Una interpelación al catolicismo "conservador"
Quienes a menudo criticamos en publico algunos comportamientos o palabras de la Iglesia Católica, puede parecer que no vemos en ella motivos de gozo y reconocimiento. Eso no es cierto. Continuamente tenemos experiencias y estamos entre gente que se desvive por hacer bien su tarea, es decir, con sentido humano y evangélico. Muchas veces, Obispos, desde luego que sí. Nosotros mismos lo intentamos. Más aún, la mayoría de las veces, cuando callamos, no significa descuido o pasotismo ante la marcha eclesial, sino, simplemente, normalidad y respeto al pluralismo pastoral legítimo que está detrás de tal o cual decisión. Admito que este reconocimiento de la normalidad pastoral, y del afecto con que nos implicamos en ella, quizá debiéramos decirlo más veces, pues algunos creen que la crítica es algo así como “un tic nervioso” que padece el cristianismo de unos pocos. A éstos se les suele llamar “los progresistas”, lo cual si es una denominación, sin más ni más, puede servir, pero todos sabemos que las palabras están cargadas de intención e ideología; y, hoy, la intención sobre esta palabra tiene un toque de ironía despectiva en muchas bocas. No hay que apurarse por ello, pues siempre se aprende algo, pero soy de los que piensa que para “estar de vuelta de algo”, primero “hay que haber ido a algún lugar”. Dicho queda.
Insisto sin rubor en el reconocimiento que merece la Iglesia en mil acciones de compromiso evangelizador, en el sentido estricto de anuncio y celebración de la Fe, y en el sentido amplio, igual de legítimo y obligatorio, de realización de la caridad, y bajo su inspiración, de empeño por la solidaridad y la justicia. Hay una Iglesia plena de gente que con pocos medios, austeridad en su uso y sacrificio personal hace maravillas en cualquier ámbito de la vida eclesial y social; más en la social que en la eclesial; lo pienso así. Es mucho más fácil coincidir en todo esto que en la teología y espiritualidad más o menos intuida que está al fondo de tales empeños cristianos. Pero tampoco esto debe significar el silenciamiento de los porqués cristianos y sus matices. Hay que hablar de todo ello y hacerlo más veces en oración compartida.
Pero nos engañaríamos a nosotros mismos si no reconociéramos que la Iglesia es una realidad muy plural, inconfortablemente plural, en tantos sentidos, teológicos y pastorales como nos imaginemos; que requiere por ello mucho empeño para hermanar el discernimiento y sus opciones evangelizadoras; que exige cuidar con mimo las mediaciones de participación y creación de opinión comunitaria; que hay que decidir buscando el respaldo de las comunidades y aprendiendo todos a estar en minoría y reconocerlo… En fin, tantos aspectos prácticos que el Evangelio insinúa y que el sentido común dicta, …y que una realización “autoritaria y solipsista” de los ministerios de gobierno, o de la vida cristiana de cada uno, pueden arruinar, y de hecho arruinan a menudo,… No debería ser necesario decirlo, pero hay que decirlo. Y esto nada tiene que ver con respuestas que nos den los juristas de cabecera o lo teólogos especialistas en el Catecismo de la Iglesia Católica. Es más sutil y más en sintonía con Jesús, y con el sentido democrático de la gente. A ver, “había un sembrador…”; “Había un Señor que…”; “No sea así entre vosotros…”; “… me negarás tres veces”; “Si no os hacéis como niños…”; “El primero entre vosotros…”; “Dadles vosotros de comer…”; “Nadie te ha condenado…”. “Bienaventurados los pobres…”; así hasta la extenuación espiritual y teológica más desconcertante.
Por eso, toda esa crítica que a veces algunos hacemos a la Iglesia y de la Iglesia, y que tanto molesta a muchos en estos días, que nadie la capte en términos políticos. Hablo en general. No está hecha para defender a alguien que ahora gobierna y antes no; no es eso, no es eso; ¡qué ridículo!; no niego que todos tenemos unas u otras simpatías y que nos influirán; pero la cuestión no es quién dice algo en la sociedad, sino qué dice; y la cuestión no es quién le responde desde la Iglesia, sino qué le responde; no nos equivoquemos; luego viene la discusión, sobre si bien o mal dicho o respondido, pero el quién y su “color” no es determinante; los que creen que lo determinante es el quién, viven el catolicismo como la pertenencia a una tropa de combate, una nación espiritual por la que morir, una Ciudad de Dios que vencerá… en fin, sus manías que nada tienen que ver con el Reinado de Dios como Buena Noticia de Salvación para los Pobres y los Pecadores. Y si la sociedad “progresista” se ha habituado a despreciar el mensaje por el mensajero eclesial que lo trae, la “sociedad” eclesial, “no progresista”, la mayor parte de ella, se ha habituado a despreciar el mensaje de la sociedad por el mensajero que lo trae. Muy mal ambos.
Pero todo requiere sus antecedentes. Yo insisto en uno. Si no nos reconocemos en la sociedad civil, herederos de una tradición religiosa irrenunciable, y con propuestas morales muy nítidas en moral personal (y social; por desgracia, menos), pero ciudadanos iguales en la sociedad civil de los iguales, de los argumentos, de las razones, de las decisiones democráticas para llegar a la ley… Si no reconocemos la obligación que el Estado tiene de servir a la sociedad, y no de adoctrinarla, desde luego; pero sí de servirla con soberanía política; si no reconocemos que tiene que cuidar las reglas del debate social y cuidar que ningún grupo monopolice el debate “ético”; si sabemos que debe advertirnos de que hay minorías que reclaman derechos fundamentales para ellos y de que, por tanto, hay que valorar juntos si son eso, derechos, y no privilegios o antojos modernizadores… Si no reconocemos que la misma subsidiariedad del Estado lo es respecto de la iniciativa social democrática, pero cuidando que sea igualitaria en las oportunidades de opinión e iniciativa de los grupos… Si olvidamos esto, a dónde vamos… a alegres declaraciones de que estamos en un “estado totalitario”, lo que me hace pensar si quien lo dice conoció el franquismo y supo personalmente de la represión. No sé, me sorprende este uso fácil de adjetivos gruesos.
Cada grupo social y moral tiene su fuerza y representación, pero todos tienen derechos fundamentales y oportunidades de reclamarlos. Discernir dónde y cuándo hay derechos que la justicia impone, y no diferencias particulares que el antojo, la moda o el individualismo reclaman, no es fácil, pero es necesario; ¡y nadie lo sabe de antemano para todos y mejor que nadie¡ Lo puede “conocer” por la fe, en la comunidad de los creyentes, pero la sociedad civil necesita sumar razones de los iguales y traducirlas a convicciones y apoyos. Esto es lo que se puede decir, aunque se hable de razones de ley natural. Y nada tiene que ver con si está Zapatero o sus adversarios políticos. Ésta es la cuestión, y no si tememos perjudicar a las opciones de izquierda. (Yo más bien pienso que esto es lo que, a menudo, ha pasado en manifestaciones “católicas”, en relación a la derecha política, pero no es del caso volver sobre ello. Y ese error es lo que caracteriza a las mañanas de la COPE, imagen de la Iglesia para muchos donde las haya. De esto hablamos).
En fin, las críticas a la Iglesia no son todo ante ella, ni lo fundamental, ni un tic nervioso de algunos progresistas de su seno, ni un servicio político a la izquierda “amiga” de algunos eclesiásticos a la deriva, sino, generalmente, aún con excesos o equivocaciones, las críticas a la Iglesia y en la Iglesia son palabras de hermanos a hermanos para que no nos sometamos a la dialéctica amigo-enemigo, nosotros- ellos, verdad-mentira. No es eso. No es eso. No “matemos” al mensajero antes de tiempo. No lo “matemos” nunca, que la verdad, la parte dolorosa de la verdad que nos traiga, no tiene la culpa de nuestros males.
Insisto sin rubor en el reconocimiento que merece la Iglesia en mil acciones de compromiso evangelizador, en el sentido estricto de anuncio y celebración de la Fe, y en el sentido amplio, igual de legítimo y obligatorio, de realización de la caridad, y bajo su inspiración, de empeño por la solidaridad y la justicia. Hay una Iglesia plena de gente que con pocos medios, austeridad en su uso y sacrificio personal hace maravillas en cualquier ámbito de la vida eclesial y social; más en la social que en la eclesial; lo pienso así. Es mucho más fácil coincidir en todo esto que en la teología y espiritualidad más o menos intuida que está al fondo de tales empeños cristianos. Pero tampoco esto debe significar el silenciamiento de los porqués cristianos y sus matices. Hay que hablar de todo ello y hacerlo más veces en oración compartida.
Pero nos engañaríamos a nosotros mismos si no reconociéramos que la Iglesia es una realidad muy plural, inconfortablemente plural, en tantos sentidos, teológicos y pastorales como nos imaginemos; que requiere por ello mucho empeño para hermanar el discernimiento y sus opciones evangelizadoras; que exige cuidar con mimo las mediaciones de participación y creación de opinión comunitaria; que hay que decidir buscando el respaldo de las comunidades y aprendiendo todos a estar en minoría y reconocerlo… En fin, tantos aspectos prácticos que el Evangelio insinúa y que el sentido común dicta, …y que una realización “autoritaria y solipsista” de los ministerios de gobierno, o de la vida cristiana de cada uno, pueden arruinar, y de hecho arruinan a menudo,… No debería ser necesario decirlo, pero hay que decirlo. Y esto nada tiene que ver con respuestas que nos den los juristas de cabecera o lo teólogos especialistas en el Catecismo de la Iglesia Católica. Es más sutil y más en sintonía con Jesús, y con el sentido democrático de la gente. A ver, “había un sembrador…”; “Había un Señor que…”; “No sea así entre vosotros…”; “… me negarás tres veces”; “Si no os hacéis como niños…”; “El primero entre vosotros…”; “Dadles vosotros de comer…”; “Nadie te ha condenado…”. “Bienaventurados los pobres…”; así hasta la extenuación espiritual y teológica más desconcertante.
Por eso, toda esa crítica que a veces algunos hacemos a la Iglesia y de la Iglesia, y que tanto molesta a muchos en estos días, que nadie la capte en términos políticos. Hablo en general. No está hecha para defender a alguien que ahora gobierna y antes no; no es eso, no es eso; ¡qué ridículo!; no niego que todos tenemos unas u otras simpatías y que nos influirán; pero la cuestión no es quién dice algo en la sociedad, sino qué dice; y la cuestión no es quién le responde desde la Iglesia, sino qué le responde; no nos equivoquemos; luego viene la discusión, sobre si bien o mal dicho o respondido, pero el quién y su “color” no es determinante; los que creen que lo determinante es el quién, viven el catolicismo como la pertenencia a una tropa de combate, una nación espiritual por la que morir, una Ciudad de Dios que vencerá… en fin, sus manías que nada tienen que ver con el Reinado de Dios como Buena Noticia de Salvación para los Pobres y los Pecadores. Y si la sociedad “progresista” se ha habituado a despreciar el mensaje por el mensajero eclesial que lo trae, la “sociedad” eclesial, “no progresista”, la mayor parte de ella, se ha habituado a despreciar el mensaje de la sociedad por el mensajero que lo trae. Muy mal ambos.
Pero todo requiere sus antecedentes. Yo insisto en uno. Si no nos reconocemos en la sociedad civil, herederos de una tradición religiosa irrenunciable, y con propuestas morales muy nítidas en moral personal (y social; por desgracia, menos), pero ciudadanos iguales en la sociedad civil de los iguales, de los argumentos, de las razones, de las decisiones democráticas para llegar a la ley… Si no reconocemos la obligación que el Estado tiene de servir a la sociedad, y no de adoctrinarla, desde luego; pero sí de servirla con soberanía política; si no reconocemos que tiene que cuidar las reglas del debate social y cuidar que ningún grupo monopolice el debate “ético”; si sabemos que debe advertirnos de que hay minorías que reclaman derechos fundamentales para ellos y de que, por tanto, hay que valorar juntos si son eso, derechos, y no privilegios o antojos modernizadores… Si no reconocemos que la misma subsidiariedad del Estado lo es respecto de la iniciativa social democrática, pero cuidando que sea igualitaria en las oportunidades de opinión e iniciativa de los grupos… Si olvidamos esto, a dónde vamos… a alegres declaraciones de que estamos en un “estado totalitario”, lo que me hace pensar si quien lo dice conoció el franquismo y supo personalmente de la represión. No sé, me sorprende este uso fácil de adjetivos gruesos.
Cada grupo social y moral tiene su fuerza y representación, pero todos tienen derechos fundamentales y oportunidades de reclamarlos. Discernir dónde y cuándo hay derechos que la justicia impone, y no diferencias particulares que el antojo, la moda o el individualismo reclaman, no es fácil, pero es necesario; ¡y nadie lo sabe de antemano para todos y mejor que nadie¡ Lo puede “conocer” por la fe, en la comunidad de los creyentes, pero la sociedad civil necesita sumar razones de los iguales y traducirlas a convicciones y apoyos. Esto es lo que se puede decir, aunque se hable de razones de ley natural. Y nada tiene que ver con si está Zapatero o sus adversarios políticos. Ésta es la cuestión, y no si tememos perjudicar a las opciones de izquierda. (Yo más bien pienso que esto es lo que, a menudo, ha pasado en manifestaciones “católicas”, en relación a la derecha política, pero no es del caso volver sobre ello. Y ese error es lo que caracteriza a las mañanas de la COPE, imagen de la Iglesia para muchos donde las haya. De esto hablamos).
En fin, las críticas a la Iglesia no son todo ante ella, ni lo fundamental, ni un tic nervioso de algunos progresistas de su seno, ni un servicio político a la izquierda “amiga” de algunos eclesiásticos a la deriva, sino, generalmente, aún con excesos o equivocaciones, las críticas a la Iglesia y en la Iglesia son palabras de hermanos a hermanos para que no nos sometamos a la dialéctica amigo-enemigo, nosotros- ellos, verdad-mentira. No es eso. No es eso. No “matemos” al mensajero antes de tiempo. No lo “matemos” nunca, que la verdad, la parte dolorosa de la verdad que nos traiga, no tiene la culpa de nuestros males.