¿El que no crea se condenará?

“El que no crea se condenará”. Son palabras que el evangelista pone en boca de Jesús. Parecen muy claras. Están además en perfecta consonancia con otras afirmaciones del Nuevo Testamento: “sin fe es imposible agradar a Dios”. Pero me parece que no llegamos a captar su sentido más profundo si no nos preguntamos qué significa creer, tanto para el Nuevo Testamento como para la Tradición de la Iglesia.


Muchos entienden y reducen el tener fe a conocer y aceptar una serie de verdades sobre Dios. En realidad, la fe es un encuentro con el Dios que se nos revela en Jesucristo. Un encuentro que supone una acogida que transforma la existencia. Pero para que haya encuentro y acogida no es suficiente un mero “conocer” a la persona y, menos aún, conocer lo que sobre la persona dicen otros. Análogamente, para rechazar a alguien (y eso es la falta de fe) no basta con “no conocer”. El que “no conoce” no puede rechazar y, por tanto, no puede “no creer”. No creer supone haber conocido y acogido.


Esta comprensión más profunda de la fe nos permite decir que el “no creer” es más un asunto de creyentes que de no creyentes, o sea, para “no creer” hace falta haber conocido y haberse enterado. Los que no se han enterado, los que nunca han oído hablar de Jesucristo, los que sólo han oído hablar superficialmente de él, no pueden “rechazarle”, porque en realidad no saben lo que rechazan. Por eso digo que el “no creer” quizás sea más un asunto de los que están dentro que de los que están fuera. Así resultaría que la afirmación “el que no  crea se condenará” es más una advertencia para los de dentro que una condenación para los de fuera; más una llamada de atención para los que un día tuvieron oportunidad de conocer a Jesucristo y no tanto una maldición para los que todavía no le han conocido o no le han conocido suficientemente bien.

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