No matemos a los profetas (5.1o.14)
“Los labradores, al ver al hijo del dueño de la viña, se dijeron: este es el heredero; venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia (evangelio)
Cob esta parábola Jesús denuncia “a los sacerdotes y senadores del pueblo” que ya le amenazan de muerte. Ha denunciado una y otra vez el abuso de la religión por parte de esas autoridades religiosas que se han apropiado del pueblo judío, simbolizado en la viña, y han buscado únicamente su propia seguridad. Aunque el amo de la viña qwue es Dios mismo también una y otra vez envía profetas para corregir sus desmanes, aquellas autoridades religiosas no se convierten, rechazan a los profetas y acaban matando al Enviado, el Profeta por excelencia, al Hijo.
Aunque resulta fácil, no es justo aplicar hoy esta denuncia sólo a posibles abusos de poder y cerrazón en en la jerarquía eclesiástica. Es necesario que todos los cristianos escuchemos la parábola como llamada a nuestra propia conversión. Por el bautismo todos hemos sido convocados para cultivar la viña, es decir la propia vida que es la vida de la Iglesia, en orden a que dé uvas y no agrazones. Fruto sabroso de confianza, misericordia, justicia, y solidaridad. Y no fruto amargo de ambición, violencia y olvido de los más débiles.
Con frecuencia sin embargo en nuestra práctica de vida fácilmente dejamos a un lado esa vocación bautismal y ese programa evangélico que aceptamos teóricamente. En el evangelio encontramos la llamada a la conversión que nos hace Jesucristo, Profeta por excelencia. Escuchamos esa llamada en nuestra conciencia, y en la Iglesia nuestra Madre. No sólo cuando en la celebración eucarística proclamamos y comentamos el evangelio. sino también en la conducta de cristianos que tratan de ser auténticos creyentes o seguidores de Jesucristo. Y esa llamada profética incluso nos puede llegar de la insatisfacción que hoy manifiestan muchos ciudadanos que buscan otros aires y tratan de construir una sociedad donde todos podamos vivir con dignidad de personas. No matemos a los profetas.
Cob esta parábola Jesús denuncia “a los sacerdotes y senadores del pueblo” que ya le amenazan de muerte. Ha denunciado una y otra vez el abuso de la religión por parte de esas autoridades religiosas que se han apropiado del pueblo judío, simbolizado en la viña, y han buscado únicamente su propia seguridad. Aunque el amo de la viña qwue es Dios mismo también una y otra vez envía profetas para corregir sus desmanes, aquellas autoridades religiosas no se convierten, rechazan a los profetas y acaban matando al Enviado, el Profeta por excelencia, al Hijo.
Aunque resulta fácil, no es justo aplicar hoy esta denuncia sólo a posibles abusos de poder y cerrazón en en la jerarquía eclesiástica. Es necesario que todos los cristianos escuchemos la parábola como llamada a nuestra propia conversión. Por el bautismo todos hemos sido convocados para cultivar la viña, es decir la propia vida que es la vida de la Iglesia, en orden a que dé uvas y no agrazones. Fruto sabroso de confianza, misericordia, justicia, y solidaridad. Y no fruto amargo de ambición, violencia y olvido de los más débiles.
Con frecuencia sin embargo en nuestra práctica de vida fácilmente dejamos a un lado esa vocación bautismal y ese programa evangélico que aceptamos teóricamente. En el evangelio encontramos la llamada a la conversión que nos hace Jesucristo, Profeta por excelencia. Escuchamos esa llamada en nuestra conciencia, y en la Iglesia nuestra Madre. No sólo cuando en la celebración eucarística proclamamos y comentamos el evangelio. sino también en la conducta de cristianos que tratan de ser auténticos creyentes o seguidores de Jesucristo. Y esa llamada profética incluso nos puede llegar de la insatisfacción que hoy manifiestan muchos ciudadanos que buscan otros aires y tratan de construir una sociedad donde todos podamos vivir con dignidad de personas. No matemos a los profetas.