Un nuevo estilo de vida
Domingo 4º de resurrección
Evangelio: Jn 10, 11-18:
Dijo Jesús: «Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo las roba y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a estas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor. Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre».
Para meditar:
1.En aquella sociedad judía, el buen pastor va delante de las ovejas y le siguen porque las lleva siempre a pastos buenos. En la revelación bíblica el buen pastor es símbolo de Dios que con amor va delante abriendo camino al pueblo. Y según el cuarto evangelio que hoy leemos, Jesucristo, presencia de Dios amor en condición humana, es para nosotros el buen pastor. Va delante de sus seguidores no buscando poder y prestigio para él, sino entregando la propia vida para que todos puedan vivir.
2.“Conozco a mis ovejas y ellas me conocen como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre”. La fe cristiana es participar la misma experiencia que Jesús tiene de Dios: amor que se está dando continuamente, Desde su intimidad con el “Abba”, Jesús de Nazaret fue hombre totalmente para los demás; se dejó impactar por el sufrimiento de las víctimas y cono el buen samaritano, movido a compasión, curó heridas y se jugó su propia seguridad para que saliera de su postración el excluido: “nadie me quita la vida sino que yo la entrego libremente”
3. “Tengo otras ovejas que no son de este redil”. Con la imagen del buen pastor se ofrece una forma o estilo de vivir: relacionarnos con los otros mirándolos como hermanos y compartiendo con ellos lo que tenemos a nuestra disposición, en vez de cerrarnos, pensar y actuar para alimentar nuestro “yo” y nuestra propia seguridad. Un estilo valido no solo para los que nos confesamos cristianos sino para el desarrollo integral de toda persona humana.