Templos y templos

La persona de Jesús y la del cristiano son los verdaderos lugares donde Dios mora. Tocarles a ellos es como tocar a Dios. Acogerles a ellos es acoger a Dios. Escucharles es escuchar a Dios. Y un atentado contra ellos –en realidad, un atentado contra cualquier ser humano- es un atentado contra Dios.

Es posible que muchos cristianos no presten demasiada atención a la fiesta que se celebra el 9 de noviembre, a saber, la dedicación de la Basílica de Letrán. La Basílica de Letrán es la catedral de Roma. En sus naves se han celebrado cinco Concilios Ecuménicos. La catedral es la sede, la cátedra desde la que enseña el Obispo. En nuestro caso se trata del Obispo de Roma, Pastor de la Iglesia universal.

Esta fiesta es una buena ocasión para tomar conciencia de que la Iglesia es una comunión. Comunión de los fieles cristianos, sin duda. Y comunión entre las diferentes Iglesias. Digo bien lo de diferentes, porque la Iglesia que está en la India, o la que está en Guatemala, o la que está en Roma, tiene intereses, necesidades y problemas diferentes. Por este motivo, si bien todas ellas viven del mismo Evangelio, este Evangelio único tiene repercusiones y aplicaciones distintas en cada comunidad. Estas diferencias no son obstáculo para que vivan en comunión y cada una reconozca en las otras el mismo aire de familia, el mismo Espíritu que la guía a ella. Las diferencias, lejos de ser motivo de distanciamiento, son una riqueza y un estímulo, una ocasión de buscar la mutua emulación en el bien.

También esta fiesta es una buena ocasión para subrayar que hay templos y templos. Está el edificio de piedra, en el que los fieles se reúnen para orar. Pero hay otros templos mucho más importantes, y sin ellos el de piedra no tendría ningún sentido ni valor. A este respecto, resulta oportuno recordar el encuentro de Jesús con la mujer samaritana. Samaritanos y judíos rivalizaban en muchas cosas. Una de ellas era sobre cuál era el templo de piedra en el que supuestamente Dios se hacía presente, el construido sobre el monte Garizim o el de Jerusalén. Pues bien, Jesús se encarga de aclararle a esta mujer y a todos nosotros que el templo de piedra en realidad no tiene ninguna importancia. Lo que importa es adorar al Padre en espíritu y en verdad.

Espíritu y verdad son dos actitudes fundamentales en la relación del ser humano con Dios. A Dios hay que amarle con todo el espíritu, con toda el alma, con todo el corazón, con lo mejor que tenemos. Y hay que dirigirse a El con toda verdad, sin ocultarle nada, sin dobleces, sin querer justificarnos. Pero espíritu y verdad remiten también a Jesús. El es la Verdad y él derrama el Espíritu. En él habitan en plenitud la gracia y la verdad. Y de esta plenitud todos nosotros hemos recibido (Jn 1,16-17). Por eso, Jesús es el verdadero templo. Su “cuerpo” es el templo (Jn 2,21), el lugar en el que habita la divinidad. Más aún, en el seguimiento de Cristo los cristianos se convierten en templos de Dios, puesto que el Espíritu habita en ellos (1 Cor 3,16).

Lo importante es la persona. La persona de Jesús y la del cristiano. Ellos son los verdaderos lugares donde Dios mora y quiere morar. Ellos, Jesús y los cristianos, son los que merecen todo respeto, todo cuidado, toda atención. Tocarles a ellos es como tocar a Dios. Acogerles a ellos es acoger a Dios. Escucharles es escuchar a Dios. Y un atentado contra ellos –en realidad, un atentado contra cualquier ser humano- es un atentado contra Dios.

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