Comunicación de Adviento (2007)

Prometí, ayer lunes, una comunicación o reflexión sobre el Adviento, "Vivir, esperar y anunciar", como complemento a mi propuesta de celebración. Por si a alguien le sirve, ahí va mi "reflexión de cristiano". Es algo larga. Cada cual sabrá si le vale algo, y qué.

Vamos a meditar sobre algunos aspectos del Adviento inminente y lo vamos a hacer en el horizonte de esta intención evangelizadora: “Proponer el anuncio del Evangelio de Jesucristo, de modo significativo, a los hombres y mujeres de nuestro tiempo”


1. Tres grandes anhelos espirituales y prácticos del Adviento.

Es un lugar común decir que el ADVIENTO es un tiempo de espera activa, por tanto, de preparación a la venida del Niño-Dios en Belén y, como insistiré, a su presencia perenne en la historia. Porque el Niño-Dios que viene, ya está aquí, siempre está aquí.

Esa preparación o espera activa, se traduce para mí en tres grandes anhelos espirituales y prácticos:

- Es renovar nuestra confianza en la promesa de Dios y, por ende, alimentar y celebrar nuestra esperanza: “Confiad siempre en el Señor”, en palabras del profeta Isaías 26, 1-6.
- Es renunciar a todo aquello que se nos ha pegado al “espíritu” y nos hace vivir sin tensión cristiana alguna, perfectamente acomodados al “espíritu” del tiempo y su insoportable levedad: “Nosotros esperábamos que él fuese el liberador de Israel,... pero, hoy, son ya tres días que ocurrió” (Lc 24, 21).
- Es acoger una misión que nos sobrepasa, la de testigos, de palabra y obra, de la Buena Nueva del Reino de Dios, “un tesoro que llevamos en vasijas de barro” y que quisiéramos responder con un “proclama mi alma la grandeza del Señor... porque se ha fijado en la humillación de su sierva” (Lc 47-48).


2. A la espera del que ya está aquí, aunque todavía no en plenitud.

Pero, amigos y amigas, vivir el ADVIENTO es más que una espera activa a la venida del Niño-Dios en Belén, Jesús. Nosotros creemos que ese Niño-Dios, en Jesús de Nazaret, ya entró en la historia para siempre, se encarnó en ella y la recuperó como Historia Universal de Salvación. Creemos y decimos que en ella permanece por su Espíritu. Por tanto, no esperamos en Navidad sólo un acontecimiento festivo, la memoria de un nacimiento, el nacimiento por excelencia, sino que ADVIENTO, la fe misma, es reconocer, y por ende convertirnos a ello, que Jesús, el Cristo, por el Espíritu, está ya y “estará con nosotros hasta el final de los tiempos”. Él está aquí por siempre. ADVIENTO es, así, acogida activa de lo que “ya sí” es y no sólo se espera.

- Y, amigos y amigas, ADVIENTO es, también, una espera activa de lo que un día llegará a ser en plenitud, y respecto a lo que hemos de mantenernos despiertos y preparados, porque “no sabéis cuándo va a llegar el Señor de la casa... no sea que, al llegar de improviso, os encuentre dormidos” (Mc 13, 35-36). El cristianismo, nuestra fe, si algo es, es una fe en tensión escatológica, es decir, totalmente pendiente de la promesa de la plenitud, cuando vuelva el Hijo del Hombre y “Dios sea todo en todas las cosas” (1 Cor 15, 28). Somos, por encima de todo, creyentes en una promesa que busca su perfecto cumplimiento, pero que ya está aquí cumpliéndose.


3. Un cristianismo en tensión escatológica con el presente.


- Y si ADVIENTO es acogida renovada del Cristo presente “ya sí”, y expectación por el Cristo esperado, “todavía no” en plenitud, y es fiesta renovada de la memoria de su nacimiento en Belén, la cuestión es si vivimos de verdad esa presencia, esa memoria y esa promesa de plenitud.
Recuerdo haber leído que el cristianismo actual tiene su talón de Aquiles, antes de nada, en la pérdida de tensión escatológica. Me quedé perplejo en su momento. Siempre había pensado que su déficit sería más concreto y social. Pero, no. Es cierto, aunque pensemos a menudo lo contrario. Porque, pensemos, ¿quién vive, hoy, expectante de la vuelta definitiva del Señor, convencido de su posible inminencia? Y, por ende, ¿quién vive con la libertad, el coraje, la gratuidad y la misericordia de esta confianza existencial? Quien no espera algo absolutamente nuevo, no puede arriesgarse a perder lo absoluta o relativamente viejo. Es lo de “si tan largo me lo fías...”.
Es cierto que un cristianismo que sólo mira al futuro de Dios, suele convertir el futuro en un cielo espiritual, desencarnado y ahistórico; pero, no es menos cierto, que un cristianismo sin tensión con la plenitud de la promesa de Dios, es un cristianismo plano, religión a la carta, al gusto de los comensales de turno. Por eso es tan vital la tensión interior a la fe entre el ya sí de la promesa cumplida en la Encarnación y el todavía no de su plenitud posthistórica. Este juego interior de la promesa es el secreto de la fe cristiana.

- Amigos y amigas, no quiero meterme, ya, por los caminos evangélicos de lo que debería ser la perfección cristiana, la que vive en tensión escatológica. Temo que nos desazonemos antes de tiempo. El cristianismo es una “buena noticia”, el evangelio de la salvación de Dios ofrecida a todos los hombres y mujeres y, muy especialmente, a los pobres y pecadores; es mensaje de que Dios es siempre noticia buena para los hombres y mujeres que se saben necesitados de amor y de perdón, porque tienen experiencia de pobrezas y de pecado, de sencillez y de bondad. ¿Habríamos de desfallecer al descubrirnos, en su caso, pecadores e insensibles a las pobrezas?, o ¿al sabernos miedosos y muy interesados? Al contrario, si sabernos pecadores y egoístas nos hunde, es que sumamos a la falta de fe, el orgullo de no confiar en la gracia del Dios de la Misericordia, el que espera como un Padre la vuelta del hijo cada jornada, día y noche, y nos impele a gritar, “cantaré eternamente las misericordias del Señor” (Salmo 82, 2-5). Sin esta experiencia personal es difícil que la buena nueva resuene con sentido. Si no sabemos de la bondad inconmensurable de Dios, de qué Dios hablaremos: “Pero este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que todos vean que una fuerza tan extraordinaria procede de Dios y no de nosotros" (2 Cor 4,7).


4. La esperanza escatológica en una cultura antiutópica.


- Amigos y amigas, hoy vivir el ADVIENTO y vivir en ADVIENTO, no es fácil; es difícil. El mundo en el que somos ciudadanos, nuestro querido mundo, no invita a expectativas como la de Jesús y su Dios. Sus esperanzas son de corto alcance y plazo. Se tienen que sustanciar en salud, dinero, ocio y familia. Con todo, el mundo, nuestro querido mundo, merece muchas críticas, pero no nos ensañemos con él y menos verlo como si nos fuera ajeno. Estamos llamados a reconocerlo en tantas y tantas cosas, y, a la vez, a compartir sincera y cada vez más atrevidamente lo que no vemos bien. Pero eso sí, desde dentro, sin creernos con un listado de valores y normas que, “cual nuevas filacterias y orlas” distinguirían nuestro vestir y utilizaríamos para imponer pesadas cargas a la gente sencilla (Mt 23, 1-12). ¡Cómo nos ronda la religión de “la ley y el clericalismo” a la hora de comprendernos!
Y es que “te doy gracias, Señor del Cielo y de la Tierra, porque has revelado estas cosas a la gente sencilla” (Lc10, 21-24). Por eso evangelizar es vivir y contar el misterio de la misericordia de Dios como buena noticia ofrecida, regalada, celebrada y consoladora: “Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha” (Salmo 32, 2-3).

- Amigos y amigas, en medio de las idas y venidas diarias, nuestro cristianismo no espera en serio al Hijo, y el mundo no espera a menudo más que el próximo puente festivo. Se podía leer en el metro de París, y decía eso mismo, “en un mundo tan absurdo, lo único verdaderamente importante consiste en pensar dónde pasaremos las próximas vacaciones”. En medio de la insoportable levedad del mundo, rememorando a Milan Kundera, y con todas las condiciones propias de una sociedad neoliberalmente gestionada, el anuncio del Evangelio, la Buena Nueva del Reino de Dios, el anuncio significativo de la persona, la vida y las palabras de Jesús, el Cristo, las bienaventuranzas, constituyen un anacronismo cultural. Y, sin embargo, para nosotros sigue siendo el meollo de la misión evangelizadora. Debemos reconocer este conflicto de fondo, antes de pensar en otras causas reales, pero menos decisivas a la hora de valorar las posibilidades y dificultades de la evangelización. Por eso decimos que el Concilio Vaticano II, el genial Vaticano II, no percibió esta novedad cultural. Nosotros debemos hacerlo y, tras considerarla, confiar sin titubeos en que anunciar la Buena Nueva de Jesucristo, íntegra y significativamente, al hombre y la mujer de hoy, es un reto hermoso e inexcusable.

Reconocida aquella dificultad, lo hacemos con nuestra sinceridad y coherencia de vida, y con coraje, libertad y sencillez, con el atrevimiento de la sencillez: “Te doy gracias, Señor del cielo y de la tierra, porque has revelado estas cosas a la gente sencilla” (Lc 10, 21). Esta fuerza interior va a ser más necesaria que nunca. Tengo para mí que estamos ante uno de los momentos más difíciles para la evangelización. Os acabo de decir por qué. Porque nos encontramos, por primera vez, ante destinatarios que, en muchos casos, no tienen conciencia religiosa, no la reconocen en su intimidad. En el inicio mismo del cristianismo, tan difícil, los destinatarios eran judíos o paganos, pero siempre con una conciencia religiosa, Por primera vez estamos ante gente que, culturalmente, no aprecia la respuesta religiosa ni como inquietud social ni personal. Sólo quería mencionar esta dificultad tan nueva, no conduciros al desánimo. “Bendito seas, porque si has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos, se las has revelado a la gente sencilla”. Pero hay que saberla, para no dar palos de ciego y creer que de modernizar un poco la cara del clero y otro poco las eucaristías, esto sería otra cosa. No, el asunto es distinto. Algunos huyen hacia el pasado, y no les va mal, pero ¿son cristianismo de Jesús, o también, y más, religión a la medida de la nueva burguesía?; ¿los mueve la fe y la pasión cristiana o, en buena medida, una ideología religiosa referida a Jesucristo y poco o nada discernida en Él?


5. ¿Sabemos del mundo? ¿Sabemos de Jesús? ¿Tenemos confianza de niños?

- Ahora bien, amigos y amigas, y antes de echar a correr a la calle para practicar el anuncio que se nos encomienda, vamos a pensar en sus andaderas. Y, así, ¿creemos saber del Dios de Jesús, con libertad interior para contarlo? Y, ¿creemos saber del mundo con cercanía para entenderlo? Y, por fin, ¿creemos con tanta confianza en Dios, que nada ni nadie podrá despojarnos de este tesoro, de manera “que no caigamos en la tentación” de abandono en tiempos de descrédito de la fe?

Vamos a ver esto. Conocer el mundo parece cosa de iniciados y hasta cierto punto es así. Pero el mundo también se conoce desde el sentido común y la experiencia cotidiana. Hay que saber discernir. Lo importante es dar con el lugar y la experiencia adecuada. Y, en esto, la cosa es clara: Mirar desde abajo, desde los últimos, para ver lo más posible, para ver lo imprescindible. Abajo, siempre más abajo y más al fondo, porque Dios es así: “Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión” (Lc 15, 4-7).

Conocer al Jesús de Dios, segunda reflexión, pues de esto se trata, de conocer al Jesús de Dios y no otra figura más a nuestro gusto, es asumir sus preferencias, sensibilidades y mirada ante la vida: Intimidad radical con Dios, como Padre de Misericordia; y los pobres, los últimos de todo signo, los enfermos y los pecadores, como “la niña de sus ojos”. De ahí la pregunta de los discípulos de Juan Bautista, y de Juan mismo. “Los envío para preguntarle: ¿Eres tú el que tenía que llegar o esperamos a otro? ... Jesús contestó a los enviados... Id a informar a Juan de lo que habéis visto y oído... Y ¡dichoso el que no se escandalice de mí” (Lc 7, 20-23). No nos engañemos en esto. No es fácil creer en Dios, pero es imposible saber del Dios cristiano sin saber de Jesús, y no se puede saber de Jesús, sin captarlo en su relación con el Padre y en sus acciones de misericordia, de perdón y de indignación a partir de los últimos. Es cierto que Jesús se acerca a todos, pero nunca deja a los poderosos y ricos, a la vez, ricos, poderosos y evangelizados. Los pobres no son sus predilectos por ser necesariamente mejores, sino por ser más débiles y sufrir más los males naturales y, sobre todo, los abusos ajenos; por haber sido educados en que su pobreza es merecida y en que es la prueba fehaciente de que ni Dios mismo los ama.

Si alguien quiere vivir el ADVIENTO dejando a un lado este exceso amoroso de Jesús, o tomándolo como un complemento caritativo de la fe, ¿cómo podrá llegar al Dios cristiano sin domesticarlo?: “Eres tú el que tenía que llegar o esperamos a otro”. Seamos serios en esto. La caridad no es sólo una consecuencia de la fe, sino su condición de posibilidad. Toda su entraña es caritativa o diaconal. Seamos serios para no evitar este reto, sin temerlo, pero sin evitarlo. Nadie es de Juan, de Pedro o de Santiago, sino de Jesús. Ni siquiera vale decir, siempre y a secas, “yo de la Iglesia en todo caso”; porque sí, es principal referencia, pero también la Iglesia toda está al servicio del Reino y juzgada por Él. Por tanto, cuidado con la pereza, con ponerse a refugio de todo discernimiento compartido con los que nos son de mi tendencia o renunciando a la mayoría de edad de conciencia; cuidado con renunciar a la mínima libertad interior. Debemos evitar infantilismos sicológicos, dependencias políticas, trayectorias familiares, intereses de la Congregación, miedos propios de la edad... Decimos, “en mis tiempos”. Pero tus tiempos son estos. Estás aquí y ahora, ¿no? O, “mi familia siempre fue...”, pero estamos hablando de ti; o “el fundador dijo...”, pero, pero ¿dijo bien? Y, ¿cómo lo diría hoy? O, “a mi Pueblo se le debe...”, y él qué debe, ¿debe algo?

Entonces, ¿dónde pondrá, pondremos, un mundo de ricos la esperanza en nuestro Dios? Pues, desde luego, no es fácil, pero hay modos justos, desde luego, de conseguir y administrar la riqueza, el poder de gobierno, la inteligencia natural y la religión. En todo caso que la gente sepa que Dios es justicia y misericordia entrañable, corazón compasivo, Padre con perdón siempre ofrecido. El que no tenga esta experiencia personal, ¿cómo podrá compartirla? Si no tenemos la experiencia de ser perdonados y amados gratuitamente por Dios, pero de verdad, no de boquilla, ¿cómo podremos anunciar significativamente al Dios de Jesús? En realidad, es imposible que estemos entendiendo quién es Dios y cómo vive la gente sus pecados. “Te doy gracias, Señor, por haber ocultado estas cosas a los sabios y entendidos, y haberlas revelado a la gente sencilla”. Por eso que el mundo sepa, que el mundo rico sepa, que sólo estamos al servicio de la causa de Dios, y que no somos sus propietarios, sino sus servidores. Y servidores con modos, palabras y acciones firmes, pero siempre benignos y muy democráticos, más nunca instrumentos de sus planes sociales, económicos o políticos.


6. ¿Habla nuestra boca de lo que abunda en nuestro corazón?

- Y, por fin, tras saber del Dios de Jesús en el Jesús de Dios; y tras saber del mundo por implicación afectiva y vital, ésta era la tercera pregunta, ¿creemos con confianza de niños en que Dios es nuestro tesoro, el Dios de Jesús, y lo contamos significativamente?

Si creemos y cuánto, y con qué intensidad y confianza, lo dejo a vuestro discernimiento íntimo. Si lo contamos, esto es más claro reclamarlo. Sinceramente, es tiempo de comunicar la fe fuera de la Iglesia, pero también dentro de la Iglesia, en la comunidad. Los de dentro necesitamos del testimonio explícito de la fe tanto o más que los de fuera; necesitamos oír y contar la fe. Tenemos muchas celebraciones de la fe, pero se puede salir del paso con poca cosa. Una celebración fiel a las rúbricas y unas palabras más o menos convencionales y con buen gusto, y adelante. Sin embargo, necesitamos oír la voz (y el silencio) de gente con una fe adulta, equilibrada, practicada y festiva: “Proclama mi alma la grandeza del Señor...” (Lc 1, 46). Las acciones de la misión son muchas, el anuncio explícito de Jesús, la celebración de la fe, la creación de comunidad con comunión en lo imprescindible, libertad en lo opinable, y siempre con caridad; el servicio a los necesitados, propios y ajenos, con promoción de las personas y con denuncia social. Cada uno de nosotros tiene su sensibilidad peculiar. Hay muchos carismas y algunos ministerios. Debería haber más carismas y ministerios. Carismas de todos y ministerios de servicio para todos en la comunidad; comunidad de hombres y mujeres iguales por el Bautismo. Decía que hay entre nosotros muchas sensibilidades, sicológicas y pastorales, más intimistas o más públicas, y desde ellas, hay distinta atención a las diversas acciones de la Iglesia. No podemos ir contra nuestra naturaleza, me refiero a nuestra personalidad, al elegir en qué acción evangelizadora estamos más naturales. Pero todos debemos cuidar la proporción e identidad de estas acciones en la misión eclesial; y, para mí, su proporción o equilibrio identitario está no sólo en no deformar nuestra expresión de la fe en una sola dirección, litúrgica, mística o social, es igual, sino en unificarlas todas en torno al Dios de Jesús y al Jesús de Dios. Es decir, impregnarlas en la experiencia personal de Dios como misericordia radical con lo más débil de cada ser humano y de la vida como tal.

Hablo de la espiritualidad de la misericordia encarnada, es decir, de la intimidad con Dios, sí, pero sin saltarse a los hombres y mujeres de carne y hueso, sin flotar en el espacio de lo espiritual, de lo vaporosamente espiritual; no, no es posible esto; hay que llegar a Él, o mejor, permitir que Él nos llegue por su camino, por el camino en que Él nos sale al encuentro, es decir, preferentemente por el rostro de los últimos, es decir, el rostro de los más necesitados y sencillos que provoca una oración que se sumerge en la Palabra y la Vive desde esa experiencia; es decir, allí donde mejor se refleja, como primer sacramento, el rostro de Dios (Padre-Madre), su rostro hecho humanidad y perdón para todos los hombres y mujeres que lo necesitan y, en primer lugar, para nosotros mismos, pues quien no siente el perdón de Dios y no se perdona a sí mismo o misma, no puede perdonar a los demás. Ésta espiritualidad de la confianza en el Dios de los Necesitados es el quicio de nuestra teología y acción pastoral, de nuestra vida familiar, y hasta de nuestra vida cívica y política. No me extraña que Gustavo Gutiérrez respondiera a sus críticos, cuando le preguntaban por su modo de hacer teología, que “nuestro método teológico es nuestra espiritualidad”, es decir, la vida de fe entre los necesitados como acto primero del pensamiento teológico y de la pastoral. Y es que en ella arranca una lectura del Evangelio y una experiencia de vida cristiana claramente peculiares. Hay gente que quiere comenzar el anuncio significativo de Jesucristo por la moral sexual católica o por la espiritualidad intimista; y hasta lo hace con algunos resultados sociales, pero yo no veo respondida la cuestión de Dios desde el Dios de Jesús y el Jesús de Dios. Pero, me dicen, ¡mira qué resultados tienen hablando con esa rotundidad! Sí, tal vez, rotundos, sí, pero claridad es otra cosa; además, ¿es el Dios de Jesús? ¿Ese fundamentalismo exitoso es claramente cristiano? Para mí, no, no puedo con él. Y es que, “no basta decir, ¡Señor, Señor!, para entrar en el Reino de Dios; no, hay que poner por obra el designio de mi Padre del cielo” (Mt 7, 21). En todo caso, entre hermanos, siempre sinceridad al discernir, y, a la vez, siempre caridad .

Decía que necesitamos de testigos adultos, equilibrados, festivos, coherentes. Alguien ha dicho, en referencia al orden social, que hoy es el tiempo de las minorías ejemplares y no de las vanguardias que lo saben todo para todos. Necesitamos de esos testigos, cerca unos de otros, en las comunidades familiares y locales que formamos, en los lugares de trabajo y ocio, en los medios y en la cultura, necesitamos esto para que Jesucristo resuene significativo en la Iglesia y en este mundo. Más aún, para que pase lo que pase en este mundo y con las formas institucionales conocidas en la Iglesia, la fe en Dios, por todos los caminos de las religiones, siempre al servicio de los últimos, siga apareciendo como una noticia que aclara al hombre y a la mujer esto: Si escuchas en tu interior el anhelo de vivir y ser feliz, de que todo y todos sobrevivamos más allá del final humano de la historia, de que la injusticia no sea la última palabra de la historia para las víctimas, ese anhelo no es un sueño o ideología, sino tu vocación, la huella en ti de Dios, su llamada. Piensa que también de ti se puede decir, “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1, 28).

Nosotros creemos y apostamos por que ese anhelo por tantos compartido, nuestro anhelo, es el eco de quien nos llama a la plenitud de su Vida, al regazo de la Vida en cuanto tal, Dios. Así lo percibió y vivió Jesús con hondura inigualable. Cristo, el Señor, ya está en ella.. Quien viva como Él, quien lo desee honestamente, conocerá la Vida, porque Dios es Vida. Jesús, en la conciencia humana que compartió con nosotros, sintió tan íntimamente este Misterio de Vida y Amor, que lo reconoció así: Mi PADRE; y Dios se vio tan profundamente reconocido por la conciencia humana de Jesús que lo reconoció como “mi HIJO”: “Hijo mío eres tú, yo hoy te he engendrado” (Lc 3, 22) y “Tú eres mi Hijo, el amado, en ti he puesto mi favor” (Mc 1, 11). Ésta es nuestra fe y nuestra esperanza, la que pone nombre, rostro y palabra en Jesucristo al anhelo de vida y plenitud que reconocemos al fondo de nuestra existencia. ¿Quieres hacer el camino interior y vital con nosotros? La llamada de Dios resuena para todos, y respeta la libertad de todos; sólo pide, desde ese respeto a la libertad, que “no acalléis la voz de Espíritu”, es decir, que no metamos la cabeza en la tierra reseca de mi dinero, mi belleza, mi viaje, mi partido, mi nación, mi doctorado, mi sexualidad, mi noche de juerga, mi equipo de fútbol, mi parroquia, mi colegio, mi religión...


7. El Reino de Dios crece de tantas maneras que debemos cuidar no impedirlas.

- Amigos y amigas, para creer y evangelizar, dentro y fuera de la Iglesia, vamos a recuperar lo mejor de la fe, en confianza existencial, sinceridad, fiesta y solidaridad y, el mundo, no sé si reaccionará algún día, pero, sin duda, que lo habremos servido en lo que tanto necesita, “Dios como sentido, exigencia de justicia y oferta de amor”, y su mejora y dicha, la del mundo, en todo y en todos, es ya y siempre Reino de Dios que crece. Por tanto, “dad razón de la esperanza que os anima”, cuando de palabra, palabra que no agrede, sino que aclara, toma posición y anima; cuando de obra, mano que apoya y cura; cuando con las actitudes, con una sencillez que atrae; cuando con la mística, ojos y pies en la tierra de los pobres y pecadores; quien con la denuncia, con la esperanza de quien cree en la vuelta del hijo que se “perdió”; quien desde la rebeldía social y eclesial, amplio de miras y con pedagogía; quien lleno de firmeza en sus convicciones, cuidadoso ante la legítima diversidad; quien convencido de lo natural de las cosas, con sentido crítico para fundamentar y con sensatez para diferenciar actuaciones, opiniones y personas; el que con fina sensibilidad social, presto al silencio y la oración que conecta la vida con el corazón de Dios... Que todo el mundo sepa que sólo Dios está en el secreto absoluto de cuáles son sus caminos finales para ofrecer su salvación al mundo, pero, pase lo que pase, los hay y habrá, y ningún empeño sincero, justo y benigno se perderá y será en vano. No pidamos por ello tanto el Espíritu, cuanto que no lo acallemos en cada uno y en la comunidad, y que acertemos a obedecerlo con generosidad: “ Yo os he bautizado en agua, él os bautizará con Espíritu Santo” (Mc 1, 8).
He dejado entrever hace un instante que las formas institucionales conocidas hoy en la Iglesia pueden pasar; seguramente están ya pasando muchas de ellas; algún colega habla de “desplome” en cuanto a esas formas; he dicho que lo primero ha de ser una Iglesia toda ella de hermanos y hermanas iguales en dignidad, la dignidad única y primera de los bautizados. El futuro de la Iglesia no sé por dónde irá, ni con cuántos, una fe más personal y comunitaria, parece seguro; una cristianismo menos numeroso, parece que también; pero, sin duda, un cristianismo con ministerios ordenados menos solemnes y acartonados. La Iglesia toda está en ebullición, por obra del Espíritu y por obra del cambio en los tiempos, (¿tendrán algo que ver?); es importante que quienes tienen el ministerio de gobierno reconozcan junto a sí a quienes tienen el carisma de la profecía y el discernimiento, pues Dios sabrá por qué no siempre coinciden, pero, en todo caso, está en nuestra mano el hacer que se reconozcan y ayuden. Pero, aquí, hay tanto que corregir en instituciones, organizaciones y personas, que sólo cabe decirlo mil veces y otras tantas perseverar sin desmayo en la esperanza y la paciencia.

- ADVIENTO, tiempo de acogida sin reservas al Espíritu que grita, “ya está aquí, salid a recibirlo, que llega el esposo”. Y “le entregaron el volumen del profeta Isaías y, desenrollando el volumen, dio con el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido. Me ha enviado a dar la buena noticia a los pobres, a proclamar la libertad a los cautivos, y la vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a proclamar el Año del Gracia del Señor (Is 61, 1-2). Enrolló el volumen... y empezó a hablarles: Hoy se ha cumplido este pasaje que acabáis de oír. Todos se declaraban en contra... Pero, ¿no es éste el hijo de José?” (Lc 4, 14-22).

Que crezca en nosotros la confianza de que acoger el Evangelio de Jesucristo es nuestra dicha y que anunciarlo está preñado de sentido, humaniza y salva, y que crezca la conciencia samaritana que reconoce a Dios en cada uno de los hermanos más pequeños y en cada una de las situaciones que reclaman de su gracia sanadora, porque al cabo, Señor, cuándo te vimos con hambre, o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y te ayudamos?: “Os lo aseguro, cada vez que lo hicisteis con uno de esos hermanos míos tan insignificantes lo hicisteis conmigo” Mt 25, 40. Hermanos y hermanas, conciudadanos de un mundo de satisfechos, y vosotros, también, los más pobres y excluidos, cada uno según su peculiar situación, “no acalléis al Espíritu”.

Amén. “Hágase en nosotros, Señor, según tu Palabra”. Muchas gracias.

José Ignacio Calleja
Vitoria-Gasteiz
Noviembre de 2007
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