Adviento: de nuevo vendrá
El adviento tiene dos partes claramente diferenciadas. En la primera, la liturgia nos orienta hacia la última y definitiva venida del Señor. En la segunda, la liturgia nos prepara a celebrar el misterio de la Encarnación.
Un año más comenzamos el adviento, ese tiempo litúrgico anterior al tiempo de Navidad, que tiene dos partes claramente diferenciadas. En la primera parte del adviento la liturgia nos orienta hacia la última y definitiva venida del Señor. En la segunda parte, la liturgia nos prepara a celebrar el misterio de la Encarnación. Hay un artículo del Credo que, aunque se refiera expresamente a la segunda venida, podría recapitular todos los sentidos que tiene el adviento. Después de proclamar la muerte y la resurrección de Jesús, así como su ascensión al cielo, el Credo afirma: “de nuevo vendrá con gloria”. El “de nuevo vendrá” supone que, al menos, ya ha venido una vez, porque si no hubiera sido así no tendría sentido decir “de nuevo”; habría que afirmar solamente que vendrá.
Lo interesante de la precisión “de nuevo” es que permite que en este artículo de fe queden recapituladas tres venidas del Señor. La primera tuvo lugar en el pasado, en Belén, hace más de dos mil años, cuando el Verbo se hizo carne naciendo de la Virgen María. Su última venida tendrá lugar en el futuro, todavía la esperamos; a esta última venida se refiere el artículo del Credo citado, que precisa que esta venida al final de los tiempos será “con gloria”. Eso contrasta con la primera venida que tuvo lugar en la humildad de nuestra carne. Como la última será con gloria quedará claro y patente para todos lo que en su primera venida sólo alcanzaron a comprender unos pocos. De esta última venida se dice además que vendrá “para juzgar a vivos y muertos”. El juicio es un discernimiento que distingue el bien del mal, lo verdadero de lo falso. Pues bien, en esta última venida con gloria y majestad quedará clara la verdad de todas las cosas, quedará patente que sólo el amor conduce a la vida, que sólo la bondad tiene futuro.
¿Y esta tercera venida a la que antes he aludido? Es también una venida en humildad y pobreza, por eso es posible no captarla. Es la permanente venida del Señor a nuestras vidas a través de los muchos signos actuales de su presencia. Por ejemplo, en los sacramentos de la Iglesia. Pero sobre todo en el prójimo hambriento y necesitado, en el anciano pobre y solitario, en el injustamente tratado. Porque allí se hace presente el Señor de la gloria, presente realmente, aunque esta realidad esté escondida en la humildad y la pobreza. Esta es la venida que debería importarnos. Porque si no encontramos al Señor en esta permanente venida, su primera venida habrá sido inútil y su última venida dejará claro que no supimos acogerle. Esta venida presente es la que debería preocuparnos todos los días del adviento y todos los días de nuestra vida. Sin acogerle en el presente, la primera venida no tiene sentido y la última podría ser terrible.