Inadmisible, la pena de muerte
Mientras el presidente de los Estados Unidos amenaza con ampliar el uso de la pena de muerte, el Papa Francisco acaba de ordenar que se cambie el Catecismo de la Iglesia, para que no quede ningún resquicio que, por parte católica, pueda justificarla. El cambio declara “inadmisible” la pena de muerte. En realidad, el texto enmendado ya la declaraba prácticamente inadmisible, pues sólo la justificaba cuando no hubiera otro modo de defender el bien común, añadiendo que era muy dudoso que hubiera algún caso en el que este supuesto se diera.
Cuando apareció el Catecismo, publiqué un artículo el que indicaba que el texto sobre la pena de muerte, tal como salió, no estaba en línea con las modernas posiciones del Magisterio, desde el Vaticano II hasta Juan Pablo II (que fue el Papa que promulgó el Catecismo). El Papa Francisco ha dado un paso que estaba implícito, por no decir casi explícito, en el Magisterio precedente. La base de la inadmisibilidad de la pena de muerte es la dignidad de la persona humana que, en toda circunstancia, la conserva. Como bien dijo Juan Pablo II, “ni siquiera el homicida pierde su dignidad personal y Dios mismo se hace su garante” (Evangelium vitae, n. 9). La dignidad humana no se pierde nunca, pues no depende de las buenas o malas acciones que uno cometa, sino de la huella de Dios con la que ha sido creado todo ser humano.
Decir que la Biblia “justifica” la pena de muerte es no entenderla. La Palabra de Dios está siempre a favor de la vida, aunque una mala lectura fundamentalista y literalista de la Biblia puede encontrar citas que avalan la pena de muerte, del mismo modo que una mala lectura de la Biblia avala la esclavitud o la sumisión de la mujer. Pero la Biblia, como todos los textos escritos, y más si son antiguos, requiere interpretación. La exégesis, la teología y el Magisterio nos ayudan a comprender bien la línea de fondo de la Escritura, aunque, a veces, se requiera tiempo para una buena comprensión de ciertos textos.
Yo mismo he escrito que, en su defensa de la vida del no nacido, la Iglesia se cargará tanto más de razón, cuanto mejor defienda las vidas de los bien nacidos. Los criminales están entre los bien nacidos, aunque sus acciones puedan parecer propias de gente “mal nacida”. Hoy hay modos de impedir que, una vez arrestados, vuelvan a cometer tales delitos. Eso dejando aparte que Dios siempre confía en la capacidad de arrepentimiento y conversión de todos y cada uno. Porque nos ama incondicionalmente y con él siempre hay nuevas oportunidades.
Este cambio en el Catecismo resulta más coherente con el moderno Magisterio de la Iglesia, con una buena lectura de la Palabra de Dios y con el progreso de la teología. Y también con la mayor conciencia que la Iglesia va cobrando de la dignidad de la persona humana.