ETA: vete y no vuelvas
“ETA da por concluida toda su actividad política. No será más un agente que manifieste posiciones políticas, promueva iniciativas o interpele a otros actores”. Son palabras del último comunicado emitido por esa banda terrorista que ha condicionado la vida política en el País Vasco y en el resto de España durante todos los años de democracia en nuestra nación. La organización no luchaba contra un estado opresor, sino contra unas estructuras democráticas que no respondían a sus aspiraciones totalitarias. Tarde o temprano este planteamiento estaba destinado al fracaso.
Por mi parte, ni una palabra de agradecimiento por este comunicado que, por otra parte, me parece vergonzoso. ¡Una banda criminal autodenominándose agente político! Solo un deseo: que nunca más vuelva una organización como esa. Y una palabra de solidaridad con todas sus víctimas y las familias de las víctimas. Seguro que a las víctimas fallecidas el Dios bueno y misericordioso las ha acogido en su seno. A las familias, si son creyentes, les habrá concedido su consuelo. Y si no son creyentes, también les ha manifestado su amor a través de la solidaridad de tantas personas de bien que les han acompañado y comprendido. Para todas las víctimas vivas mi deseo de que puedan sanar sus heridas, mirando al futuro con serenidad, y tejiendo la paz día a día.
La paz es una responsabilidad de todos y cada uno, es fruto del amor. No es el resultado de pactos y componendas. Los pactos, si se limitan a eso, a mutuas concesiones, pueden conseguir una tregua, el cese de la actividad armada. La paz es algo más serio. Los cristianos y las personas de bien debemos trabajar por la paz. Pero sólo desde el amor recíproco, desde el perdón recíproco, desde la capacidad recíproca de acoger al diferente y de respetarle en su diferencia, puede haber paz verdadera y duradera. Si el amor y el perdón no son recíprocos, la paz es frágil. El cristiano y las personas de bien están llamadas a dar pasos hacia la paz y el perdón, en la esperanza de que esos pasos contagien a todos y se conviertan en recíprocos.
Nuestro país necesita gente de paz. Sobran intransigencias, posiciones no negociables, banderas sagradas, reivindicaciones históricas. Nos hace falta capacidad para acoger, respetar, comprender y convivir con el otro que no soy yo, que no piensa como yo. Porque hay algo que nos une por encima de nuestras legítimas diferencias: la común humanidad, que nos hace hermanos, miembros de una misma familia.