La "ley natural", los católicos y la democracia
A veces un comentario provoca una respuesta que da para otro post. Éste es el caso, a propósito de la "ley moral natural" y las leyes en una democracia. Yo digo que se puede hablar de "orden natural" o de "ley natural", sí, pero que, a la vez, hay que admitir, ¡de hecho! diferencias sobre qué es eso, en los casos más concretos, "lo natural"; segundo, que nadie tiene certeza absoluta, a la luz de la razón humana, de que su visión de lo natural es exacta y completa siempre y en todo; y, tercero, que la democracia en sociedades ideológicamente plurales ofrece un cauce para respetar la libertad de las personas, que es el primer bien moral de una vida digna, y para legislar a la luz de "lo natural humano", del mejor modo posible; y, a veces, sólo del menos malo posible, para salvar el bien posible; y a veces, la decisión es tan mala, a los ojos de algunos o muchos, que, con los requisitos debidos y conocidos en moral, cabe legitimar la objeción de conciencia ante esa ley democrática. Puede que tengan razón, puede que no. Caso por caso.
Pero no cabe, saltarse la democracia en general, para salvar la ley natural, porque entonces esas personas no tienen un problema ante una ley o leyes democráticas, sino un problema personal como ciudadanos demócratas.
Porque la cuestión no es sólo afirmar que hay una ley natural, como se escucha a menudo y nada más, sino decir cómo resuelve una sociedad democrática, que haya legislado contra esa ley, a los ojos de algunos o muchos, cómo resuelve esa contradicción ¡sin dejar de ser democrática!, es decir, sin negarle a la gente su libertad igual, su soberanía legislativa. Pues de no hacerlo, remediaríamos el mal de una mala ley, con el mal mayor de una tiranía política y moral. Ésta es la cuestión que no veo resuelta en el catolicismo conservador. A mi juicio, hace como que no ve el problema, y se limita a decir, "ley natural", ley natural". Sí, de acuerdo, pero muy cómodo. Borramos la realidad, afirmamos los principios, ya no hay problema.
En otras palabras, la afirmación de una ley natural como algo evidente para todos y siempre, en cualquier supuesto, y a la que los ciudadanos deben someterse, lo vean o no de ese modo, en obediencia a "otros mejores o más sabios" o a "la evidencia de las cosas" o a "la propia conciencia si no estuviera deformada", hace que algunos ciudadanos sean, de hecho, superiores a otros en cuanto al conocimiento del bien moral. Y esto, traducido a sistema político, da, ciudadanos de primera, los conocedores de la ley natural en todo caso y supuesto, y ciudadanos de segunda, los que la ignoran o titubean en algún supuesto, cayendo en el relativismo moral. Tenemos así un resultado democrático inaceptable.
Luego hay que pensar la cuestión desde el lado filosófico y religioso, sí, pero también desde el político, es decir, ¿qué salida práctica tenemos en caso de conflicto, sin negar la democracia como sistema? Ésta es la cuestión real, a la vez que se practica la denuncia de lo injusto, según la conciencia moral cristiana, y en su caso, con requisitos bien claros, se razona una posible objeción de conciencia. Nadie debe callar lo que piensa en una democracia; todas las razones deben escucharse; pero todos debemos, si queremos permanecer como ciudadanos democráticos e iguales, ofrecer salidas democráticas a las contradicciones que puedan darse entre la ley natural y una ley positiva. Gritar simplemente la contradicción, es demasiado cómodo; decir que no puede haber contradicción, es igual de cómodo. La democracia es muy incómoda y se lleva mal con discursos morales grandilocuentes o perezosos; y se lleva igual de mal, con discursos morales de simple juego de mayorías y minorías. Todo es más sutil; pero al final, hay que plantearse la cuestión práctica de cómo corregir democráticamente los errores democráticos sobre la ley natural, cuando los haya. Democráticamente, ésta es la cuestión moral. Un saludo.
Pero no cabe, saltarse la democracia en general, para salvar la ley natural, porque entonces esas personas no tienen un problema ante una ley o leyes democráticas, sino un problema personal como ciudadanos demócratas.
Porque la cuestión no es sólo afirmar que hay una ley natural, como se escucha a menudo y nada más, sino decir cómo resuelve una sociedad democrática, que haya legislado contra esa ley, a los ojos de algunos o muchos, cómo resuelve esa contradicción ¡sin dejar de ser democrática!, es decir, sin negarle a la gente su libertad igual, su soberanía legislativa. Pues de no hacerlo, remediaríamos el mal de una mala ley, con el mal mayor de una tiranía política y moral. Ésta es la cuestión que no veo resuelta en el catolicismo conservador. A mi juicio, hace como que no ve el problema, y se limita a decir, "ley natural", ley natural". Sí, de acuerdo, pero muy cómodo. Borramos la realidad, afirmamos los principios, ya no hay problema.
En otras palabras, la afirmación de una ley natural como algo evidente para todos y siempre, en cualquier supuesto, y a la que los ciudadanos deben someterse, lo vean o no de ese modo, en obediencia a "otros mejores o más sabios" o a "la evidencia de las cosas" o a "la propia conciencia si no estuviera deformada", hace que algunos ciudadanos sean, de hecho, superiores a otros en cuanto al conocimiento del bien moral. Y esto, traducido a sistema político, da, ciudadanos de primera, los conocedores de la ley natural en todo caso y supuesto, y ciudadanos de segunda, los que la ignoran o titubean en algún supuesto, cayendo en el relativismo moral. Tenemos así un resultado democrático inaceptable.
Luego hay que pensar la cuestión desde el lado filosófico y religioso, sí, pero también desde el político, es decir, ¿qué salida práctica tenemos en caso de conflicto, sin negar la democracia como sistema? Ésta es la cuestión real, a la vez que se practica la denuncia de lo injusto, según la conciencia moral cristiana, y en su caso, con requisitos bien claros, se razona una posible objeción de conciencia. Nadie debe callar lo que piensa en una democracia; todas las razones deben escucharse; pero todos debemos, si queremos permanecer como ciudadanos democráticos e iguales, ofrecer salidas democráticas a las contradicciones que puedan darse entre la ley natural y una ley positiva. Gritar simplemente la contradicción, es demasiado cómodo; decir que no puede haber contradicción, es igual de cómodo. La democracia es muy incómoda y se lleva mal con discursos morales grandilocuentes o perezosos; y se lleva igual de mal, con discursos morales de simple juego de mayorías y minorías. Todo es más sutil; pero al final, hay que plantearse la cuestión práctica de cómo corregir democráticamente los errores democráticos sobre la ley natural, cuando los haya. Democráticamente, ésta es la cuestión moral. Un saludo.