"La experiencia cristiana más genuina es el amor. Donde hay amor, hay cristianismo" La clave para acercarnos al Dios de Jesús no es el poder, sino el amor.

Misericordia
Misericordia

En nuestra educación religiosa Dios era un ser temible, “Dios era peligroso”

"Jesús ve a Dios como a su Padre que le ama y eso es lo que vive y nos comunica: Dios no es juez, Dios es nuestro Padre"

"Podemos vivir -hemos vivido- con escasos medios económicos, sin dinero, sin libertad, si justicia, lo que no podemos vivir sanamente es sin amar y sin ser amados"

  1. ¿Qué Dios hemos experimentado en la vida?

        Cada cual vive y habla de lo que ha percibido y de lo que experimenta en la vida. Esto nos ocurre en todos los ámbitos de la vida y también en el de la fe.

        Nosotros hablamos de un Dios fuerte: “todo-poderoso”: todo poder, que muchas veces ha derivado en Dios “milagrero”, cuando no en un Dios justiciero, que está siempre juzgando y, por menos de nada, nos castiga. En esa experiencia de Dios hemos sido educados. Y hablamos de un Dios prepotente porque es el Dios que hemos experimentado.

En nuestra educación religiosa Dios era un ser temible, “Dios era peligroso”. (En tiempos de la Inquisición era sospechoso de herejía hablar y predicar sobre la misericordia de Dios).

Newsletter de RD · APÚNTATE AQUÍ

Ama
Ama

Cuestiones como el pecado, la culpa - la culpabilidad, la angustia, el escrúpulo, el juicio, la condenación, el infierno configuraban en gran medida el centro de nuestra vivencia de Dios. Y lo peor era y es que esa mentalidad queda grabada como a fuego en la conciencia de muchas personas. Y esa mentalidad sigue vigente hoy en día en muchos sermones, catequesis, confesionarios, ideologías eclesiásticas, etc.

A veces da la impresión de que las catequesis y homilías son autoescuelas sobre lo que hay que hacer y evitar. La primera catequesis y más importante catequesis es el afecto al niño, a la persona.

        El hábitat “normal” de un católico era ¿y es? tener miedo a Dios.

  1. El Dios de Jesús.

        Sin embargo el Dios de Jesús es completamente distinto. Dios es amor, (1Juan 4,7) y en el amor no hay temor (1Juan 4,18).

        Malamente ha pasado la experiencia de la bondad de Dios Padre a nuestra teología, a nuestra moral, a los confesionarios, liturgias, a las catequesis y homilías, etc… Sin embargo la clave para acercarnos al Dios de Jesús no es el poder, sino el amor.

Jesús ve a Dios como a su Padre que le ama y eso es lo que vive y nos comunica: Dios no es juez, Dios es nuestro Padre.

        Pensamos que Dios un ser prepotente que podría curar un cáncer, que incluso podría parar las guerras, un ser que nos va a juzgar y posiblemente nos mande al infierno.

Pero lo que Jesús nos dice de Dios es que es nuestro Padre y nos ama. Lo genuino y propio de unos padres es amar a sus hijos, luego la vida irá como vaya. Pero los padres y Dios aman. Lo primero y ante todo es el amor.

En el amor no hay temor.

  1. Experimentar el amor.

        Creer en el Dios de Jesús, ser cristiano no es atragantarse de dogmas (Denzinger), de normas, de ritos y de “puertas”, sino sentirnos queridos por Dios.

        Es esencial y decisivo en la vida sentir, vivir en el amor.

Podemos vivir -hemos vivido- con escasos medios económicos, sin dinero, sin libertad, si justicia, lo que no podemos vivir sanamente es sin amar y sin ser amados.

        Un niño, un hijo no deseado y no querido en la familia (quizás maltratado) lo va a tener muy difícil después en la vida.

        El amor no es una dimensión especialmente cristiana -que también-, sino humana. El amor humano, el amor familiar es sacramento del amor de Dios.

        Cuidemos esta dimensión de amor en la vida, que será acogida, a veces será respeto, otras veces cercanía, en ocasiones perdón…

  1. La experiencia fundamental del cristiano.

La experiencia primordial y fundante del cristiano es la de ser amado por Dios. Dios nos ama siempre y, sobre todo, en nuestra condición de pecadores y seres débiles:

Dios nos ama cuando aún éramos (y somos) pecadores, (Rom 5,8).

        Ni tan siquiera se trata de un amor recíproco, de amistad (filia), sino de que Dios nos ha amado primero, (1Jn 4,10.16). Dios no nos ama porque nosotros cumplimos lo que nos manda, sino que nos ama porque es nuestro Padre.

En una plegaria eucarística del Misal romano dice: “cuando por desobediencia perdimos tu amistad, no nos abandonaste… ¿Quién les ha dicho a los liturgistas que Dios retiró su amistad al ser humano? ¿Quién les ha dicho a los liturgos que el padre retiró su amistad al hijo perdido?

La experiencia cristiana más genuina es el amor. Donde hay amor, hay cristianismo. Si no hay amor estamos lejos de ser cristianos. Es lo que tantas veces hemos cantado en nuestra vida: Ubi charitas et amor, Deus ibi est: donde hay caridad y amor, allí está Dios.

        Somos cristianos cuando y porque nos sentimos amados por Dios, incluso -y sobre todo- cuando nos vemos hundidos en la vida. Cuando no se tiene la experiencia de ser amado en la vida es muy difícil ser cristiano, sentirse bienaventurado en la vida (recordemos lo que escuchábamos el domingo pasado: sed bienaventurados, felices en la vida).

Uno puede ser un perfecto religioso cumplidor de la ley, aceptar militarmente el dogma y la disciplina eclesiástica. Eso es ser religioso. Pero ser cristiano es amar y ser amado.

05    Ama y haz lo que quieras

        Jesús nos llama a vivir en el amor de Dios y de la humanidad.

        Pero el amor no es un mandamiento más de  “moralina barata” que se le ocurriera a Jesús lo mismo que podría haber dicho que los viernes no se puede comer carne o que los domingos hay que venir a Misa.

        Decía K Rahner (1904-1984) que el único criterio moral en el cristianismo es el amor. Después cada cual habrá de extraer las pautas de comportamiento para su vida.

        En último término es lo que decía San Agustín (350-430): ama y haz lo que quieras. O si preferimos podemos darle la vuelta: ama y lo que quieras, hazlo.

Volver arriba