Creados para ser habitados

“Todo ser humano ha sido creado para ser habitado”. La frase la escuché hace unos 35 años de labios del Hermano Roger de Taizé. Y nunca la he olvidado. Es una frase paradójica, sorprendente; una frase que, de entrada, describe algo que parece imposible, aunque si lo pensamos bien es lo que ocurre con toda maternidad. El hijo habita en la madre. También Jesús un día le hablaba a Nicodemo de “nacer de nuevo”, y la sorpresa de Nicodemo fue tal que exclamó: “¿puede acaso un hombre entrar de nuevo en el vientre de su madre?”. Para Jesús, nacer de nuevo es posible por obra del Espíritu, es posible convertirse en nueva creatura. Igualmente cabría decir que ser habitado es posible por obra del Espíritu. El Espíritu hace presente y real en nuestras vidas a Dios mismo. Por eso, san Pablo dice que somos templos de Dios o templos del Espíritu.


Cuando uno ama y es amado es una persona habitada por el amado. ¿Cómo se recibe a una persona? Por el amor. Por el amor, el amado se convierte en lo más propio mío, habita en lo más profundo de mi. Si esto puede ser una rica experiencia antropológica, puede igualmente ser, y con más razón, una experiencia teologal. Dios se hace el constitutivo más íntimo de mi personalidad cuando yo le abro mi corazón con fe. Y entonces es posible decir con toda verdad: “ya no soy yo el que vive, es Cristo quién vive en mi”. Cristo vive en mi, eso es exactamente ser habitado. Vive en mi cuando acojo su Palabra y me dejo guiar por su Espíritu. Y entonces se produce una maravilla: yo me siento  cada vez más yo, al sentirme cada vez más lleno de Dios. Porque Dios, al habitarme, no me anula, me constituye. Es el constitutivo más íntimo de mi persona. De forma que el crecimiento en humanidad y el estar invadido por Dios son directamente proporcionales, ya que crecen en la misma dirección.


Dice el Maestro Eckhart: “Dios me es más próximo que yo mismo lo soy de mi mismo; mi ser depende de que Dios esté cerca de mí y presente en mí. Y cuanto más lo sé, más feliz soy”.

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