Creados a imagen de la Trinidad
En la primera página de la Biblia se afirma que el ser humano, varón y mujer, ha sido creado a imagen de Dios. Este es un dato básico en toda antropología teológica, o sea, en toda comprensión cristiana del ser humano. Pero, gracias al Nuevo Testamento, sabemos que este Dios creador del ser humano, es un Dios cualificado, un Dios en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Si esto es así, entonces no queda más remedio que afirmar que la persona humana ha sido creada a imagen de la Trinidad, y que cada una de las tres personas deberá reflejarse, dejar su huella y su marca en su imagen humana.
San Ireneo decía que el Padre crea a través de sus dos manos, a saber, el Hijo y el Espíritu Santo. La creación es una obra conjunta de las tres personas, pero cada una juega su papel. Así se podría decir que el Padre, al crear al ser humano, tenía delante el mejor de los modelos, a saber, su propio Hijo que se iba a encarnar. De modo que toda la creación, y especialmente el ser humano, lleva una huella cristológica. El Hijo, el Verbo que se iba a encarnar, es el modelo en el que el Padre se fijaba al crear al hombre. El papel del Espíritu es igualmente importante, porque el Espíritu hace posible la presencia de Dios en la intimidad, en el corazón, en lo más profundo del ser humano. Más aún, esta presencia permanente de Dios en lo creado y en el hombre, es la que hace que todo se mantenga en el ser, es la posibilidad de que la vida permanezca. El Espíritu es la inmanencia del trascendente, el modo cómo Dios se hace presente en lo creado.
Las tres personas divinas se reflejan en el ser humano, creado a su imagen, de distinta manera: el cristiano refleja al Padre, que es fuente de amor; por eso el cristiano es capaz de amar. El cristiano refleja al Hijo, el eterno Amado. Por eso el ser humano es capaz de sentirse amado, llamado a dejarse amar en el gozo de la gratitud. El cristiano es reflejo del Espíritu Santo, que imprime en nosotros lo que Él es en el misterio divino: vínculo de unidad entre el Amante y el Amado, y así es en el hombre principio de unidad y fuerza de salida de sí mismo. El Espíritu nos mueve hacia los otros, nos impulsa a extender los brazos para abarcar a todos los hombres en un mismo querer, a unir a tanta gente separada en un nosotros de amor.