Del miedo a la confianza (16.11.14)
1. En La parábola de los talentos hay dos detalles que sorprenden. Primero, el que guardó el talento recibido aparentemente no hizo nada malo, pero olvidó que lo había recibido para dar fruto; no hemos recibido facultades y recursos para conservarlos, sino para compartirlos. Segundo, la parábola no contempla el caso de que la inversión del talento pueda ser un fracaso; hay que arriesgarse en la vida, trabajando aunque fracasemos; no vale permanecer de brazos cruzados ante los males del mundo que reclaman nuestro compromiso.
2. Lo que pervierte la conducta del que escondió su talento es el miedo al amo. Una moral del miedo a Dios juez insobornable que ajustará cuentas. Es la imagen de la divinidad que todavía prevalece en muchos cristianos. Oyeron las prédicas cuaresmales describiendo el fuego y el hedor de infierno, así como el equipo de diablos especializados en torturas, adiestrado para castigar a los pecadores y satisfacer la ira de Dios. Es el miedo que ya metemos en los niños para que no sean traviesos.
3. Esa imagen de la divinidad fabricada por nosotros nada tiene que ver con el Padre misericordioso revelado en Jesucristo. Una cosa es “temor de Dios” y otra “miedo a Dios”. Temor de Dios es reacción normal ante el Inefable que se revela; por ejemplo el temor que experimenta María de Nazaret al recibir el anuncio de la encarnación. El miedo a Dios en cambio proviene de una falsa imagen de la divinidad que apabulla con su mirada de super-policía. Por eso San Pablo recuerda: en el bautismo no hemos recibido el espíritu de esclavos aplastados por el miedo sino el espíritu de hijos que confían sin reservas en el “Abba”, padre y madre, ternura infinita. En la misma fe cristiana, San Juan escribe: “en el amor no cabe el miedo; antes bien el amor perfecto echa fuera el miedo porque el miedo entraña castigo; quien tiene miedo no ha llegado a la perfección del amor”. No conoce, no se ha encontrado, no tiene experiencia de Dios que es amor y no sabe más que amar.
2. Lo que pervierte la conducta del que escondió su talento es el miedo al amo. Una moral del miedo a Dios juez insobornable que ajustará cuentas. Es la imagen de la divinidad que todavía prevalece en muchos cristianos. Oyeron las prédicas cuaresmales describiendo el fuego y el hedor de infierno, así como el equipo de diablos especializados en torturas, adiestrado para castigar a los pecadores y satisfacer la ira de Dios. Es el miedo que ya metemos en los niños para que no sean traviesos.
3. Esa imagen de la divinidad fabricada por nosotros nada tiene que ver con el Padre misericordioso revelado en Jesucristo. Una cosa es “temor de Dios” y otra “miedo a Dios”. Temor de Dios es reacción normal ante el Inefable que se revela; por ejemplo el temor que experimenta María de Nazaret al recibir el anuncio de la encarnación. El miedo a Dios en cambio proviene de una falsa imagen de la divinidad que apabulla con su mirada de super-policía. Por eso San Pablo recuerda: en el bautismo no hemos recibido el espíritu de esclavos aplastados por el miedo sino el espíritu de hijos que confían sin reservas en el “Abba”, padre y madre, ternura infinita. En la misma fe cristiana, San Juan escribe: “en el amor no cabe el miedo; antes bien el amor perfecto echa fuera el miedo porque el miedo entraña castigo; quien tiene miedo no ha llegado a la perfección del amor”. No conoce, no se ha encontrado, no tiene experiencia de Dios que es amor y no sabe más que amar.