Si Dios es Amor, ¿qué es creer? (III)

Al pensar la experiencia de fe bajo el prisma del compromiso de caridad con el prójimo necesitado, me gustaría referirme de pasada a la Deus Caritas est, por lo que representa de respaldo del magisterio social de la Iglesia a esta intuición. Evitemos la lucha por hacernos con la opinión del Papa de turno a nuestro favor, pero reconozcamos que algo nuevo ha resonado en esa carta programática de Benedicto XVI. Un cristianismo que coloca en el centro de su fe a Dios como amor o bondad absolutos, como misericordia, compasión y perdón ofrecidos a todos los hombres y, en primer lugar, a los más necesitados en todos los órdenes de la vida, digo que este cristianismo tiene muchas posibilidades de purificarse, y hasta de poner a la Iglesia ante el espejo de lo nuclear del evangelio. ¡No se sorprenda el lector, pues la Iglesia también quiere evitar los contenidos del evangelio que le devuelven su imagen más heterodoxa! Pues bien, decía que ese cristianismo de la Deus Caritas est, a mi juicio, tiene más potencialidades que otros que acogen la caridad sólo como una dimensión de la vida de fe, incluso como una gran consecuencia, pero consecuencia al cabo. ¡Y tampoco es despreciable esta opción, sobre todo si la comparamos con los cristianismos desencarnados tan a la moda! El cristianismo de la Deus Caritas est afirma ese compromiso caritativo como una condición de la fe y de la misión de la iglesia y esto son palabras mayores. Como dice la encíclica varias veces, una “condición de la fe” porque pertenece a su esencia, a la estructura fundamental de la fe, a su naturaleza más íntima; tan constitutiva de esa fe y misión evangelizadora, como el anuncio de Jesucristo y la celebración litúrgica de los Sacramentos. Este entronque radical de la caridad en lo más constitutivo de la fe y de la vida eclesial es lo que me animó a hablar de "sorpresa" para referirme a la Deus caritas est, entendiendo que el cristianismo no podrá acallar las virtualidades también "sociales" de la caridad, por más que en la encíclica estén bastante ausentes. Prima en Benedicto XVI, como es sabido, una comprensión muy personalista y real de la caridad, pero, sin duda, poco "política" o estructural. En este sentido, Juan Pablo II representó en su enseñanza social una posición teológica mucho más social y política que la de Benedicto XVI, hasta el momento. Sin embargo, el modo de entender éste el lugar de la caridad en la identidad de Dios y de la fe, y el modo de entender la propia doctrina social de la Iglesia, a mi juicio, ofrecen más potencialidades finales a la fe como compromiso caritativo y social. Una vez puesto el dedo en la llaga del amor de Dios en los pobres, la fe no puede menos que recuperar sus potencialidades para la vida humana en todos sus aspectos: espirituales y corporales, personales y políticos. Estoy seguro, aunque el modo de lograrlo será lento y la amenaza de vuelta atrás, real. Por eso el debate sobre las palabras teológicas pareciendo banal y hasta ridículo, encierra buena parte de las oportunidades pastorales y espirituales de la fe. Es sencillo, si el molde tiene una forma o tamayo, la "masa" que lo ocupa apenás puede diferenciarse de él. Por eso nos resistimos a mostrar nuestros conceptos ("moldes") en el diálogo pastoral. Por eso, y lo reconozco, porque estas cuestiones tienen un poso de teoría que con facilidad puede alejarnos del día a día de la vida de la personas. Pero el peligro de una ruta no se evita quedándonos en casa.
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