¿Nuestro Padre Jesús? Pues no
La religiosidad popular merece mucho respeto. Pero también necesita ser educada y reorientada. En algunos lugares es posible encontrar instituciones que se amparan bajo el título de “nuestro Padre Jesús”. Tras este tipo de expresiones hay una inadecuada comprensión del inefable misterio trinitario. El Dios cristiano es un Dios cualificado. Todas las religiones monoteístas hablan de Dios, pero no de la misma manera. No es lo mismo acentuar que Dios es “Señor”, aunque sea un señor clemente y misericordioso, que acentuar que es Amor. La primera acentuación reclama sumisión; con la segunda es posible hablar de una relación de amistad entre Dios y la persona.
La revelación cristiana culmina afirmando: Dios es Amor. Esta comprensión de Dios es coherente con el dogma trinitario. El amor solo es posible si hay relación, si hay comunión y si hay diferencia (una diferencia que no altera la igualdad). La unidad divina no se resuelve en la soledad. Padre, Hijo y Espíritu no son tres maneras de designar a Dios en función de nuestras conveniencias o de nuestras ideas. Esta triple modalidad divina es esencial al Dios cristiano, no es un invento o una proyección humana. Es el modo como en Jesús, Dios revela lo que es en sí mismo.
Porque Dios es personal nuestras relaciones con él son personales. No son relaciones con Dios “en general”. La relación con Dios tiene matices personales, ya que cada una de las personas de la Trinidad se relaciona de forma diferente con nosotros. Como bien dice el Catecismo “toda la vida cristiana es comunión con cada una de las personas divinas”. Y con cada una nos relacionamos en función de lo que es. Por eso, somos hijos del Padre, hermanos del Hijo y templos (amigos del Espíritu). No somos hijos del Espíritu, ni hijos del Hijo.
Sería interesante preguntar que entienden muchos cuando recitan el Padre nuestro. ¿Quién es ese Padre, Dios o una de las personas divinas? Nos dirigimos al Padre, nos relacionamos con el Padre, al que llamamos “nuestro”, porque nosotros somos hijos “suyos”. Él es nuestro y nosotros de él: esa mutua pertenencia solo es posible en el amor. Dígase lo mismo del Hijo, encarnado en Jesús de Nazaret: somos hermanos y no hijos de Jesús. El es nuestro hermano, y nosotros somos “hijos en el Hijo”. Nuestra filiación se asemeja, de algún modo, a la filiación única de nuestro hermano Jesús.
La teología no nos hace más santos, más buenos o más generosos. Tampoco la falta de teología, no nos confundamos. Pero la teología ayuda a comprender mejor la fe, a vivirla con más precisión, incluso con más alegría, y a presentarla de forma más creíble.