Del miedo, a la confianza y al diálogo
Bien podemos comparar la existencia humana como una barca en travesía, y el símbolo es también válido para la sociedad donde todos convivimos en proceso imparable. Los últimos acontecimientos políticos han conmovido un poco la estabilidad y es natural que muchos nos quedemos un poco en el aire. Asoman ciertos recelos contra la Iglesia justificados en parte por realizaciones históricas evangélicamente equivocadas, y sigue la confusión respecto a la misión de la misma. Mientras, muchos cristianos andan un poco perdidos en el miedo al cambio. Sin la pretensión de cerrar en esquemas el dinamismo vivo de la sociedad ni dogmatizar en un terreno enmarañado, lanzo algunas sugerencias.
1. La política como tarea por conjugar el bien de las personas y de los grupos con el bien común, los derechos y obligaciones de unos con los derechos y obligaciones de los demás, tiene su propia racionalidad y autonomía, que no recibe de la religión. Esta no se identificas con ningún partido político. Es un pufo, una lacra y una pena que con frecuencia en nuestra sociedad española muchos siguen identificando a la Iglesia con la derechas políticas, aunque ya está trasnochado el binomio derecha/izquierda.
2. La política incluye un juego de libertades. Y los cristianos debemos celebrar la libertad y el pluralismo que durante los últimos vaivenes políticos está cundiendo. Cuanto las personas son más libres son más personas.
3. Dicho esto, por lo que uno en estos días va percibiendo en los medios de comunicación, hay un tema fundamental que sigue muy confuso: la presencia pública de la Iglesia y en general de la religión. Tema que incluye distintos presupuestos:
Primero, el derecho a la libertad religiosa. Cada quien tiene derecho a practicar una religión, varias o ninguna. Es un derecho anejo a la dignidad de la persona; no lo concede ningún Gobierno sino que debe garantizarlo.
Segundo. Hay que distinguir entre sana laicidad y laicismo. Sana laicidad quiere decir autonomía del pueblo para autogestionarse sin imposiciones foráneas que le arrebaten su protagonismo. Por el contrario laicismo significa negar el derecho que la persona tiene a practicar una religión. Tan cerril es el laicismo como el confesionalismo político que pretende imponer una religión a todos los ciudadanos. Recuerdo un chiste de Mingote que viene al caso. Dos viejitos ven cómo un niño arroja piedras contra el escaparate, y uno de los ancianos comenta: “gamberro será, aunque todavía no sabemos si de izquierdas o derechas”.
Tercero. Porque las personas tienen derecho a manifestar y actuar políticamente según las creencias, no se debe negar a la religión una presencia pública. A quién se le ocurre que la libertad religiosa es un derecho de la persona y luego decretar su privacidad políticamente. Como si una religión debidamente profesada no tuviera repercusión en la vida privada y en las relaciones sociales de la persona.
Por el hecho de que la Iglesia pueda caer en la tentación del poder adoptando una presencia pública no conforme al evangelio, no se puede concluir en la privaticidad negando a la sociedad civil los valores humanistas que aporta el cristianismo. Se puede y se debe trabajar para que la Iglesia pierda una presencia de poder y monopolio indebidos, garantizando en cambio su presencia pública en vez de silenciarla en el expolio. Claro que esta nueva presencia pública y profetica depende sobre todo de que los cristianos seamos fieles al evangelio