Volviendo a lo que me importa. Para concluir por mi parte.
¿Por qué insisto tanto en la convicción moral del respeto a las personas, cada vez que entramos en algún debate entre creyentes, y/o ciudadanos, incluso sea sobre cuestiones muy sentidas y hasta dolorosas, vistas desde la fe?
Repetiré lo obvio, no como quien enseña, sino como quien dice en alto algo muy vital. ¡No que lo cumpla siempre, pobre de mí, sino que lo estima decisivo al dirigirse al otro!
Pienso que "a las personas" hay que respetarlas siempre; sus ideas son intrínsecamente discutibles, sus actos pueden ser perseguidos en algún caso como delitos o, sin más, como inaceptables socialmente, pero las personas son sagradas; y hay que respetarlas siempre; ningún propósito moral o religioso es anterior al respeto de las personas. Y en este sentido, me parece "obligatorio" salir al paso, "entre cristianos" (y ciudadanos morales), de que internet no puede dar al traste con este principio cívico, moral y teológico. Ya sé que pensar así y decirlo tiene algo de lucha contra los molinos de viento, pero yo no voy a renunciar en la iglesia (ni en la sociedad) a proclamarlo y defenderlo como un fortín de la dignidad de todos; porque la dignidad de los otros se me revela como una realidad incondicional al tomar conciencia de la mía, la que me corresponde como persona; y es cierto, a la par, que yo mismo me descubro digno incondicionalmente a través de la experiencia que tengo de esta dignidad en los otros y del respeto que les profeso. La experiencia de la dignidad, ¡no sólo la afirmación genérica!, por tanto, no es una experiencia de algunos, y sólo para cada cual, como una conquista personal. Si así fuese, ¿de qué podría yo hablar moralmente a otros? Me dirían que me meta en mis cosas. Insisto. Si no fuera porque en el encuentro con el otro, con todos y cada uno, se me revela e impone una dignidad fundamental igual a la que reconozco y reclamo para mí, y como creyente, la creo y la vivo como la impronta indeleble de Dios en cada uno, y la llamo, "nuestra filiación divina", no veo cómo hablar moralmente, es decir, nombrar lo que está bien o mal con universalidad, y no veo cómo decir "Padre nuestro".
El evangelio, en el horizonte de la fe en Dios, atiende a esta experiencia tan honda de forma más sencilla: "El mandamiento más importante es éste: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste. Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Le habían preguntado por el mandamiento principal, por uno, y respondió con dos en uno.
Puedo pensar, y pienso que este post es dar cancha a la polémica; de acuerdo; sé que la mayoría de los teólogos prefiere otros modos que son tenidos por más “propios” en el gremio; lo sé y los respeto; hay algo de “clasista” en eso de no bajar a la plaza y también, por qué no, una prudencia para no dificultar la comunión católica; es otra manera de obrar en conciencia; pero evitando lo más infantil de una polémica, no debemos obviar lo fundamental. A lo mejor estamos dando demasiadas cosas por supuestas y algunas debemos compartir como cristianos, sí, pero también y antes, como personas de bien.
Todo lo demás, si uno da clases de teología o no, si se las quitan o se las ofrecen según qué cosas diga o calle, es tan secundario, (¡quienes me conocen saben que darlas representa para mí un sacrificio!, pero ésta es otra cuestión; y en cuanto al sacerdocio, hace veinte años que no tengo diez días de vacaciones en verano para mí, así que algún pequeño derecho tendré si molesto; (y disculpas por la inmodestia "paulina"); pero, ¡ojo!, que los mismos que se han jubilado con todos sus derechos, ¡y me alegro, es de justicia!, critican que la Iglesia haya ayudado a algunos de sus “ex-curas” en grave dificultad; ¿no es distinta medida al juzgar en justicia los casos?), todo lo demás, -digo-, carece para mí de importancia especial. Incluso si me encuentro con mi Obispo, ¡el que sea!, y me lo pide seriamente, sé callarme sobre “la Nota”. Sobre lo otro, lo del respeto a las personas, ya sé que cualquier Obispo me va a animar.
Por cierto, lo repito, yo también me cuelo en algún desprecio personal, y ¡cómo me duele! Me gustaría que nunca fuese el orgullo del perfeccionista, ¡el dolor moral es tan escurridizo y enrevesado, que autoengaño nos amenaza siempre!, sino el arrepentimiento sincero del pecador. Con Dios. Un saludo.
P.D.: Por cierto, el post del Sr. Fernández de la Cigoña, “Al Señor Calleja, abochornado el pobre por mi causa”, lo encuentro mucho más correcto y respetuoso en su forma. Vamos mejorando.
Repetiré lo obvio, no como quien enseña, sino como quien dice en alto algo muy vital. ¡No que lo cumpla siempre, pobre de mí, sino que lo estima decisivo al dirigirse al otro!
Pienso que "a las personas" hay que respetarlas siempre; sus ideas son intrínsecamente discutibles, sus actos pueden ser perseguidos en algún caso como delitos o, sin más, como inaceptables socialmente, pero las personas son sagradas; y hay que respetarlas siempre; ningún propósito moral o religioso es anterior al respeto de las personas. Y en este sentido, me parece "obligatorio" salir al paso, "entre cristianos" (y ciudadanos morales), de que internet no puede dar al traste con este principio cívico, moral y teológico. Ya sé que pensar así y decirlo tiene algo de lucha contra los molinos de viento, pero yo no voy a renunciar en la iglesia (ni en la sociedad) a proclamarlo y defenderlo como un fortín de la dignidad de todos; porque la dignidad de los otros se me revela como una realidad incondicional al tomar conciencia de la mía, la que me corresponde como persona; y es cierto, a la par, que yo mismo me descubro digno incondicionalmente a través de la experiencia que tengo de esta dignidad en los otros y del respeto que les profeso. La experiencia de la dignidad, ¡no sólo la afirmación genérica!, por tanto, no es una experiencia de algunos, y sólo para cada cual, como una conquista personal. Si así fuese, ¿de qué podría yo hablar moralmente a otros? Me dirían que me meta en mis cosas. Insisto. Si no fuera porque en el encuentro con el otro, con todos y cada uno, se me revela e impone una dignidad fundamental igual a la que reconozco y reclamo para mí, y como creyente, la creo y la vivo como la impronta indeleble de Dios en cada uno, y la llamo, "nuestra filiación divina", no veo cómo hablar moralmente, es decir, nombrar lo que está bien o mal con universalidad, y no veo cómo decir "Padre nuestro".
El evangelio, en el horizonte de la fe en Dios, atiende a esta experiencia tan honda de forma más sencilla: "El mandamiento más importante es éste: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste. Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Le habían preguntado por el mandamiento principal, por uno, y respondió con dos en uno.
Puedo pensar, y pienso que este post es dar cancha a la polémica; de acuerdo; sé que la mayoría de los teólogos prefiere otros modos que son tenidos por más “propios” en el gremio; lo sé y los respeto; hay algo de “clasista” en eso de no bajar a la plaza y también, por qué no, una prudencia para no dificultar la comunión católica; es otra manera de obrar en conciencia; pero evitando lo más infantil de una polémica, no debemos obviar lo fundamental. A lo mejor estamos dando demasiadas cosas por supuestas y algunas debemos compartir como cristianos, sí, pero también y antes, como personas de bien.
Todo lo demás, si uno da clases de teología o no, si se las quitan o se las ofrecen según qué cosas diga o calle, es tan secundario, (¡quienes me conocen saben que darlas representa para mí un sacrificio!, pero ésta es otra cuestión; y en cuanto al sacerdocio, hace veinte años que no tengo diez días de vacaciones en verano para mí, así que algún pequeño derecho tendré si molesto; (y disculpas por la inmodestia "paulina"); pero, ¡ojo!, que los mismos que se han jubilado con todos sus derechos, ¡y me alegro, es de justicia!, critican que la Iglesia haya ayudado a algunos de sus “ex-curas” en grave dificultad; ¿no es distinta medida al juzgar en justicia los casos?), todo lo demás, -digo-, carece para mí de importancia especial. Incluso si me encuentro con mi Obispo, ¡el que sea!, y me lo pide seriamente, sé callarme sobre “la Nota”. Sobre lo otro, lo del respeto a las personas, ya sé que cualquier Obispo me va a animar.
Por cierto, lo repito, yo también me cuelo en algún desprecio personal, y ¡cómo me duele! Me gustaría que nunca fuese el orgullo del perfeccionista, ¡el dolor moral es tan escurridizo y enrevesado, que autoengaño nos amenaza siempre!, sino el arrepentimiento sincero del pecador. Con Dios. Un saludo.
P.D.: Por cierto, el post del Sr. Fernández de la Cigoña, “Al Señor Calleja, abochornado el pobre por mi causa”, lo encuentro mucho más correcto y respetuoso en su forma. Vamos mejorando.