cuestión fontal por tanto no es sólo disciplinar, de ascesis y de una moral estoica. Sin la mística del amor, sin ese “vestido de fiesta” que regala el padre bueno al hijo pródigo, no hay mesa compartida; el matrimonio y la familia se reducen a “un castillo de naipes” que se desploma sin remedio. Y este mística del amor hoy está sufriendo la prueba no sólo por una cultura consumista de las personas –“úsese y tírese”-. También por la dura prueba de una situación social injusta donde las parejas y las familias se ven frustradas a la hora de hacer realidad, siquiera parcialmente, la utopía de la mesa compartida que es la intención última del amor.

Esperemos que una vez más en el Sínodo la Iglesia, rejuvenecida por el Espíritu, sea permeable al evangelio de misericordia y pueda ofrecer una luz para esta humanidad que, nacida del amor y vocacionada para amar, sigue buscando la felicidad pero no encuentra el camino.
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