Jesús nace estando el universo en paz

En tiempos de Jesús el orbe de la tierra no estaba en paz ni, mucho menos, lo está ahora. Pero sólo si logramos que nuestra realidad, nuestra esfera de influencia viva en paz, Jesús podrá nacer, pues solo nace y crece allí donde el universo está en paz. 

La liturgia de la Misa de medianoche del día de Navidad, incluido el evangelio, está plagada de historia, teología y poesía. Historia, porque lo que se celebra es un acontecimiento perfectamente situado en el tiempo. Hoy no hay ningún historiador serio que ponga en duda la existencia de Jesús de Nazaret. Ahora bien, un historiador, en cuanto tal historiador, no puede demostrar que Jesús de Nazaret es el enviado de Dios para salvar a la humanidad. Esta interpretación salvífica de la persona de Jesús es propia de la teología. Es una interpretación posible y justificada, aunque no se impone necesariamente. La investigación histórica queda abierta a la confesión de fe: Jesús es el Cristo de Dios. Con la historia sola no llegamos a la fe, pero sin la historia la fe queda desprovista de fundamento. Lo que dice la historia no demuestra la fe, pero tampoco resulta incoherente con lo que dice la fe.

La teología afirma que, en la humanidad de Jesús, perfectamente detectable con los ojos humanos, se encuentra algo solo detectable con los ojos de la fe, a saber, que en aquella humanidad se encuentra la plenitud de la divinidad. Para expresar estas realidades sublimes muchas veces el mejor lenguaje es el de la poseía. La poesía amplia las fronteras del lenguaje y es un buen modo de expresar lo inefable. Así dice el evangelio de la Misa de nochebuena: “el ángel del Señor se presentó a los pastores y la gloria del Señor los envolvió de claridad. En torno al ángel apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios ama”.

Esta combinación de historia, teología y poesía se encuentra sintetizada en el anuncio o pregón, con el que se inicia la Misa del gallo, conocido como calenda (porque esa es su primera palabra en latín), que antiguamente se cantaba en los monasterios, y todavía hoy en muchas iglesias, y que podemos considerar el último grito del adviento. El texto sitúa el nacimiento de Cristo en relación con toda la historia de la humanidad. Su última referencia histórica dice así: “en el año cuarenta y dos del imperio de Cesar Augusto, estando el universo en paz, Jesucristo nace en Belén de Judá”.

Eso de “estando el universo en paz” es un fuerte deseo más que una realidad. En tiempos de Jesús el orbe de la tierra no estaba en paz ni, mucho menos, lo está ahora. Basta pensar en gobernadores crueles y despóticos como Herodes o Pilato. Los ejemplos de hoy son de sobra conocidos. Pero esta paz del pregón bien podría ser el anuncio de lo que pretende el recién nacido, a saber, que todos los pueblos y personas vivan reconciliados y unidos. Y, en todo caso, es una llamada a cada uno de nosotros, pues sólo si logramos que nuestro universo, nuestro entorno, nuestra realidad, nuestra esfera de influencia viva en paz, Jesús podrá nacer, pues solo nace y crece allí donde el universo está en paz. Y si nace en medio de la guerra es porque allí también hay corazones pacificados y personas que trabajan por la paz.

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