A propósito de “Rouco, la biografía no autorizada”

Es el título de un libro publicado por José Manuel Vidal. Ha despertado en mí gran interés porque refleja la evolución de la Iglesia en la sociedad española del postconcilio.

Por su narración bien tramada y por su redacción ágil el libro se lee con gusto. Pero, empleando un estilo periodístico, impresiona la detallada y cuidada información. Más que hagiografía o recuento de milagros, es biografía o relato de una vida con su psicología peculiar, tejida en los vaivenes de la historia y de la Iglesia. En cualquier caso resulta innegable que el cardenal Rouco “ha marcado toda una época en la Iglesia y, por extensión, en la sociedad española”. Su figura no ha sido irrelevante para la orientación de la Iglesia en la sociedad española de las últimas décadas. Los cambios en la Conferencia Episcopal que detalladamente presenta el libro, y en los cuales el cardenal Rouco tuvo su influencia, son fundamentales para conocer la difícil andadura de la Iglesia postconciliar en la sociedad española.

Todo relato ya es interpretación y hay que admitir esa dosis de subjetividad también en este libro. Pero las afirmaciones y juicios del mismo no son arbitrarios sino que vienen avalados por pruebas históricamente objetivas. Bien merece la pena una recensión extensa. Sin embargo me fijo sólo en dos acontecimientos destacados en esta publicación: la reforma o cambio de modelo teológico en la Universidad Pontificia de Salamanca, 1969, y el documento de la Comisión Permanente del Episcopado “Constructores de la paz”, 1986. Viví muy de cerca los dos acontecimientos.

1. La reforma de la teología que ya venían pidiendo las nuevas generaciones, se hizo ineludible después del concilio. No podíamos seguir encerrados en la neoescolástica barroca y abstracta sin conexión con la realidad del mundo moderno. En la Facultad Teológica de San Esteban de Salamanca tuvimos que procesar la crisis al mismo tiempo y quizás un poco antes que la Facultad Teológica de la Universidad Pontificia. Como alternativa entró una corriente de teología alemana, sin duda valiosa; es innegable la influencia positiva que tuvo esa corriente para nosotros. Pero, viendo lo que ocurrió después, me pregunto si la reforma de la teología en Salamanca respondió de verdad al nuevo método y nueva forma de comprender y hacer teología según apuntaba la constitución conciliar “Gaudium et spes”, o nos quedamos sólo en la sustitución de la neoescolástica por la corriente que venía de centroeuropea.

Tanto en la forma de entender la revelación y la fe como en la invitación a leer los signos del tiempo, el Vaticano II sugería un cambio copernicano en la reflexión teológica que se mueve en el interior de la fe. Esta sólo existe en los creyentes dentro de una historia. Por tanto, la reforma de la teología sugerida por el concilio implicaba la inserción en la historia, o mejor, que la historia sea lugar teológico. ¿Hasta qué punto la reforma del 69 que tuvo lugar en Salamanca tenía esta visión?

2. En la perspectiva conciliar fue muy significativa la Asamblea Conjunta, 1971. Después la Instrucción Pastoral de la Conferencia Episcopal sobre “La Iglesia y la comunidad política”, 1973 daba un paso muy medido hacia delante. Concretando en la misma línea salió en 1974 el documento de la Comisión Permanente del Episcopado sobre “Actitudes cristianas ante la actual situación económica de España”. La misma intención renovadora llevó a la elaboración del documento “Constructores de la paz” en 1986. Ya se había iniciado en la Iglesia el “segundo periodo postconciliar” según la expresión del cardenal J. Ratzinger en su “Informe sobre la fe”, y la Conferencia Episcopal acusó el cambio. Según lo cuenta José Manuel en su libro sobre Rouco, “Constructores de la paz” no fue aprobado por la Conferencia y, gracias a la sensatez evangélica de Mons Elías Yañez entonces Presidente, pudo salir como Instrucción Pastoral de la Comisión Permanente. A pesar de los pesares, esa línea renovadora no se perdió y reapareció con inspiración profética en “La Iglesia y los pobres”, documento reflexión elaborado por la Comisión Episcopal de Pastoral Social en 1994.

Y es aquí donde viene el interrogante: ¿la reforma de la teología que a raíz del concilio tuvo lugar en Salamanca, siguió esta línea profética del Episcopado? Curiosamente, según el libro de José Manuel Vidal, los mismos mentores de aquella reforma, ya como obispos, tuvieron sus reservas o se opusieron al documento “Constructores de la paz”.

3. Finalmente dos observaciones dan que pensar. En 1982 se constituye la Asociación de Teólogos Juan XIII. En su inspiración original buscaba una renovación de la teología que, siguiendo las orientaciones del concilio, fuera una reflexión de la fe cristiana que postula continuamente nuevas versiones en nuevas situaciones históricas y culturales. En esta Asociación encontró acogida la teología latinoamericana de la liberación. Y cabe preguntarse hasta qué punto esta preocupación evangelizadora y el nuevo enfoque de la teología, en vez de quedar al margen, podría haber sido también llamada de renovación para nuestras Facultades Teológicas, incluida la de Salamanca.

La otra observación se refiere a la nueva presencia pública de la Iglesia que ya la Conferencia Episcopal, presidida por el cardenal Tarancón, diseñó: entre Iglesia y Estado debe haber “mutua independencia y sana colaboración en el común servicio a los hombres”. Pero “la Iglesia no confunde ser independiente con mera neutralidad, como si ella quisiera y tuviese que permanecer indiferente ante la organización sociopolítica que vaya a darse este país”.

Estas afirmaciones, ya con marcada inspiración conciliar, suponen que la Iglesia no se identifica con ningún partido político y quiere imponer nada por la fuerzas en la sociedad civil. Pero no puede renunciar a ofrecer el evangelio para que los políticos puedan buscar soluciones más humanas. Pasados ya bastantes años, a veces da la impresión que no ha calado esta orientación. Mientras sigue habiendo intervenciones de obispos como si estuviéramos en el nacionalcatolicismo sin respetar la autonomía de la política, hay también silencios inaceptables cuando están en juego los derechos fundamentales de los ciudadanos. Ya va siendo hora de que los obispos no sean considerados como un poder o instancia política más al margen de la comunidad cristiana. Ellos sobre todo deben animar a esta comunidad para que, con su forma de vivir y de actuar socialmente, ofrezcan una alternativa creíble de auténtica humanización que debe ser objetivo de toda política.

Que me dispense José Manuel Vidal por estas disquisiciones a que ha dado pie mi lectura de su interesante libro sobre el cardenal Rouco.
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