¡Es la hora!

Sé que repito algunas cosas, ¡mis disculpas!, pero es la hora. Estoy muy preocupado por los efectos sociales de la crisis económica. Creo que se nota. Lo estoy repitiendo por activa y por pasiva. El paro de los años noventa nos ha dejado marcados de por vida a varias generaciones de ciudadanos. No se trata del paro propio, necesariamente, sino del paro como hecho social a nuestro alrededor, afectando a personas concretas, familiares y amigos, en situaciones imposibles. Dicen que esta vez estamos más preparados, pero todo tiene un límite.

No hace falta ser economista para reconocer que “la bolsa común” baja a otra velocidad de la que engorda. Con esto del dinero pasa como con el tiempo; si estás de espera, el reloj parece que se detiene en cada segundo; pero si no llegas, las agujas más que andar, vuelan; pues así sucede con los ahorros del Estado y de la Seguridad Social. El caso es que dicen quienes gobiernan que estamos más preparados. Yo les creo, pero un poco, sólo un poco. Ya sé cómo son estas cosas. No en vano soy “aldeano” y esto te marca para siempre con un cierto escepticismo ante las promesas de los gobernantes; siempre te suenan a aquello de los duros a cuatro pesetas. Sin haber conocido la teoría de los ciclos, ya sabes que la ley de la vida son los ciclos, y que todo lo que sube, baja. Así va la historia. Así avanza, decimos. Así va. Vamos a dejar lo de avanzar, según en qué y cómo, para otra reflexión.

Ahora bien, la preocupación ética o moral ante la crisis tiene que ser muy respetuosa con los hechos y muy firme, a la vez, en las preguntas sobre lo que deberíamos hacer. Por el respeto de los hechos, nos evitamos un idealismo ideológico que corta las piernas del enfermo a la medida de la cama; y por la firmeza en la preguntas éticas, nos resistimos a la tiranía de los acomodados en el “tiene que ser así, los expertos lo han dicho”, “siempre fue así”, “la economía es la economía y el dinero impone sus leyes”, “los mercados dirigen la globalización y los Estados la gestionan”, etc. Se trata de una lucha sin cuartel por las palabras y su interpretación, que pareciendo nominalista, banal incluso, es todo un juego de poder por controlar la imagen de lo que pasa. Porque mediante ella no se crean puestos de trabajo, pero sí se acepta, de mejor o peor grado, una visión de lo que sucede y de los derechos y deberes que nos corresponden como grupo social. Porque las desgracias y los logros son al cabo personales, particulares de cada uno, pero lo que hace “política”, lo que determina una atmósfera social, el estado de ánimo de una sociedad y sus reacciones activas o pasivas, procede de la visión extendida y compartida de lo que nos pasa. Es muy importante esta disposición sobre la fotografía de nuestros problemas, sobre el nombre que les damos casi todos y las explicaciones que se extienden en el común de la gente.

Por eso, la ética o moral social, tan modesta como decía y tan firme en sus preguntas, tiene que esforzarse en hacer ver que a la mayoría de la gente le cuesta dar prioridad en su cabeza a las situaciones de los grupos sociales más amenazados o, directamente, excluidos e ignorados. Y esto sí que es importante como tarea moral. En tiempo de convicciones débiles y con un cálculo tan realista de ventajas e inconvenientes ante cada lucha social, ¿quién reconocerá que estoy planteando algo valioso cada día, incluso valioso siempre?

Voy a referirme a la responsabilidad de mi “grupo”, el mundo de los creyentes. Creo que a las Iglesias, y a los colectivos solidarios de todo signo, les correspondería desnudar nuestro mundo y mostrar sus vergüenzas económicas más inhumanas. Ahora bien, ¿dónde están esas voces y esos testimonios institucionales verdaderamente chocantes? ¿Quién atenderá a palabras más de una vez sin obras? Y además, en el mundo de la fe, hoy, ¿no hay un discurso tan concentrado en que “sin Dios todo está perdido”, que apenas roza el “sin las personas en situaciones de extrema necesidad, tan injustamente además, Dios mismo está perdido”? No voy a ser convencional comparando todo esto con otras campañas “por la vida”, como si tuvieran que ser “caminos alternativos”. El cristianismo tiene que reaccionar. Creo de verdad que en la Iglesia Católica, a la que pertenezco, hay “maestros” que hablan muy bien y “gente de a pie” que se empeña de todo corazón por la caridad y hasta la justicia. Pero no hay armonía entre estos dos coros, y nos falta un liderazgo espiritual que trastoque los signos cristianos en signos interpelantes para el mundo, en signos que desazonen a los poderosos y acomodados, en signos de los tiempos, porque en ellos se verifica con realismo el ya sí del “amor de Dios para con los últimos”, por más que todavía no en plenitud. Estoy convencido de que hay que ser socialmente más duros. Denunciar e interpelar con signos más rotundos como Iglesia de Jesucristo. La palabra de la fe tiene que chocar mucho más con el mundo y al mundo; tiene que ser mucho más incómoda con nosotros mismos, la gente de la Iglesia, y traducirse en renuncias económicas y sociales bien visibles. Es la hora, en plena crisis económica, de los signos o hechos cristianos más interpelantes, con mayor significado político, más incómodos para la organización eclesial, y para los colectivos solidarios; es la hora, ¡lo es más que otras veces!, para el liderazgo religioso y moral más exigente en todos los sentidos de la vida humana; lo es arriba, abajo y en medio, ¡según responsabilidades distintas! Se acabó la exclusiva del discurso religioso pío y de la moral individual; hay que sumarles la carne de las personas y de las situaciones más inhumanas, las que se están planteando ya ras de calle en plena crisis, comprenderlas en su estructura profunda, y validar esto con signos sociales y públicos de empeño real por una “ciudad” más justa. De no intentarlo, rotundamente, ¡con más de un escándalo para el mundo de las finanzas y el dinero, los profesionales acomodados, la alta y media administración pública, la clase política y sindical!, por ejemplo, la ética o moral social, sea cristiana o sea laica, otra vez participará en el recorte de los pies del enfermo social a la medida de la cama del “dinero”, ¡la más injusta de las terapias sociales! Si alguien puede ir más allá, que empuje. Es la hora.
Volver arriba