Profanar el nombre de Dios
En nuestros días abundan las profanaciones del nombre de Dios. Cada vez que apelamos a Dios para justificar la violencia, profanamos su nombre. Cada vez que apelamos a Dios para rechazar al hermano, profanamos su nombre. Cuando apelamos a Dios para adoptar posiciones intransigentes, violentas y excluyentes, profanamos su nombre. Cuando Dios se convierte en propiedad de unos y no de otros, cuando deja de ser Padre de todos los hombres, profanamos su nombre.
Cada religión debería hacer su propio examen de conciencia. Y, sobre todo, debería encontrar el modo de dejar muy claro que quienes apelando a la religión (la que sea) utilizan la violencia, lo que hacen es blasfemo. Si puede hablarse de radicalismo en las religiones, es porque la religión compromete a toda la persona y tiene repercusiones en todos los ámbitos de la existencia. La radicalidad afecta al propio creyente, no a su modo de tratar a los demás.
Judíos y cristianos podemos rezar juntos, proclamando muy alto y muy claro, lo que dice el salmo 11: “Yahvé odia al que ama la violencia”. Quizás sería bueno aprovechar la claridad de la proclamación para mostrar los límites del lenguaje y para insistir en la necesidad que tienen todos los textos sagrados de ser interpretados y actualizados. El salmista se expresa como puede. Para decir que Yahvé no quiere la violencia se ve obligado a decir algo que, estrictamente hablando, y a la luz de la dinámica propia de la revelación, no es verdad: Yahvé no odia a nadie. También al que ama la violencia Yahvé lo ama, aunque no esté de acuerdo con él. Otra cosa será explicar de qué modo lo ama, pero le ama. Y eso es lo que, de entrada, hay que decir, aunque luego haya que añadir que no está de acuerdo con sus acciones violentas y haya que explicar el modo como Yahvé ama a los pecadores. Les ama de la mejor manera que puede amarles, deseando su bien, o sea, llamándolos a la conversión.