Base teológica de la sinodalidad
El sensus fidei impide separar rígidamente una ecclesia docens (Iglesia que enseña y habla) y una ecclesia discens (Iglesia que escucha y aprende), pues también los fieles tienen un “olfato” para encontrar nuevos caminos que el Señor abre a la Iglesia. Los fieles no son actores pasivos y simples receptores
| Martín Gelabert
El precedente más inmediato de la sinodalidad podemos encontrarlo en la encíclica Ecclesiam Suam de Pablo VI. El Papa propone como camino evangelizador el diálogo, y enumera, a modo de círculos concéntricos, los actores de este diálogo de alcance universal: diálogo de la iglesia con todo lo que es humano, diálogo interreligioso, diálogo entre los hermanos separados y, finalmente, diálogo intraeclesial, en el interior de la Iglesia católica, “diálogo doméstico”, decía el Papa. En la constitución Gaudium et Spes del Vaticano II, volvemos a encontrar esos mismos círculos, pero con un cambio de orden. El primer círculo del diálogo se da “en el seno de la Iglesia, reconociendo todas las legítimas diversidades, para abrir con fecundidad siempre creciente el diálogo entre todos los que integran el único Pueblo de Dios, tanto los pastores como los demás fieles”.
Una manera de concretar el diálogo intraeclesial es la sinodalidad. Pablo VI, al inicio de la cuarta sesión del Concilio Vaticano II, instituyó el Sínodo de los Obispos, “una de las herencias más valiosas del Concilio”, según el Papa Francisco. Con él se pretendía y se pretende «prolongar, en la vida y en la misión de la Iglesia», el estilo conciliar, y «fomentar en el pueblo de Dios la apropiación viva de sus enseñanzas». Francisco ha ampliado el método sinodal, apoyándose en la doctrina del sensus fidei: “la totalidad de los fieles que tienen la unción del Santo (cf. 1 Jn 2,20.27) no puede equivocarse en la fe” (Lumen Gentium, 12).
El sensus fidei impide separar rígidamente una ecclesia docens (Iglesia que enseña y habla) y una ecclesia discens (Iglesia que escucha y aprende), pues también los fieles tienen un “olfato” para encontrar nuevos caminos que el Señor abre a la Iglesia: “Dios dota a la totalidad de los fieles de un instinto de la fe -el sensus fidei-, que los ayuda a discernir lo que viene realmente de Dios” (Evangelii Gaudium, 119). Los fieles no son actores pasivos y simples receptores (Cf. Evangelii Gaudium, 120). En un discurso del año 2015, Francisco abogaba por “una escucha recíproca en la cual cada uno tiene algo que aprender”, fieles, pastores, obispo de Roma; “uno escucha a los otros, y todos en escucha del Espíritu Santo”. “El camino sinodal comienza escuchando al pueblo, prosigue escuchando a los pastores, y culmina en la escucha del Obispo de Roma”. El pueblo fiel tiene su momento profético, los pastores su momento de discernimiento y el Obispo de Roma tiene la última palabra.
Acabo con una referencia al “primer concilio de la Iglesia”, según Hechos 15. Allí hubo una fuerte discusión sobre un asunto que entonces revestía sumo interés, a saber, si “era necesario circuncidar a los gentiles y mandarles guardar la ley de Moisés”. Después de un serio y largo debate, la asamblea escribió una carta con las conclusiones “que hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros”. La pregunta interesante es: ¿quién es este “nosotros”? Según el libro de los Hechos este “nosotros” son: “los apóstoles y presbíteros” y, ¡atención!, “de acuerdo con toda la Iglesia”.