Al IX Congreso de "Católicos y vida pública"
Desearía ser muy ecuánime en el comentario de esta noticia. Esta mañana se ha presentado, en Madrid, lo que será el IX Congreso de “Católicos y vida pública”, bajo el título “Dios en la vida pública”. El presidente de la ACdP, organizadora de los mismos, recordó la trayectoria de los Congresos y dijo que se han convertido en un “referente del catolicismo social”, en los que se han planteado siempre “cuestiones que afectan a los católicos en la vida pública”. Dagnino subrayó que este año se trata de lo fundamental, “Dios”, en unos momentos en los que “se niega” su posibilidad en la vida pública.
Decía que quiero y debo ser muy ecuánime en el comentario de esta noticia. Primero, porque deseo lo mejor para ellos, para Iglesia y para la Sociedad española. Y después, porque me parece muy importante acertar en la presencia pública de la Iglesia, la cual llevamos a cabo en una sociedad democrática, por un lado, y pluralista en sus concepciones de la vida, por otro. Es verdad que la evangelización propiamente dicha tiene muchos otros ingredientes no propiamente “sociales” o “políticos”. El anuncio de la Buena Nueva de la Salvación en Cristo, la Celebración Litúrgica de la fe, el desarrollo de una Vida Eclesial propia de Hermanos, la Acción Caritativa y Misericordia hacia los más necesitados de la comunidad y fuera de ella… todas ellas han de ser otras tantas acciones prioritarias en la única Misión de la Iglesia.
Sin merma alguna para estas acciones de Iglesia, estoy convencido de que buena parte de nuestras posibilidades evangelizadoras nos las jugamos en el reconocimiento o no de la sociedad civil, con su mayoría de edad obvia y legítima, y de la Iglesia en ella como compañera y hermana en la sociedad de los iguales en dignidad, derechos y deberes. Su sabiduría religiosa y moral, perfectamente legítima, se hará oír, a tiempo y a destiempo, en la plaza pública de esa sociedad civil de los iguales, y por ende, con la forma y manera de lo que se apoya en el valor de sus razones y en el testimonio de una vida honesta. Puede y debe apelar a la fe, como anuncio explícito de Jesucristo, pero su valor democrático y ético se lo dan, fuera de la comunidad, sus razones, experiencias y testimonios de vida con los más débiles y olvidados.
Los ciudadanos pueden apreciar esto, o no hacerlo, pero la reacción eclesial siempre será evangélica y llena de misericordia, a tiempo y a destiempo.
Espero y deseo esto del IX Congreso de Católicos y Vida Pública. Y espero que la cuestión, Dios en la vida pública, sea ésa, y sólo ésa, y no, como deriva precipitada y poco compartida incluso por otros cristianos, los “derechos” de la Iglesia en las democracias de tradición cultural cristiana. Si me adelanto, ¡no es por malpensado!, sino por experiencia.
Estos Congresos, “un referente del catolicismo social”, según declaración propia, no dejan de representar, hasta el presente, un modo de pensar “el catolicismo” de una manera demasiado uniforme para lo que es la pluralidad teológica y social de la Iglesia real, y demasiado cercana a la versión más "blanda o ligera" de la Doctrina Social de la Iglesia. Desde luego, esta realización de la moral social cristiana, la DSI, la que procede del Magisterio Eclesial, permite síntesis y discernimientos morales mucho más exigentes para el sistema social en todos sus planos que los anteriormente hechos en estos Congresos. Cierto es que la Doctrina Social de la Iglesia no predetermina un modelo de sociedad concreto y, menos aún, un partido cristiano o unas medidas técnicas obligatorias para el creyente.
Pero la postrera DSI, desde el Vaticano II a Juan Pablo II, y la propia Deus Caritas est de Bebdicto XVI, deja pocos resquicios a la duda de que el cristianismo está en condiciones de exigirse socialmente, en lo relativo a las condiciones de una vida digna y justa para todos, mucho más de lo que es habitual en la corriente “democristiana”. Hasta el presente, debo decir que los Congresos anteriores nunca han dejado de representar esa uniformidad social y moral “conservadora”. Yo así lo he visto y como tal se lo “reprocho”. Utilizo este término para entendernos.
No quiero crear con ello más polémica de la imprescindible. Me parece que en la Iglesia de tanto combatirnos unos a otros, vamos a terminar sin ganas para cualquier otra tarea. Por eso lo dejo aquí y les hago una llamada, desde mi amor al catolicismo social, para que se olviden de cualquier otra filia que no sea la del Evangelio de Dios como Buena Noticia para todos, y especialmente para los pobres; y de cualquier otra fobia, que no sea la de la injusticia y la mentira de los más poderosos y deshonestos a la hora de vivir en sociedad, y sobre todo, de dirigirla en todos sus planos, económicos, políticos y culturales. Dicho queda. Suerte al Congreso.
Decía que quiero y debo ser muy ecuánime en el comentario de esta noticia. Primero, porque deseo lo mejor para ellos, para Iglesia y para la Sociedad española. Y después, porque me parece muy importante acertar en la presencia pública de la Iglesia, la cual llevamos a cabo en una sociedad democrática, por un lado, y pluralista en sus concepciones de la vida, por otro. Es verdad que la evangelización propiamente dicha tiene muchos otros ingredientes no propiamente “sociales” o “políticos”. El anuncio de la Buena Nueva de la Salvación en Cristo, la Celebración Litúrgica de la fe, el desarrollo de una Vida Eclesial propia de Hermanos, la Acción Caritativa y Misericordia hacia los más necesitados de la comunidad y fuera de ella… todas ellas han de ser otras tantas acciones prioritarias en la única Misión de la Iglesia.
Sin merma alguna para estas acciones de Iglesia, estoy convencido de que buena parte de nuestras posibilidades evangelizadoras nos las jugamos en el reconocimiento o no de la sociedad civil, con su mayoría de edad obvia y legítima, y de la Iglesia en ella como compañera y hermana en la sociedad de los iguales en dignidad, derechos y deberes. Su sabiduría religiosa y moral, perfectamente legítima, se hará oír, a tiempo y a destiempo, en la plaza pública de esa sociedad civil de los iguales, y por ende, con la forma y manera de lo que se apoya en el valor de sus razones y en el testimonio de una vida honesta. Puede y debe apelar a la fe, como anuncio explícito de Jesucristo, pero su valor democrático y ético se lo dan, fuera de la comunidad, sus razones, experiencias y testimonios de vida con los más débiles y olvidados.
Los ciudadanos pueden apreciar esto, o no hacerlo, pero la reacción eclesial siempre será evangélica y llena de misericordia, a tiempo y a destiempo.
Espero y deseo esto del IX Congreso de Católicos y Vida Pública. Y espero que la cuestión, Dios en la vida pública, sea ésa, y sólo ésa, y no, como deriva precipitada y poco compartida incluso por otros cristianos, los “derechos” de la Iglesia en las democracias de tradición cultural cristiana. Si me adelanto, ¡no es por malpensado!, sino por experiencia.
Estos Congresos, “un referente del catolicismo social”, según declaración propia, no dejan de representar, hasta el presente, un modo de pensar “el catolicismo” de una manera demasiado uniforme para lo que es la pluralidad teológica y social de la Iglesia real, y demasiado cercana a la versión más "blanda o ligera" de la Doctrina Social de la Iglesia. Desde luego, esta realización de la moral social cristiana, la DSI, la que procede del Magisterio Eclesial, permite síntesis y discernimientos morales mucho más exigentes para el sistema social en todos sus planos que los anteriormente hechos en estos Congresos. Cierto es que la Doctrina Social de la Iglesia no predetermina un modelo de sociedad concreto y, menos aún, un partido cristiano o unas medidas técnicas obligatorias para el creyente.
Pero la postrera DSI, desde el Vaticano II a Juan Pablo II, y la propia Deus Caritas est de Bebdicto XVI, deja pocos resquicios a la duda de que el cristianismo está en condiciones de exigirse socialmente, en lo relativo a las condiciones de una vida digna y justa para todos, mucho más de lo que es habitual en la corriente “democristiana”. Hasta el presente, debo decir que los Congresos anteriores nunca han dejado de representar esa uniformidad social y moral “conservadora”. Yo así lo he visto y como tal se lo “reprocho”. Utilizo este término para entendernos.
No quiero crear con ello más polémica de la imprescindible. Me parece que en la Iglesia de tanto combatirnos unos a otros, vamos a terminar sin ganas para cualquier otra tarea. Por eso lo dejo aquí y les hago una llamada, desde mi amor al catolicismo social, para que se olviden de cualquier otra filia que no sea la del Evangelio de Dios como Buena Noticia para todos, y especialmente para los pobres; y de cualquier otra fobia, que no sea la de la injusticia y la mentira de los más poderosos y deshonestos a la hora de vivir en sociedad, y sobre todo, de dirigirla en todos sus planos, económicos, políticos y culturales. Dicho queda. Suerte al Congreso.