Las encíclicas de Benedicto XVI son como artículos para una revista de teología. Son personales y peculiares. Quieren mostrar y convencer. A mí el estilo me atrae. La reflexión es algo barroca, pero muy lógica. Siempre directa y rica. Muy honesta con lo propio y, a la vez, dialogal.
Que el Papa, a través de la esperanza, vuelva de nuevo a la convicción cristiana de que Dios es Amor, y que lo es con el rostro de Jesús, el Cristo, y que esta Buena Nueva nos redime como esperanza ya sí realizada en la historia, y es estímulo insuperable para vivir con los pies en la tierra anhelando su plenitud, todavía no, esto a mí me convence. Si el cristianismo histórico se renueva una y otra vez en esta experiencia del Dios de Jesús, y no en cualquier otro interés o temor, tiene mucho que aportar a la Iglesia y al Mundo. Esto es lo principal.
La encíclica, de otro lado, es como una orquesta en la que todo suena bien, pero sin el debido equilibrio. A mi juicio, le falta dar un mayor peso a la dimensión estructural o “política” de la vida, tanto en cuanto al sufrimiento, sus causas y consecuencias, como en cuanto a la esperanza histórica. La esperanza cristiana pierde así un mayor aprecio de la liberación humana que, en cuanto encarnación de la caridad, le es irrenunciable en todas sus dimensiones. En este sentido, adolece de pesimismo histórico, "por más informado que sea", y se presta a una lectura poco encarnada de la esperanza cristiana, "por más que nos prevenga de ello".