Si Dios es Amor, ¿qué es creer? (II)
Para fundamentar la condición histórica y social de la fe cristiana, es primordial apelar a la Cristología. Muchas son las formas de probar esta identidad de la fe cristiana, pero la principal, y que ahora propongo, es la vida y la persona misma de Jesús, el Cristo de Dios. Jesús no es un político, ni tiene un proyecto político, ni pretendió un mensaje político. Pero toda su vida, sus palabras, sus solidaridades, sus acciones, su muerte de cruz y hasta su resurrección tienen una inequívoca significación "pública". La primacía de los pobres, los pequeños, los excluidos y los pecadores, ante todo; la centralidad del Reino de Dios como buena nueva de justicia y salvación, especilamente para los últimos del mundo, la muerte como consecuencia pública de “esa” vida de Jesús y la resurrección como el sí de Dios a cómo Jesús vivió, habló y amó, y contra los poderosos de la política y la religión que lo condenan, y lo seguirían (siguen) haciendo hoy por las mismas razones, están ahí con una claridad inapelable. Así que si vivir en cristiano es seguir a Jesús en sus actitudes y persona, hacerlo desde su compromiso con, y entre los pequeños, pobres y pecadores, ha de ser definitivamente importante para decir con sentido, “Creo” y “Padre Nuestro”. Estoy hablando de la Encarnación como ley constitutiva de la Única Historia de la Salvación. Si no se captan los significados de esta ley para la evangelización, todo está perdido antes de ponernos en marcha.
No me extenderé más en esta relevancia pública de la vida y persona de Jesús, salvo en un detalle irrenunciable. Al fondo de esa primacía de los pobres y pequeños en la vida de Jesús hay una experiencia radical que la sostiene: es la convicción de intimidad con Dios como Padre de Misericordia, Dios de Bondad radical, Dios de la Compasión entrañable con los últimos de la tierra. La identidad de Dios, del Dios de Jesús, se nos ofrece como misericordia entrañable con la suerte inhumana de las víctimas y los pecadores. En el comienzo de todo está la propia fidelidad de Dios a su Corazón Misericordioso, y fidelidad de Jesús a esa misma "Fe", y de ahí su "Plan". “Yo obro así, dirá, porque Dios es así. Y dichoso aquél que no se escandalice de mí”. En la raíz del compromiso de caridad del cristianismo, por tanto, hay una espiritualidad recia y hermosa, adulta y madura, que vive de la experiencia de la bondad de Dios, el que nos arropa cuando experimentamos la pobreza personal y ajena. Ayer, hoy y siempre, éste es el pozo de donde brota la caridad cristiana , interpersonal, y, también, social y política. La militancia y el voluntariado cristianos, la teología y la acción pastoral, tienen aquí su más radical experiencia de sentido: el Padre desvelado como gratuidad, misericordia y perdón, entre y para los hombres más pequeños, olvidados y despreciados por pecadores; y si nos convertirmos a la caridad y justicia para con ellos, y a así a Dios mismo, salvación para todos. He aquí el valor inconfundible de una ortopraxis cristiana por samaritana; he aquí el germen de unas actitudes espirituales, éticas y sociales, que cobran un sentido y una radicalidad únicos en la confianza en el Dios de la Misericordia, el Dios que dijo de Jesús “éste es mi Hijo Amado” y que se nos revela, como en ningún otro lugar humano, en lo más débil y sencillo de la vida , es decir, en el compromiso liberador con los que más sufren, en la vida hecha sencillez, verdad y justicia, entre los grupos, pueblos y personas más olvidados de nuestra socieda y de la tierra entera.
Dicho esto, al hablar de la fe como compromiso liberador no hemos de olvidar que la referencia a la justicia, en su condición estructural o "política", es una necesidad que nos libra de entradas en falso en lo real. El lector sabe que estoy pensado en formas de interpretar la realidad donde, con apariencia de espiritualidad, estamos evitando cargar con los problemas humanos en toda su crudeza, cuando no, acallando nuestra complicidad en su aparición o desarrollo. A la vez, nos abre a una interpretación de la fe y la caridad muy particulares. Por la misma, la fe y la caridad nos piden que tratemos de acceder a la naturaleza última, ¡históricamente hablando!, de los mecanismos donde se originan la mayoría de las pobrezas y marginaciones. Es cierto que, frente a todo simplismo social, reconoceremos el carácter pluridimensional y multicausal de esa realidad del mundo en que personas, grupos, pueblos y territorios, quedan excluidos de los procesos de cohesión socio-económica. Pero al indagar en la estructura definitiva de su vulnerabilidad, marginación y exclusión, es evidente que nos topamos con el modelo social del mundo rico, llamémoslo tardocapitalismo, y el potencial marginador de sus entrañas estructurales, como el haz y el envés del mismo problema . Ésta es "la cuestión social" cuyo tratamiento nos reclama al fondo del compromiso caritativo de los cristianos. Más cerca, desde luego, están los problemas y las personas concretas, pero, al fondo, no conviene perder de vista este horizonte. De hecho, podemos saberlo todo sobre la caridad social, o sobre las demás virtudes prácticas del cristianismo, pero, al cabo, no podremos evitar las estructuras y relaciones sociales y políticas en que vamos a practicarlas. Por eso, el voluntariado social cristiano comienza entregando una parte de su tiempo libre a los pobres y termina cuestionado en todas las dimensiones de su vida personal, porque tiene que vivir, si “quiere ser honesto”, con y como aquéllos cuya exclusión ha provocado su conversión. El voluntariado social, me inspiro en Joaquín García Roca, se acerca a los pobres con la idea de ayudarles y, cuando roza esa experiencia, toda su vida, personal, familiar y pública, queda complicada. Ocurre que la emoción, la reflexión y la interpelación trastocan la caridad como beneficencia, y no menos, la caridad como vanguardismo, para convertirla en reconocimiento de la reciprocidad en los protagonismos, las responsabilidades y las ganancias. El voluntariado social echa a andar tras la asistencia de los más débiles, se plantea la rehabilitación de todos como sujetos y acaba encontrándose en la promoción de los contextos y en la lucha política contra la exclusión estructural.
No me extenderé más en esta relevancia pública de la vida y persona de Jesús, salvo en un detalle irrenunciable. Al fondo de esa primacía de los pobres y pequeños en la vida de Jesús hay una experiencia radical que la sostiene: es la convicción de intimidad con Dios como Padre de Misericordia, Dios de Bondad radical, Dios de la Compasión entrañable con los últimos de la tierra. La identidad de Dios, del Dios de Jesús, se nos ofrece como misericordia entrañable con la suerte inhumana de las víctimas y los pecadores. En el comienzo de todo está la propia fidelidad de Dios a su Corazón Misericordioso, y fidelidad de Jesús a esa misma "Fe", y de ahí su "Plan". “Yo obro así, dirá, porque Dios es así. Y dichoso aquél que no se escandalice de mí”. En la raíz del compromiso de caridad del cristianismo, por tanto, hay una espiritualidad recia y hermosa, adulta y madura, que vive de la experiencia de la bondad de Dios, el que nos arropa cuando experimentamos la pobreza personal y ajena. Ayer, hoy y siempre, éste es el pozo de donde brota la caridad cristiana , interpersonal, y, también, social y política. La militancia y el voluntariado cristianos, la teología y la acción pastoral, tienen aquí su más radical experiencia de sentido: el Padre desvelado como gratuidad, misericordia y perdón, entre y para los hombres más pequeños, olvidados y despreciados por pecadores; y si nos convertirmos a la caridad y justicia para con ellos, y a así a Dios mismo, salvación para todos. He aquí el valor inconfundible de una ortopraxis cristiana por samaritana; he aquí el germen de unas actitudes espirituales, éticas y sociales, que cobran un sentido y una radicalidad únicos en la confianza en el Dios de la Misericordia, el Dios que dijo de Jesús “éste es mi Hijo Amado” y que se nos revela, como en ningún otro lugar humano, en lo más débil y sencillo de la vida , es decir, en el compromiso liberador con los que más sufren, en la vida hecha sencillez, verdad y justicia, entre los grupos, pueblos y personas más olvidados de nuestra socieda y de la tierra entera.
Dicho esto, al hablar de la fe como compromiso liberador no hemos de olvidar que la referencia a la justicia, en su condición estructural o "política", es una necesidad que nos libra de entradas en falso en lo real. El lector sabe que estoy pensado en formas de interpretar la realidad donde, con apariencia de espiritualidad, estamos evitando cargar con los problemas humanos en toda su crudeza, cuando no, acallando nuestra complicidad en su aparición o desarrollo. A la vez, nos abre a una interpretación de la fe y la caridad muy particulares. Por la misma, la fe y la caridad nos piden que tratemos de acceder a la naturaleza última, ¡históricamente hablando!, de los mecanismos donde se originan la mayoría de las pobrezas y marginaciones. Es cierto que, frente a todo simplismo social, reconoceremos el carácter pluridimensional y multicausal de esa realidad del mundo en que personas, grupos, pueblos y territorios, quedan excluidos de los procesos de cohesión socio-económica. Pero al indagar en la estructura definitiva de su vulnerabilidad, marginación y exclusión, es evidente que nos topamos con el modelo social del mundo rico, llamémoslo tardocapitalismo, y el potencial marginador de sus entrañas estructurales, como el haz y el envés del mismo problema . Ésta es "la cuestión social" cuyo tratamiento nos reclama al fondo del compromiso caritativo de los cristianos. Más cerca, desde luego, están los problemas y las personas concretas, pero, al fondo, no conviene perder de vista este horizonte. De hecho, podemos saberlo todo sobre la caridad social, o sobre las demás virtudes prácticas del cristianismo, pero, al cabo, no podremos evitar las estructuras y relaciones sociales y políticas en que vamos a practicarlas. Por eso, el voluntariado social cristiano comienza entregando una parte de su tiempo libre a los pobres y termina cuestionado en todas las dimensiones de su vida personal, porque tiene que vivir, si “quiere ser honesto”, con y como aquéllos cuya exclusión ha provocado su conversión. El voluntariado social, me inspiro en Joaquín García Roca, se acerca a los pobres con la idea de ayudarles y, cuando roza esa experiencia, toda su vida, personal, familiar y pública, queda complicada. Ocurre que la emoción, la reflexión y la interpelación trastocan la caridad como beneficencia, y no menos, la caridad como vanguardismo, para convertirla en reconocimiento de la reciprocidad en los protagonismos, las responsabilidades y las ganancias. El voluntariado social echa a andar tras la asistencia de los más débiles, se plantea la rehabilitación de todos como sujetos y acaba encontrándose en la promoción de los contextos y en la lucha política contra la exclusión estructural.