¡Cuidado con "los signos de los tiempos"!
A ver, por favor, antes de que vaya a más. Comienza a florecer en la Iglesia un discurso “teológico” sobre el fracaso del mundo en crisis, cual nueva “Babel” que se desmorona con estrépito por su pretensión de alcanzar “el cielo”. Todos sabemos del gusto de la “homilía” por “la retórica” y en este sentido no habría que darle más importancia de la que tiene. Pero la tentación de pasar de “la retórica homilética a la teológica”, y de ahí a una superficial “lectura de los signos de los tiempos”, ¡los signos de la presencia salvadora de Dios, hoy!, sin solución de continuidad, es muy fuerte. Por eso me parece muy bien recurrir a “la tradición bíblica” para ilustrar con sabiduría inigualable las experiencias humanas más delicadas, pero eso, sabiendo bien cuándo nos movemos en el terreno de la imagen y la exhortación, y cuándo en el de “la teología” como saber crítico de la fe y con la fe.
Pero hay un aspecto de esta tentación “moral”, “patética moral” podríamos llamarla, que nos debe condicionar más al hablar como creyentes ante el actual momento social del mundo. No se puede mostrar la banalidad de “los bienes materiales”, cuyo valor de cambio se pierde a jirones, sin caer en cuanta que uno mismo sigue teniendo los suficientes bienes y aun de sobra. Ésta es la perspectiva que nos ha de hacer tremendamente cautos al hablar. Porque hay gente que lo está pasando mal, mal, sin trabajo, con niños en casa, y pronto sin desempleo; y hay gente que ya lo pasaba mal, mal, antes de la crisis, en situaciones de pobreza y olvido inimaginables; pienso en cerca y en lejos; decirles a éstos, decirlo delante de ellos, ¡si no para ellos!, desde la fe, que lo que está pasando no deja de ser una lección soberana sobre los límites de la existencia social y personal del ser humano, ¡sobre nuestra codicia, al cabo!, y mentar a Dios al fondo, como el único que debe ser reconocido como único “Absoluto”, frente el desplome de todos los valores materiales de la sociedad de consumo, decir o merodear este discurso, es un derecho de los últimos; por el contrario, quien tenga lo suficiente para vivir bien él y los suyos, hoy y mañana, ¡y en la Iglesia “dirigente”, todos!, tiene que ser extraordinariamente delicado en este diálogo pastoral y moral.
Sólo después de haber reconocido la inhumanidad del sistema social para tantos millones de personas y de haber denunciado los procesos sociales que influyen tan decisivamente en esa situación, y cómo la propia Iglesia participa de ellos con sus bienes y sus prácticas de acción u omisión, ¡sólo después!, es posible la lectura teológica, sincera, clara, comprometida y orante; la que nacida de “la conversión”, convoca a “la conversión”, y pide perdón si ofende en algo a quienes lo tienen tan difícil que ni ayer, no hoy, tienen pan que llevar a la boca de sus hijos. Pero “la retórica teológica”, nunca, “la retórica teológica y homilética” que saca lecciones “religiosas” de la necesidad extrema de “otros”, las víctimas de ayer y de hoy, eso no, por favor, ¡qué no nos ocurra, ni se nos ocurra! No por favor, no; hacer “homilética” y “evangelización” a base del sufrimiento ajeno, no, por favor, no. Quien tiene lo suficiente, y aun le sobra, no. ¡Cuidado!
Pero hay un aspecto de esta tentación “moral”, “patética moral” podríamos llamarla, que nos debe condicionar más al hablar como creyentes ante el actual momento social del mundo. No se puede mostrar la banalidad de “los bienes materiales”, cuyo valor de cambio se pierde a jirones, sin caer en cuanta que uno mismo sigue teniendo los suficientes bienes y aun de sobra. Ésta es la perspectiva que nos ha de hacer tremendamente cautos al hablar. Porque hay gente que lo está pasando mal, mal, sin trabajo, con niños en casa, y pronto sin desempleo; y hay gente que ya lo pasaba mal, mal, antes de la crisis, en situaciones de pobreza y olvido inimaginables; pienso en cerca y en lejos; decirles a éstos, decirlo delante de ellos, ¡si no para ellos!, desde la fe, que lo que está pasando no deja de ser una lección soberana sobre los límites de la existencia social y personal del ser humano, ¡sobre nuestra codicia, al cabo!, y mentar a Dios al fondo, como el único que debe ser reconocido como único “Absoluto”, frente el desplome de todos los valores materiales de la sociedad de consumo, decir o merodear este discurso, es un derecho de los últimos; por el contrario, quien tenga lo suficiente para vivir bien él y los suyos, hoy y mañana, ¡y en la Iglesia “dirigente”, todos!, tiene que ser extraordinariamente delicado en este diálogo pastoral y moral.
Sólo después de haber reconocido la inhumanidad del sistema social para tantos millones de personas y de haber denunciado los procesos sociales que influyen tan decisivamente en esa situación, y cómo la propia Iglesia participa de ellos con sus bienes y sus prácticas de acción u omisión, ¡sólo después!, es posible la lectura teológica, sincera, clara, comprometida y orante; la que nacida de “la conversión”, convoca a “la conversión”, y pide perdón si ofende en algo a quienes lo tienen tan difícil que ni ayer, no hoy, tienen pan que llevar a la boca de sus hijos. Pero “la retórica teológica”, nunca, “la retórica teológica y homilética” que saca lecciones “religiosas” de la necesidad extrema de “otros”, las víctimas de ayer y de hoy, eso no, por favor, ¡qué no nos ocurra, ni se nos ocurra! No por favor, no; hacer “homilética” y “evangelización” a base del sufrimiento ajeno, no, por favor, no. Quien tiene lo suficiente, y aun le sobra, no. ¡Cuidado!