¡Tampoco en África vale todo!
La última semana hemos estado pendientes de la crisis de Chad, ese país casi del centro de África, “subsahariano” decimos, excolonia francesa, muy extenso, casi tres veces la extensión de España, poblado por unos 7 millones de habitantes, más pobre que “las ratas”, “uno de los más pobres de África”, que ya es decir, y desde donde una avión español iba a trasladar a más de cien niños, por encargo de una ONG francesa, seguramente para su adopción por familias europeas.
En cuanto a los niños, en principio, estaban enfermos, no tenían familia y todo era legal. Después, se ha sabido que de por medio había engaño, que todo era ilegal, y que a lo más “había buenas intenciones” por parte de la organización humanitaria que lo planificó todo. Supongo que la vida y el futuro de estos niños en Chad, su país, tampoco es ahora para envidiar. He leído que España se ha comprometido a financiar sus estudios para facilitarles un futuro menos cruel. Tal vez, un día, como adultos, estén entre nosotros. Esperemos que sin tener que pasar por la patera.
De todas las palabras que se han dicho y que he podido oír estos días, alguna me ha quedado grabada a fuego. Ésta tan sencilla es la primera. “Los europeos pensamos que en África vale todo”. Es cierto. Yo mismo me sorprendía, tras la detención de la tripulación y de los voluntarios franceses, de cómo actuaba la fiscalía y los tribunales de Chad para tratar el presunto delito con criterios judiciales normalizados. Es una lección a mi ignorancia. Después vino el viaje de Sarkozy, tan alabado aquí, y tan criticado en Francia. Consideraban que la población de Chad, excolonia francesa, lo había de ver como expresión de prepotencia y, por tanto, como una dificultad añadida a la liberación de los detenidos. Al parecer, había que hacer lo mismo, pero sin que se notara. La diplomacia es así. Juzguen ustedes. Por cierto, ¿admitiríamos nosotros tales actuaciones en relación a unos extranjeros detenidos en nuestro país? “Los europeos pensamos que en África vale todo”.
Pienso en “los niños”, ante todo y sobre todo, en su presente y en su futuro, pero mi mente ha ido tras esa otra idea. Un día Lulla da Silva, el actual presidente de Brasil, en una Cumbre Internacional, una de tantas, dijo algo como esto: “Si no asumimos la causa de África como causa de la humanidad, es decir, como causa de todos, nadie tiene derecho a exigirles nada en cuanto a ecología, emigración y hasta violencia”. Es verdad. Ellos tienen que hacer muchas cosas por sí mismos, cierto, pero lo que dijo Lulla es verdad.
África tiene más de 800 millones de personas, que serán unos 1200 en el 2020. La mitad de sus habitantes tiene menos de 25 de años. Es un potencial humano e intelectual de valor incalculable para el futuro. Ayudar a África a salir de su postración y olvido, acompañarla, es una obligación y, con todo el realismo del mundo, un certificado de seguridad para Europa. Aunque sólo fuera por esto, ya hay una razón sobrada para acabar con nuestra indiferencia. Si además, pensamos en nuestra deuda moral, por causa del esclavismo primero, y del colonialismo, después, las exigencias éticas son obvias. Y por si no nos convencen éstas, pensemos siquiera “inteligentemente” sobre lo que la pobreza de África puede suponer como caldo de cultivo para el terrorismo islamista. Y, al cabo, pensemos en las migraciones. Si no hay un modo de vida humano y sostenible, la presión migratoria seguirá y el modo actual de combatirla nos ha de ser cada vez más insoportable. Además los necesitamos. Recuerden al hablar de inmigración esta idea: “Es peor que falten, que no que sobren. Es peor que falten”. Disculpen un final tan “egoísta”.
En cuanto a los niños, en principio, estaban enfermos, no tenían familia y todo era legal. Después, se ha sabido que de por medio había engaño, que todo era ilegal, y que a lo más “había buenas intenciones” por parte de la organización humanitaria que lo planificó todo. Supongo que la vida y el futuro de estos niños en Chad, su país, tampoco es ahora para envidiar. He leído que España se ha comprometido a financiar sus estudios para facilitarles un futuro menos cruel. Tal vez, un día, como adultos, estén entre nosotros. Esperemos que sin tener que pasar por la patera.
De todas las palabras que se han dicho y que he podido oír estos días, alguna me ha quedado grabada a fuego. Ésta tan sencilla es la primera. “Los europeos pensamos que en África vale todo”. Es cierto. Yo mismo me sorprendía, tras la detención de la tripulación y de los voluntarios franceses, de cómo actuaba la fiscalía y los tribunales de Chad para tratar el presunto delito con criterios judiciales normalizados. Es una lección a mi ignorancia. Después vino el viaje de Sarkozy, tan alabado aquí, y tan criticado en Francia. Consideraban que la población de Chad, excolonia francesa, lo había de ver como expresión de prepotencia y, por tanto, como una dificultad añadida a la liberación de los detenidos. Al parecer, había que hacer lo mismo, pero sin que se notara. La diplomacia es así. Juzguen ustedes. Por cierto, ¿admitiríamos nosotros tales actuaciones en relación a unos extranjeros detenidos en nuestro país? “Los europeos pensamos que en África vale todo”.
Pienso en “los niños”, ante todo y sobre todo, en su presente y en su futuro, pero mi mente ha ido tras esa otra idea. Un día Lulla da Silva, el actual presidente de Brasil, en una Cumbre Internacional, una de tantas, dijo algo como esto: “Si no asumimos la causa de África como causa de la humanidad, es decir, como causa de todos, nadie tiene derecho a exigirles nada en cuanto a ecología, emigración y hasta violencia”. Es verdad. Ellos tienen que hacer muchas cosas por sí mismos, cierto, pero lo que dijo Lulla es verdad.
África tiene más de 800 millones de personas, que serán unos 1200 en el 2020. La mitad de sus habitantes tiene menos de 25 de años. Es un potencial humano e intelectual de valor incalculable para el futuro. Ayudar a África a salir de su postración y olvido, acompañarla, es una obligación y, con todo el realismo del mundo, un certificado de seguridad para Europa. Aunque sólo fuera por esto, ya hay una razón sobrada para acabar con nuestra indiferencia. Si además, pensamos en nuestra deuda moral, por causa del esclavismo primero, y del colonialismo, después, las exigencias éticas son obvias. Y por si no nos convencen éstas, pensemos siquiera “inteligentemente” sobre lo que la pobreza de África puede suponer como caldo de cultivo para el terrorismo islamista. Y, al cabo, pensemos en las migraciones. Si no hay un modo de vida humano y sostenible, la presión migratoria seguirá y el modo actual de combatirla nos ha de ser cada vez más insoportable. Además los necesitamos. Recuerden al hablar de inmigración esta idea: “Es peor que falten, que no que sobren. Es peor que falten”. Disculpen un final tan “egoísta”.