Amar no es cuestión de palabras
¿Por qué hay tantos fracasos en el amor? Porque, en el fondo, muchos sólo se buscan a sí mismos. Y, por encima del otro, colocan el propio éxito, enriquecimiento, triunfo o poder.
| Martín Gelabert
¿Por qué hay tantos fracasos en el amor? Porque, en el fondo, muchos sólo se buscan a sí mismos. Y, por encima del otro, colocan el propio éxito, enriquecimiento, triunfo o poder. Pero la verdad del amor no está en el sentimiento, ni en que el otro me resulte agradable. La verdad del amor está en amar. Antes de ser un sentimiento que me provoca lo externo a mi, es una actitud mía, es un don de mi vida y de mi persona, es un acercarme y entregarme. Es una capacidad, es poner en práctica mi capacidad de amar. Más que una cuestión de objeto (de realidad externa que me gusta), el amor es una actitud, una orientación del carácter, un ejercitar una facultad, una expresión de mi vida.
Sin duda, cuando yo amo, puede ocurrir la maravilla de despertar en el otro el amor, y de ser yo también amado. Hay un lazo muy estrecho entre el desarrollo de mi capacidad de amar y el desarrollo del amor en el amado. Así ocurre en el caso ideal, en el amor de la madre por el hijo. El niño es ante todo objeto de un amor gratuito. Él es, en primer lugar, amado. Y amado incondicionalmente. Pero, poco a poco, este amor primero e incondicional, despierta en el niño la capacidad de amar, de responder al amor primero de la madre. Y de pasar de una primera etapa en la que la madre es amada por la necesidad que el niño tiene de ella, a una etapa más madura en la que el niño trata de complacer a su madre y de “ganarse” su amor.
Amar significa saber escuchar, estar atento a las necesidades del otro, tomar en serio lo que el otro me dice. Amar, sobre todo, exige confianza en el otro. Esta confianza puede aumentar o disminuir en función del conocimiento del otro. Pero siempre es condición del amor. Confiar es dejar ser al otro y, sobre todo, dejarle libre. Cuando quieres apoderarse del amigo, controlarle para estar más seguro de él, manifiestas tu desconfianza y destruyes la amistad. En la esfera de las relaciones humanas, la fe es una cualidad indispensable de la fraternidad y de todo amor verdadero. Tener fe en otra persona es estar seguro de la fidelidad e inalterabilidad de sus actitudes fundamentales.
Una última observación. El amor verdadero excluye toda ética de buenos sentimientos. Es un amor “realista”: “si alguno que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios? Hijos míos, no amemos de palabras y con la boca, sino con obras y según la verdad” (1 Jn 3,17-18). En este texto bíblico aparece claro que el amor no es cuestión de palabras o de sentimientos. Es efectivo y eficaz. Está atento a las necesidades del prójimo y responde de forma concreta a esas necesidades. De esta forma, además, es un reflejo del amor que es Dios y del amor que Dios nos tiene. Porque allí donde hay amor auténtico, allí está Dios. Y donde el prójimo es ignorado, allí no está Dios.